TODAVÍA MÍSTICA Y ESPIRITUALIDAD PARA FUTBOLISTAS
Por Leonardo Boff
.
En un artículo anterior abordé la necesidad de que, además
del apoyo psicológico, los jugadores brasileños de la Copa Mundial de Fútbol
sería recomendable que tuvieran también un acompañamiento espiritual. Hablaba
entonces de mística, en un sentido no confesional, como expresión de la
dimensión de la profundidad humana, un dato antropológico básico.
Ahora quiero abordar específicamente la espiritualidad, tan
de moda hoy en día, incluso entre los grandes nombres de la ciencia. No como un
monopolio de las religiones, sino como una dimensión del ser humano con el
mismo derecho de ciudadanía que la voluntad, la inteligencia, el poder y la
libido.
Entre las muchas formas de inteligencia estudiadas hoy,
destacan tres en particular: la inteligencia intelectual, la inteligencia
emocional y la inteligencia espiritual. Todas ellas basadas en serias
investigaciones científicas.
Por medio de la inteligencia intelectual (el famoso CI)
organizamos nuestros pensamientos, articulamos los diversos saberes, en
especial el lenguaje y estrategias de la acción. Está ligada a la dimensión del
cerebro llamada neocortex. Este es relativamente nuevo en el proceso de la
antropogénesis. No tiene más de siete u ocho millones de años, pero se desarrolló
completamente con la aparición del homo sapiens sapiens hace unos cien mil
años. La obra civilizadora con sus artes y ciencias se deriva del neocortex.
Sin él no entenderíamos el mundo de hoy, no sobreviviríamos. Pero la
inteligencia intelectual sola no da cuenta de la vida humana.
Existe en nosotros la inteligencia emocional, estudiada
particularmente por Daniel Goleman en su famoso libro Inteligencia Emocional
(1995). Está relacionada con el cerebro límbico que surgió hace más de 130
millones de años cuando en la evolución aparecieron los mamíferos. Estos llevan
la cría dentro de sí y, una vez nacida, la rodean de amor y cariño. Surgió
entonces en el universo conocido algo absolutamente nuevo: la emoción, el
afecto, el sentimiento, la pasión, el amor y también sus contrarios. Nosotros,
los humanos, olvidamos que somos mamíferos intelectuales y racionales. Las
capas más profundas y decisivas de nuestra vida tienen esta historia antigua.
Somos ante todo seres de emoción y de sentimiento.
Goleman demostró que la primera reacción humana frente a
cualquier fenómeno no es intelectual/racional, sino emocional. Unos momentos
después entra la inteligencia racional/intelectual. Algunos filósofos
(Meffesoli, Cortina, Scheler, Muniz Sodré, Duarte Jr.) la llaman también «razón
cordial, o sensible». Goleman critica la inflación de la inteligencia racional
que ha vuelto a las personas competitivas, individualistas e insensibles y
dadas a la violencia en lugar de ser más solidarias, compasivas y humanitaria.
Sugiere una verdadera «alfabetización emocional» a partir de la escuela, algo
que he estado postulando desde hace 20 años con los libros Saber cuidar y El
cuidado necesario. Él disminuye la violencia en todos los campos. La
inteligencia emocional es el nicho de los valores, de la ética, del amor, y lo que
da sentido a nuestras vidas.
Finalmente existe en nosotros la inteligencia espiritual.
Durante los últimos veinte años ha habido un fuerte desarrollo de la
neurociencia, la neurolingüística y otras afines que estudian el cerebro
humano. En él hay miles y miles de millones de neuronas y trillones de sinapsis
(conexiones entre ellas). Se hizo un descubrimiento sorprendente: cada vez que
una persona se ocupa existencialmente con visiones globales de las cosas, con
el sentido de la vida, con lo sagrado y con Dios, en su lóbulo frontal se da
una aceleración inusitada de las neuronas. Danah Zohar, científica cuántica,
con su marido psiquiatra Ian Marshall han resumido sus muchas búsquedas en un
libro titulado Inteligencia espiritual (2000). Los científicos, no los
teólogos, han dado a esta experiencia el nombre de «punto Dios» en el cerebro.
Se trata de una ventaja evolutiva de los seres humanos: un órgano interno a
través del cual capta el Todo ligado por un Eslabón sagrado que unifica todo.
Así como tenemos órganos externos, ojos, nariz, oídos, etc. mediante los cuales
captamos el mundo material, tenemos un órgano interno mediante el cual captamos
este Eslabón, considerado como la Realidad Suprema que sostiene todo. Podemos
llamarlo con mil nombres. No importa. Lo más sencillo es llamarlo imagen de
Dios (Dios es más que el «punto Dios»). Esta dimensión está en cada persona y
constituye la base biológica de la inteligencia espiritual. Se manifiesta por
más sensibilidad frente al otro, más amor, más compasión, más respeto y más
devoción. Nuestra cultura materialista la ha cubierto de cenizas por su
consumismo y el deseo de dominar todo. Si activamos el «punto Dios» nos
humanizamos a nosotros mismos y nos espiritualizamos. El fruto es una profunda
paz y serenidad y la sensación de estar dentro de un todo más grande que nos
acoge. Estamos llenos de «entusiasmo»: la presencia de Dios en nuestro
interior.
Escribí un pequeño libro titulado Meditación de la luz, el
camino de la simplicidad (2010) donde trato de traducir la activación del
«punto Dios» sirviéndome de la forma más antigua de Oriente y Occidente, que es
tomar la Luz como elemento despertador y activador del «punto Dios». Me atrevo
a hacer una sugerencia:
¿Y si el entrenador y los jugadores, además de los entrenamientos,
de la formación y de la indispensable psicología, incorporasen un momento de
meditación para activar su «Punto Dios»? Seguramente sentirían mucha más paz y
estarían más aptos para el juego.
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