Por Hugo Latorre Fuenzalida
Si la derecha política chilena fuese
coherente, debería hacer algo así como hizo Costa Rica, es decir reducir casi a
la nada las Fuerzas Armadas, pensando que esta forma parte de la institucionalidad
del Estado y, según la corriente neoliberal, el Estado debe literalmente desaparecer.
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Costa Rica lo hizo bajo el mandato de un líder excepcional, José Figueres, que luego de terminar la guerra civil en 1948, decide, como símbolo, que esa situación armada fratricida no se debía repetir en suelo patrio, destruye un muro del Fuerte Bellavista y lo transforma en museo.
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Chile es un país con nivel de desarrollo similar a Costa Rica. No nos sobran los recursos, y sí los problemas. Por tanto, una propuesta ideológica como el de la derecha debería abordar este tema de reducir el peso en gasto militar para dedicarlo, como es su prédica, a la inversión productiva (ya que no les gusta mucho lo del gasto social).
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Pero no es así, en el caso chileno; no es así porque las Fuerzas Armadas tienen, desde el pinochetismo, un sesgo ideológico que los transforma en el principal soporte institucional de un sistema capitalista extremoso, cerrado y ultramontano. Tampoco es así, porque la derecha sueña, pena y vive por demostrar una superioridad bélica ante los vecinos, que son vistos siempre como agresores potenciales. Debemos reconocer que el Cono Sur de América Latina (con excepción de Uruguay) ha vivido entrampado en la lógica del armamentismo.
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Cada uno es libre de ver el mundo desde su cristal y, la experiencia enseña que es bastante difícil producir los cambios de mentalidad…por no decir imposible: quien nace chicharra, habitualmente, muere cantando, reza el antiguo decir. Pero hay una situación en la que nuestros militaristas amigos de la derecha no han pensado (cosa que les sucede con mucha frecuencia); no han pensado, por ejemplo, en que los militares, sin una formación científica y tecnológica, serán siempre unas fuerzas secundarias, dependientes, sometidas, anacrónicas e ineficientes.
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Ergo: si los militares modernos requieren tener formación superior, con desarrollo y capacitación para integrarse, de tú a tú, en las nuevas áreas del saber, en una amplia gama de disciplinas, entonces nuestros militares del futuro deben estar incorporados al proceso de desarrollo del conocimiento en un plan nacional integral. Así lo ha hecho Israel, y los países desarrollados, en general.
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Ya los soldaditos de la parada militar del 18 de septiembre no constituyen más que una parodia de fuerza militar. El poseer las carcasas de armamento moderno y poder pilotear cierta maquinaria bélica, no otorga autonomía, pues los proveedores de esa tecnología detienen cualquier guerra antes de una semana, si esa guerra no les gusta, no les conviene o no les interesa.
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Fuerzas Armadas integradas al desarrollo
En consecuencia, si las Fuerzas Armadas cuentan con un personal profesional, pagado por el Estado a alto costo; si poseen una dotación de infraestructura con uso deficiente (subutilizados), tanto en tierra, en aire y en mar; si poseen una distribución territorial que abarca todo Chile, incluyendo las zonas fronterizas, el desierto y la Antártida; si poseen ya personal formado en áreas tecnológicas específicas, entonces es lógico que un país con escasez de infraestructura de investigación y desarrollo, deba integrar a este sector a sus tareas. Debe integrarlo con las universidades, con institutos de investigación, con empresas que deseen aventurar en los desarrollos de futuro.
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De esta forma, las Fuerzas Armadas pueden crecer en potencia y contundencia, pueden integrarse al desarrollo nacional de manera formal y decorosamente, pueden contar con una familiaridad social que les acoge y gratifica; pueden aportar a Chile de manera superior y creativamente; pueden ayudar a forjar una mentalidad civil y humanista, de la que hoy parecen ser deficitarias; pero, sobre todo, pueden ser un ejemplo para los países que se suponen belicistas, para que se lidere, desde Chile, un paradigma distinto de las Fuerzas Armadas en nuestra América Latina.
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Esto es posible sin arriesgar nuestra seguridad, si no, más bien, fortaleciéndola. Las Fuerzas Armadas de Israel son superiores por dominio tecnológico, no por gasto corriente. Costa Rica, incluso sin Fuerzas Armadas, jamás ha sufrido el intento de agresión de sus vecinos.
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Pero, como señalamos, un plan de integración de las Fuerzas Armadas al desarrollo nacional en el área del conocimiento, no implica debilitarlas, sino, simplemente habilitarlas para un ejercicio eficiente en el futuro, asegurando, de pasada, su integración humana, social y moral a la democracia republicana.
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Recordemos que Chile es uno de los países con mayor gasto per cápita en su sector de defensa, que al gran gasto en el sistema burocrático y de previsión, del personal, se suma desde hace años el royalty de 10% de las ventas de Codelco, el que se ha invertido en infraestructura y material bélico, que, como se sabe, prontamente quedará obsoleto y será dinero tirado por el desagüe.
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Si sólo el 20% del gasto militar se destinara a ciencia y desarrollo, entonces podríamos subirnos al carro de un futuro más seguro y más pacífico, futuro en el cual, como hemos señalado, las fuerzas armadas no se excluyen, pero se integran a un desarrollo superior de su propia institución y del país todo.
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Costa Rica lo hizo bajo el mandato de un líder excepcional, José Figueres, que luego de terminar la guerra civil en 1948, decide, como símbolo, que esa situación armada fratricida no se debía repetir en suelo patrio, destruye un muro del Fuerte Bellavista y lo transforma en museo.
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Chile es un país con nivel de desarrollo similar a Costa Rica. No nos sobran los recursos, y sí los problemas. Por tanto, una propuesta ideológica como el de la derecha debería abordar este tema de reducir el peso en gasto militar para dedicarlo, como es su prédica, a la inversión productiva (ya que no les gusta mucho lo del gasto social).
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Pero no es así, en el caso chileno; no es así porque las Fuerzas Armadas tienen, desde el pinochetismo, un sesgo ideológico que los transforma en el principal soporte institucional de un sistema capitalista extremoso, cerrado y ultramontano. Tampoco es así, porque la derecha sueña, pena y vive por demostrar una superioridad bélica ante los vecinos, que son vistos siempre como agresores potenciales. Debemos reconocer que el Cono Sur de América Latina (con excepción de Uruguay) ha vivido entrampado en la lógica del armamentismo.
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Cada uno es libre de ver el mundo desde su cristal y, la experiencia enseña que es bastante difícil producir los cambios de mentalidad…por no decir imposible: quien nace chicharra, habitualmente, muere cantando, reza el antiguo decir. Pero hay una situación en la que nuestros militaristas amigos de la derecha no han pensado (cosa que les sucede con mucha frecuencia); no han pensado, por ejemplo, en que los militares, sin una formación científica y tecnológica, serán siempre unas fuerzas secundarias, dependientes, sometidas, anacrónicas e ineficientes.
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Ergo: si los militares modernos requieren tener formación superior, con desarrollo y capacitación para integrarse, de tú a tú, en las nuevas áreas del saber, en una amplia gama de disciplinas, entonces nuestros militares del futuro deben estar incorporados al proceso de desarrollo del conocimiento en un plan nacional integral. Así lo ha hecho Israel, y los países desarrollados, en general.
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Ya los soldaditos de la parada militar del 18 de septiembre no constituyen más que una parodia de fuerza militar. El poseer las carcasas de armamento moderno y poder pilotear cierta maquinaria bélica, no otorga autonomía, pues los proveedores de esa tecnología detienen cualquier guerra antes de una semana, si esa guerra no les gusta, no les conviene o no les interesa.
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Fuerzas Armadas integradas al desarrollo
En consecuencia, si las Fuerzas Armadas cuentan con un personal profesional, pagado por el Estado a alto costo; si poseen una dotación de infraestructura con uso deficiente (subutilizados), tanto en tierra, en aire y en mar; si poseen una distribución territorial que abarca todo Chile, incluyendo las zonas fronterizas, el desierto y la Antártida; si poseen ya personal formado en áreas tecnológicas específicas, entonces es lógico que un país con escasez de infraestructura de investigación y desarrollo, deba integrar a este sector a sus tareas. Debe integrarlo con las universidades, con institutos de investigación, con empresas que deseen aventurar en los desarrollos de futuro.
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De esta forma, las Fuerzas Armadas pueden crecer en potencia y contundencia, pueden integrarse al desarrollo nacional de manera formal y decorosamente, pueden contar con una familiaridad social que les acoge y gratifica; pueden aportar a Chile de manera superior y creativamente; pueden ayudar a forjar una mentalidad civil y humanista, de la que hoy parecen ser deficitarias; pero, sobre todo, pueden ser un ejemplo para los países que se suponen belicistas, para que se lidere, desde Chile, un paradigma distinto de las Fuerzas Armadas en nuestra América Latina.
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Esto es posible sin arriesgar nuestra seguridad, si no, más bien, fortaleciéndola. Las Fuerzas Armadas de Israel son superiores por dominio tecnológico, no por gasto corriente. Costa Rica, incluso sin Fuerzas Armadas, jamás ha sufrido el intento de agresión de sus vecinos.
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Pero, como señalamos, un plan de integración de las Fuerzas Armadas al desarrollo nacional en el área del conocimiento, no implica debilitarlas, sino, simplemente habilitarlas para un ejercicio eficiente en el futuro, asegurando, de pasada, su integración humana, social y moral a la democracia republicana.
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Recordemos que Chile es uno de los países con mayor gasto per cápita en su sector de defensa, que al gran gasto en el sistema burocrático y de previsión, del personal, se suma desde hace años el royalty de 10% de las ventas de Codelco, el que se ha invertido en infraestructura y material bélico, que, como se sabe, prontamente quedará obsoleto y será dinero tirado por el desagüe.
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Si sólo el 20% del gasto militar se destinara a ciencia y desarrollo, entonces podríamos subirnos al carro de un futuro más seguro y más pacífico, futuro en el cual, como hemos señalado, las fuerzas armadas no se excluyen, pero se integran a un desarrollo superior de su propia institución y del país todo.
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