kradiario.cl

miércoles, 4 de diciembre de 2013


4-12-13-KRA-881

LA RELACIÓN BIPOLAR DE COLOMBIA CON PABLO ESCOBAR


.

Por Arturo Wallace

BBC Mundo, Medellín 

El rostro de Pablo Escobar que observa impasible desde lo alto de una bandera verde y blanca marca claramente la entrada al barrio y confirma que éste es el lugar adecuado. El célebre narcotraficante ha estado muerto por 20 años, pero su recuerdo parece estar más vivo que nunca en Colombia, donde muchos lo consideran un monstruo pero otros aún lo veneran como a un santo.
.
Y éste, el barrio de Medellín que reivindica orgulloso su nombre, es sin duda el sitio más obvio para empezar a tratar de entender la contradictoria relación que con su recuerdo mantienen los colombianos.
.
Lo de "monstruo" es fácilmente comprensible: según los cálculos más conservadores, a lo largo de su carrera criminal Escobar fue responsable de al menos 4.000 asesinatos y libró una guerra sin cuartel en contra del Estado. Para ello mandó a matar a rivales, políticos, jueces y periodistas, ofreció recompensas por cada policía asesinado y no dudó en dinamitar aviones de pasajeros y edificios públicos, abaratando como nadie el precio de la sangre y marcando con el recuerdo de su ola de terror a toda una generación de colombianos.

Pero aún así los más de 16.000 habitantes de la urbanización "Medellín sin tugurios" insisten en llamar a esta aglomeración de casas humildes que se apiñan en la ladera de una montaña "Barrio Pablo Escobar". Y el rostro y el nombre del que muchos consideran el criminal más rico y despiadado del siglo XX también están por todas partes.

Casas del capo para los más pobres

Fue el propio Escobar quien mandó a construir las primeras 443 casas de esta barriada –que actualmente tiene unas 4.000 viviendas– para dárselas a los más pobres de la ciudad, entre los que también acostumbraba repartir canchas de fútbol, dinero, medicinas y alimentos.
"Nosotros respetamos el dolor de las víctimas pero le pedimos a la gente que por favor entiendan la alegría nuestra, lo que significa salir de un basurero a vivir a una vivienda digna, que se la regalen a cambio de nada", le dice a BBC Mundo Ubernez Zavala, el presidente de la Junta de Acción Comunal del barrio.

Y doña Franquelina Guerra Carvajal (izquierda), de 78 años, una de las fundadoras de la urbanización, es incluso más tajante. "Él fue una buena persona. Nosotros estábamos viviendo muy mal, él nos hizo una visita allá (al basurero) y nos dijo que nos iba a comprar un lote para hacernos unas casas, porque nosotros éramos unas personas que merecíamos lo que merecía un rico", le cuenta a BBC Mundo rodeada de sus nietos, mientras sostiene en sus rodillas una foto de Escobar y otra de su madre.

"Yo no conocí nada de eso. Yo lo que conocí fue lo bueno de Pablo", contesta cuando se le pregunta por el lado oscuro de su benefactor. "Yo pienso que eso nunca fue así, porque yo nunca supe", responde a cualquier sugerencia de atentados con bombas y asesinatos.

Pero aquí, en el barrio Pablo Escobar, esa actitud también parece reflejar una profunda desconfianza hacia los discursos oficiales, hacia las versiones de la historia de aquellos que siempre los han tenido abandonados.

"El barrio ya va a cumplir 30 años y no tiene cancha, no tiene escuela, no tiene sede comunal, tiene pocas vías, no tiene un parque", se queja Zavala.
Ubernez Zavala, el presidente de la Junta
 de Acción Comunal del barrio.

"Un alcalde nos dijo que para ayudar al barrio había que cambiarle el nombre. Pero nosotros no vamos a cambiar la dignidad por bolsas de cemento", sostiene.

El orgullo detrás de sus palabras me hace recordar que era precisamente en los barrios más pobres de Medellín donde Escobar reclutaba a sus sicarios.

En esos casos, la promesa de dinero rápido seguramente era la parte más importante del trato. Pero el politólogo Gustavo Duncan sugiere que cierta dimensión política también puede ayudar a entender mejor por qué esos jóvenes estaban tan alegremente dispuestos a morir y matar por el capo.

"Nosotros no íbamos a morir robando un banco. Pablo Emilio nos dio la oportunidad de morir declarándole la guerra al Estado", explica uno de esos pistoleros en el ensayo "Una lectura política de Pablo Escobar", escrito por Duncan y citado por la revista Semana.

Los sentimientos antiestadounidenses

Y, como explica Mark Bowden en el libro Killing Pablo, Escobar también apostó desde un inicio en favor los sentimientos antiestadounidenses, presentando su negocio como algo que no tenía por qué afectar a los colombianos. "Según este razonamiento, Pablo no sólo se estaba enriqueciendo a él mismo, también estaba dándole un golpe al establecimiento y usando su dinero para construir una nueva Colombia. A nivel internacional le estaba quitando a los ricos para darle a los más pobres", escribe el periodista estadounidense.

Aunque la evidencia de un uso declaradamente político de la imagen de Escobar –al menos la que yo puedo encontrar– no pasa de la anécdota. Ahí están, por ejemplo, los carteles con el rostro de Escobar y el mensaje "Pablo Presidente" que durante las elecciones de 2003 aparecieron por todo Medellín, explicados después por las autoridades como una "instalación" de un artista conceptual bogotano.

Y también la sencilla constatación de que, en las calles de la capital antioqueña, pegatinas con el rostro de "El Patrón" se venden a 3.000 pesos (US$1,50) y al lado de las del Che Guevara.
Y ciertamente en la fascinación por Escobar –de quien se dice llegó a controlar hasta el 80% de la cocaína que entraba a Estados Unidos, lo que según la revista Forbes le permitió convertirse en uno de los diez hombres más ricos del planeta– también es posible notar algo de admiración por su talento para "hacer plata".

"Los paisas somos tan emprendedores que inventamos el narcotráfico", he escuchado decir en más una ocasión. Y el economista Alejandro Gaviria, ex director del Centro de Estudios sobre Seguridad y Drogas de la Universidad de Los Andes, ha hecho notar que los narcos también fueron los primeros grandes exportadores de Colombia. "Se adelantaron 20 años a la apertura económica", escribió Gaviria.

La vista gorda del Estado

De hecho, durante los primeros años del reinado de Escobar, ni el Estado ni la sociedad colombiana tuvieron reparos en hacerse de la vista gorda con sus actividades o en beneficiarse con la gigantesca inyección de recursos generados por el narcotráfico. Y los problemas solamente empezaron cuando éste quiso salir de las sombras e ingresar a la política.

La tumba de Escobar
Ahora, sin embargo, el paso del tiempo parece haber logrado transformar a Escobar en un negocio legítimo y cada vez más boyante. En las calles de Medellín, por ejemplo, no sólo se consiguen pegatinas con su imagen, sino también camisetas, relojes y libros dedicados al famoso capo. Y la inmensa popularidad de la serie "El patrón del mal", producida por Caracol Televisión, no sólo la ha convertido en uno de los mayores éxitos comerciales en la historia de la televisión colombiana –la televisora ha vendido la serie a por lo menos 66 países–, sino también en una importante fuente de ingreso para los vendedores de productos piratas.

Es difícil establecer con seguridad si series como "El patrón del mal" –que fue objeto de un furioso debate en Colombia cuando se estrenó el año pasado– son causa o consecuencia de la fascinación por Escobar.

Las víctimas hablan

Pero una de las víctimas del capo, Federico Arellano, está convencido de que su comercialización ayuda a perpetuar un peligroso mensaje. "Llegar a la casa por la noche, prender el televisor y ver la cara de este señor, pues me parece un insulto, es una bofetada", afirma el hijo de una de las 110 víctimas fatales del atentado en contra del Vuelo 203 de Avianca, ordenado por Escobar hace 24 años en un intento por deshacerse del entonces candidato presidencial César Gaviria.

Y, de regreso en Medellín, termino preguntándome si no son precisamente los que quieren emular a Escobar quienes llegan a su tumba en las afueras de la ciudad a depositar ofrendas, a pedirle un milagro. "Siempre le tiran billetes ahí, platica menuda, billeticos, hasta libras de arroz", le cuenta a BBC Mundo Federico Arroyave, quien se encarga de darle mantenimiento a la tumba de mármol verde y grava blanca rodeada de cipreses en la que reposa el capo.

Según estimaciones oficiales, desde la muerte de Escobar hasta la fecha las autoridades colombianas han incautado 1.150.000 kilos de cocaína, por un valor aproximado de US$29.000 millones.

Pero hay una estadística que ayuda a entender por qué, aunque el negocio sigue, son muchos los que están convencidos que nunca más habrá otro "Pablo". Mientras que él estuvo al frente del Cartel de Medellín por 15 años en la actualidad la mayor parte de los narcotraficantes no logran mantener su liderazgo por más de dos años antes de ser "dados de baja" o capturados por las autoridades. Y ninguno tiene el peso simbólico de Escobar: el pionero, el más rico, el más ambicioso, el más extravagante; el único dispuesto a enfrentarse de tú a tú con el Estado colombiano.

La hacienda Nápoles
No en balde nadie en el mundo del narcotráfico ha hecho correr los ríos de tinta que ha merecido Pablo Escobar, o sido objeto de tantos proyectos de película, libros y reportajes.
.
Los lugares vinculados a su leyenda ya son además parte del circuito turístico de Medellín.
.
Y el año pasado fueron 176.000 las personas que visitaron su antigua hacienda, "Nápoles" de casi tres mil hectáreas, ubicada casi a medio camino entre Medellín y Bogotá, desde allí Escobar controlaba su imperio criminal.
.
Abandonada durante años, la hacienda actualmente alberga un ambicioso parque privado que en principio no podría estar más alejado de Escobar, pues está dedicado al África, los dinosaurios y el agua. Pero la avioneta que supuestamente utilizó para transportar su primer cargamento de cocaína a Estados Unidos sigue marcando la entrada a la hacienda y el zoológico al aire libre que es una de las principales atracciones del parque también podría considerarse un guiño al pasado. Efectivamente, entre las excentricidades más famosas de Escobar estaba su colección de animales exóticos –rinocerontes, elefantes, camellos, cebras, jirafas, canguros…– y el capo permitía la entrada a la hacienda de todos los interesados.

Y los descendientes de sus famosos hipopótamos –inmortalizados por Juan Manuel Vásquez en la novela "El ruido de las cosas al caer"– todavía retozan en los numerosos lagos artificiales de la hacienda. Una de ellos, Vanessa, es uno de los símbolos del parque.
Como está orientado fundamentalmente a los niños, el empresario detrás del proyecto, Óscar Orozco, cree que la oferta lúdica de hacienda atrae más visitantes que su vinculación con Escobar y la historia del narcotráfico.

Pero la vieja casa-hacienda ahora alberga un museo sobre el tema, "pues tampoco podemos dejar de olvidar la historia de lo que pasó aquí", le dice Orozco a BBC Mundo. Y, sin dudas, la apertura del parque le ha permitido a toda una generación de colombianos revivir con sus hijos una experiencia que en tiempos de Escobar ellos vivieron con sus padres. Ahí, la escena de su muerte en un tejado de la ciudad, el 2 de diciembre de 1993 –mientras intentaba escapar una vez más de las autoridades– está registrada con los rubicundos trazos de Fernando Botero, el más famoso de los pintores colombianos.

Es la hora de partir y mientras recorro por última vez las calles del barrio "Pablo Escobar" también me pregunto hasta qué punto la imagen de Colombia como un país de narcotraficantes puede importarles o no a los habitantes de esta humilde barriada. "El único consenso es que Pablo Escobar pasó a la historia. Sobre lo demás, jamás nos vamos a poner de acuerdo"

Efectivamente, uno de los principales problemas con el recuerdo de Escobar es que el narcotráfico no murió con él hace 20 años. Y por eso, para muchos colombianos, "El patrón" no es historia antigua: es el símbolo de un problema –para algunos incluso una "cultura"– que se mantiene vigente.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario