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LA RELACIÓN BIPOLAR DE COLOMBIA CON PABLO ESCOBAR
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Por Arturo Wallace
BBC Mundo, Medellín
El rostro de Pablo Escobar que observa impasible
desde lo alto de una bandera verde y blanca marca claramente la entrada al
barrio y confirma que éste es el lugar adecuado. El célebre
narcotraficante ha estado muerto por 20 años, pero su recuerdo parece estar más
vivo que nunca en Colombia, donde muchos lo consideran un monstruo pero otros
aún lo veneran como a un santo.
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Y éste, el barrio de Medellín que reivindica orgulloso su nombre, es sin duda el sitio más obvio para empezar a tratar de entender la contradictoria relación que con su recuerdo mantienen los colombianos.
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Lo de
"monstruo" es fácilmente comprensible: según los cálculos más
conservadores, a lo largo de su carrera criminal Escobar fue responsable de al
menos 4.000 asesinatos y libró una guerra sin cuartel en contra del Estado. Para ello
mandó a matar a rivales, políticos, jueces y periodistas, ofreció recompensas
por cada policía asesinado y no dudó en dinamitar aviones de pasajeros y
edificios públicos, abaratando como nadie el precio de la sangre y marcando con
el recuerdo de su ola de terror a toda una generación de colombianos.
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Y éste, el barrio de Medellín que reivindica orgulloso su nombre, es sin duda el sitio más obvio para empezar a tratar de entender la contradictoria relación que con su recuerdo mantienen los colombianos.
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Pero aún así
los más de 16.000 habitantes de la urbanización "Medellín sin
tugurios" insisten en llamar a esta aglomeración de casas humildes que se
apiñan en la ladera de una montaña "Barrio Pablo Escobar". Y el rostro
y el nombre del que muchos consideran el criminal más rico y despiadado del
siglo XX también están por todas partes.
Casas del capo para los más pobres
Fue el
propio Escobar quien mandó a construir las primeras 443 casas de esta barriada –que
actualmente tiene unas 4.000 viviendas– para dárselas a los más pobres de la
ciudad, entre los que también acostumbraba repartir canchas de fútbol, dinero,
medicinas y alimentos.
"Nosotros
respetamos el dolor de las víctimas pero le pedimos a la gente que por favor
entiendan la alegría nuestra, lo que significa salir de un basurero a vivir a
una vivienda digna, que se la regalen a cambio de nada", le dice a BBC
Mundo Ubernez Zavala, el presidente de la Junta de Acción Comunal del barrio.

"Yo no
conocí nada de eso. Yo lo que conocí fue lo bueno de Pablo", contesta
cuando se le pregunta por el lado oscuro de su benefactor. "Yo
pienso que eso nunca fue así, porque yo nunca supe", responde a cualquier
sugerencia de atentados con bombas y asesinatos.
Pero aquí,
en el barrio Pablo Escobar, esa actitud también parece reflejar una profunda
desconfianza hacia los discursos oficiales, hacia las versiones de la historia
de aquellos que siempre los han tenido abandonados.
"El
barrio ya va a cumplir 30 años y no tiene cancha, no tiene escuela, no tiene
sede comunal, tiene pocas vías, no tiene un parque", se queja Zavala.
"Un
alcalde nos dijo que para ayudar al barrio había que cambiarle el nombre. Pero
nosotros no vamos a cambiar la dignidad por bolsas de cemento", sostiene.
El orgullo
detrás de sus palabras me hace recordar que era precisamente en los barrios más
pobres de Medellín donde Escobar reclutaba a sus sicarios.
En esos
casos, la promesa de dinero rápido seguramente era la parte más importante del
trato. Pero el politólogo Gustavo Duncan sugiere que cierta dimensión política
también puede ayudar a entender mejor por qué esos jóvenes estaban tan
alegremente dispuestos a morir y matar por el capo.
"Nosotros
no íbamos a morir robando un banco. Pablo Emilio nos dio la oportunidad de
morir declarándole la guerra al Estado", explica uno de esos pistoleros en
el ensayo "Una lectura política de Pablo Escobar", escrito por Duncan
y citado por la revista Semana.
Los sentimientos antiestadounidenses

Aunque la
evidencia de un uso declaradamente político de la imagen de Escobar –al menos
la que yo puedo encontrar– no pasa de la anécdota. Ahí están,
por ejemplo, los carteles con el rostro de Escobar y el mensaje "Pablo
Presidente" que durante las elecciones de 2003 aparecieron por todo
Medellín, explicados después por las autoridades como una
"instalación" de un artista conceptual bogotano.
Y también la
sencilla constatación de que, en las calles de la capital antioqueña, pegatinas
con el rostro de "El Patrón" se venden a 3.000 pesos (US$1,50) y al
lado de las del Che Guevara.
Y
ciertamente en la fascinación por Escobar –de quien se dice llegó a controlar
hasta el 80% de la cocaína que entraba a Estados Unidos, lo que según la
revista Forbes le permitió convertirse en uno de los diez hombres más ricos del
planeta– también es posible notar algo de admiración por su talento para
"hacer plata".
"Los
paisas somos tan emprendedores que inventamos el narcotráfico", he
escuchado decir en más una ocasión. Y el
economista Alejandro Gaviria, ex director del Centro de Estudios sobre
Seguridad y Drogas de la Universidad de Los Andes, ha hecho notar que los
narcos también fueron los primeros grandes exportadores de Colombia. "Se
adelantaron 20 años a la apertura económica", escribió Gaviria.
La vista gorda del Estado
De hecho,
durante los primeros años del reinado de Escobar, ni el Estado ni la sociedad
colombiana tuvieron reparos en hacerse de la vista gorda con sus actividades o
en beneficiarse con la gigantesca inyección de recursos generados por el
narcotráfico. Y los
problemas solamente empezaron cuando éste quiso salir de las sombras e ingresar
a la política.
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La tumba de Escobar |
Es difícil
establecer con seguridad si series como "El patrón del mal" –que fue
objeto de un furioso debate en Colombia cuando se estrenó el año pasado– son
causa o consecuencia de la fascinación por Escobar.
Las víctimas hablan
Pero una de
las víctimas del capo, Federico Arellano, está convencido de que su
comercialización ayuda a perpetuar un peligroso mensaje. "Llegar
a la casa por la noche, prender el televisor y ver la cara de este señor, pues
me parece un insulto, es una bofetada", afirma el hijo de una de las 110
víctimas fatales del atentado en contra del Vuelo 203 de Avianca, ordenado por
Escobar hace 24 años en un intento por deshacerse del entonces candidato
presidencial César Gaviria.
Y, de
regreso en Medellín, termino preguntándome si no son precisamente los que
quieren emular a Escobar quienes llegan a su tumba en las afueras de la ciudad
a depositar ofrendas, a pedirle un milagro. "Siempre
le tiran billetes ahí, platica menuda, billeticos, hasta libras de arroz",
le cuenta a BBC Mundo Federico Arroyave, quien se encarga de darle mantenimiento
a la tumba de mármol verde y grava blanca rodeada de cipreses en la que reposa
el capo.
Según
estimaciones oficiales, desde la muerte de Escobar hasta la fecha las
autoridades colombianas han incautado 1.150.000 kilos de cocaína, por un valor
aproximado de US$29.000 millones.
Pero hay una
estadística que ayuda a entender por qué, aunque el negocio sigue, son muchos
los que están convencidos que nunca más habrá otro "Pablo". Mientras que
él estuvo al frente del Cartel de Medellín por 15 años en la actualidad la
mayor parte de los narcotraficantes no logran mantener su liderazgo por más de
dos años antes de ser "dados de baja" o capturados por las
autoridades. Y ninguno
tiene el peso simbólico de Escobar: el pionero, el más rico, el más ambicioso,
el más extravagante; el único dispuesto a enfrentarse de tú a tú con el Estado
colombiano.
La hacienda Nápoles

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Los lugares vinculados a su leyenda ya son además parte del circuito turístico de Medellín.
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Y el año pasado fueron 176.000 las personas que visitaron su antigua hacienda, "Nápoles" de casi tres mil hectáreas, ubicada casi a medio camino entre Medellín y Bogotá, desde allí Escobar controlaba su imperio criminal.
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Abandonada durante años, la hacienda actualmente alberga un ambicioso parque privado que en principio no podría estar más alejado de Escobar, pues está dedicado al África, los dinosaurios y el agua. Pero la avioneta que supuestamente utilizó para transportar su primer cargamento de cocaína a Estados Unidos sigue marcando la entrada a la hacienda y el zoológico al aire libre que es una de las principales atracciones del parque también podría considerarse un guiño al pasado. Efectivamente, entre las excentricidades más famosas de Escobar estaba su colección de animales exóticos –rinocerontes, elefantes, camellos, cebras, jirafas, canguros…– y el capo permitía la entrada a la hacienda de todos los interesados.
Y los descendientes
de sus famosos hipopótamos –inmortalizados por Juan Manuel Vásquez en la novela
"El ruido de las cosas al caer"– todavía retozan en los numerosos
lagos artificiales de la hacienda. Una de ellos, Vanessa, es uno de los
símbolos del parque.
Como está
orientado fundamentalmente a los niños, el empresario detrás del proyecto,
Óscar Orozco, cree que la oferta lúdica de hacienda atrae más visitantes que su
vinculación con Escobar y la historia del narcotráfico.

Es la hora
de partir y mientras recorro por última vez las calles del barrio "Pablo
Escobar" también me pregunto hasta qué punto la imagen de Colombia como un
país de narcotraficantes puede importarles o no a los habitantes de esta
humilde barriada. "El único consenso es que Pablo Escobar pasó a la historia. Sobre lo
demás, jamás nos vamos a poner de acuerdo"
Efectivamente,
uno de los principales problemas con el recuerdo de Escobar es que el
narcotráfico no murió con él hace 20 años. Y por eso,
para muchos colombianos, "El patrón" no es historia antigua: es el
símbolo de un problema –para algunos incluso una "cultura"– que se
mantiene vigente.
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