SOCIEDAD-OPINIÓN-KRADIARIO
CÓMO DESMONTAR EL ODIO SOCIAL
Por Leonardo Boff
Estamos constatando que existe actualmente mucho odio y
mucha rabia en la sociedad, sea por la situación general de insatisfacción que
atraviesa la humanidad, sumergida en una profunda crisis civilizacional, sin
que nadie pueda decirnos cómo superarla ni hacia donde nos podría conducir este
vuelo ciego.
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El inconsciente colectivo detecta este malestar como ya antes lo
describiera Freud en su famoso texto El malestar en la cultura (1929-1930) que,
de alguna forma, preveía las señales de una guerra mundial.
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Nuestro malestar es singular y deriva de las varias
victorias del PT con sus políticas de inclusión social que han beneficiado a 36
millones de personas y elevado 44 millones a clase media. Los privilegiados
históricos, la clase alta y también la clase media se han asustado con un poco
de igualdad conseguida por aquellos que estaban fuera.
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El hecho es que por un
lado hay una espantosa concentración de la renta y, por el otro, una
desigualdad social que se cuenta entre las mayores del mundo. Esa desigualdad,
según Marcio-Pochmann en el segundo volumen de su Atlas da exclusão social no
Brasil (Cortez 2014), disminuyó significativamente en los últimos diez años
pero todavía es muy profunda, factor permanente de desestabilización social.
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Como bien lo notó el economista y buen analista social
del partido del PSDB, Luiz Carlos Bresser Pereira, y fue asumido en su columna
dominical (8/3) por Verissimo, tal hecho «hizo surgir un fenómeno nunca antes
visto en Brasil, un odio colectivo de la clase alta, de los ricos a un partido
y a un presidente; no es preocupación o miedo, es odio…; la lucha de clases
volvió con fuerza, no por parte de los trabajadores, sino por parte de la
burguesía insatisfecha».
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Esstimo correcta esta interpretación que corrobora lo que
escribí en este espacio con dos artículos ¿Qué se esconde detrás del odio al
PT? . Es el surgimiento de millones de personas que eran los ceros económicos y
que empezaron a adquirir dignidad y espacios de participación social, ocupando
lugares antes exclusivos de las clases acomodadas. Esto provocó rabia y odio a
los pobres, a los nordestinos, a los negros y a los miembros de la nueva “clase
media”.
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El problema ahora es cómo desmontar este odio. Una
sociedad que se deja llevar por ese espíritu destruye los lazos mínimos de
convivencia sin los cuales no se sustenta. Corre el riesgo de romper el ritmo
democrático e instaurar la violencia social. Después de las amargas
experiencias que hemos tenido de autoritarismo y de la penosa conquista de la
democracia, debemos evitar por todos los medios las condiciones que vuelvan el
camino de la violencia incontrolable o irreversible.
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En primer lugar, en la línea sabia de Bresser Pereira, se
hace urgente un nuevo pacto social que vaya más lejos del creado por la
constitución de 1988, pacto que reúna a empresarios, trabajadores, movimientos
sociales, medios de comunicación, partidos e intelectuales, que distribuya
mejor las responsabilidades para la superación de la actual crisis nacional
(que es global) y que claramente convoque a los rentistas y a los grandes
ricos, articulados generalmente con los capitales transnacionales, a dar su
contribución. Ellos también deben ser un Simón Cireneo que ayudó al Maestro a
cargar la cruz.
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Hay que cambiar no solo la música sino también la letra.
En otras palabras, es importante pensar más en Brasil como nación y menos en
los partidos. Estos deben dar centralidad al bien general y unir fuerzas en
torno a unos valores y principios fundamentales, buscando convergencias en la
diversidad, en función de un proyecto-Brasil viable y que haga menos perversa
la desigualdad, otro nombre para la injusticia social. Estimo que maduramos
para esta estrategia del gana-gana colectivo y que seremos capaces de evitar lo
peor y así no gastar tiempo histórico que nos retrasaría más de cara al proceso
global de desarrollo social y humano en la fase planetaria de la humanidad.
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En segundo lugar, creo en la fuerza transformadora del
amor como está expresado en la Oración de San Francisco: donde haya odio, que
yo lleve amor. El amor aquí es más que un afecto subjetivo, adquiere una forma
colectiva y social: el amor a una causa común, amor al pueblo como un todo,
especialmente a aquellos más castigados por la vida, amor a la nación (necesitamos
un sano nacionalismo), amor como capacidad de escuchar las razones del otro,
como apertura al diálogo y al intercambio.
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Si no encontramos ni escuchamos al otro, ¿cómo vamos a
saber lo que piensa y pretende hacer? Empezamos entonces a imaginar y a proyectar
visiones distorsionadas, a alimentar prejuicios y destruimos los puentes
posibles que unen las orillas.
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Necesitamos dar más espacio a nuestra “cordialidad”
positiva (pues la hay también negativa) que nos permite ser más generosos,
capaces de mirar hacia delante y hacia arriba, dejar atrás lo que quedó atrás,
y no dejar que el resentimiento alimente la rabia, la rabia el odio, y el odio
la violencia, que destruye la convivencia y sacrifica vidas.
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Las Iglesias, los caminos espirituales, los grupos de
reflexión y acción, especialmente los medios de comunicación y todas las
personas de buena voluntad pueden colaborar en desmontar esta carga negativa. Y
contamos para eso con la fuerza integradora de los contrarios que es el
Espíritu Creador que traviesa la historia y la vida personal de cada uno.
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