CHILE-TRAGEDIAS-KRADIARIO
PRIMERO COMO
TRAGEDIA Y, LUEGO, COMO FARSA
Por Rafael Luis Gumucio Rivas
No sé
cuándo ni cómo se le fue a ocurrir a Pedro de Valdivia instalar un asentamiento
humano en un territorio tan convulsionado por unos fenómenos naturales que
hacen muy difícil la vida : en un lapso muy corto, pasamos de terremotos y/o
maremotos, a inundaciones, a erupción de volcanes – que en Chile hay por
centenas y todos muy jóvenes -, pero la tragedia se transforma en farsa cuando
comienzan a repetirse los mismos lugares comunes, es decir, que Chile es un
país sísmico, desértico, volcánico y otros, y que, por consiguiente, debiera
existir una política de diagnóstico permanente, así como planes de emergencia
debidamente estructurados.
En todos los casos de siniestro terminan pagando los
jefes de la ONEMI, el ministro del Interior e incluso, el Presidente de la
República de turno por negligencias e incapacidad ante los desastres, en este
caso, surgidos desde las entrañas de la tierra, o del “mal criterio” de quienes
fundaron un país en un lugar donde la naturaleza se niega a ser amigable con el
hombre.
.
El homo chilensis ha desarrollado, a través de la historia,
un sentimiento trágico de la vida – para usar la expresión de Miguel de Unamuno
– y en cada tragedia descubrimos el Chile monstruosamente injusto como
consecuencia de la dominación de la oligarquía centralista, cuyo ethos medular
es el desprecio a los ciudadanos que viven en la pobreza, cuyo número asciende
al 90% de la población que, para ellos, no son más que rotos, flojos e
ignorantes.
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Desde el régimen portaliano hasta nuestros días hemos estado
dominados por una plutocracia santiaguina que absorbe gran parte del
presupuesto nacional, y que a partir del contubernio
pinochetista-concertacionista, se ha ido transformando el Estado en un especie
de ogro filantrópico, cuya principal capacidad de gestión se centra en otorgar
bonos de tiempo en tiempo, a fin de lograr popularidad, o bien, calmar la
indignación de la ciudadanía ante tanta injusticia. En cada catástrofe
descubrimos la inhumana inequidad territorial existente en nuestro país.
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Si dirigimos nuestro análisis a la crisis de dominación
oligárquica en la cual estamos inmersos, y que las élites tienden a negar o a
minimizar, se hace también evidente esta mezcla entre tragedia y farsa, que
caracteriza nuestra historia: nada más insensato que el creer que sólo es una
crisis de confianza, que pasará con el tiempo o bien, que una noticia más
contundente en su inmediatez termine por restarle importancia en la agenda
periodística, e ir apagando la justa ira ciudadana. Esta actitud es una muestra
más de que nuestras castas políticas en el poder no entienden que la corrupción
del sistema político emana de la privatización de una actividad cuya esencia es
lo público y, por consiguiente, desde este vicio arraigado no puede surgir otra
cosa que la compra de los políticos en beneficio de las grandes empresas, que
se han apropiado de esta otrora noble actividad, que es la política.
Este sistema, tal como se ha instalado en Chile, es
incompatible con la república y con la democracia, en consecuencia, no pueden
emerger sino príncipes, coroneles, mafiosos, operadores, lobistas, que, por
lógica, se autodenominan dueños del país, al considerarse que son los únicos que
poseen cultura y dinero, y que están rodeados por una masa ignorante y
peligrosa. Hay miles de ejemplos en la historia de Chile para retratar este
terror y desprecio, propio de la oligarquía dominante, respecto de lo que ellos
llaman “los rotos”.
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De la tragedia hemos pasado a la farsa: nada más dantesco,
por ejemplo, que el otrora revolucionario Óscar Guillermo Garretón, que el 11
de septiembre de 1973 aparecía en carteles y diarios de la época como el más
peligroso de los terroristas y sediciosos terroristas marxistas leninistas, hoy
se haya convertido en el patrón de patrones –
cargo muy similar al del famoso Pedro Carmona, el golpista de 2002, en
Venezuela –. Esta farsa esconde la tragedia de la conversión de los antiguos
revolucionarios cristianos del gobierno de la Unidad Popular en los más fanáticos actores y defensores de la
plutocracia. Las filípicas contra las reformas propuestas por el actual
gobierno son más radicales que las de cualquier dirigente empresarial o de la
UDI y, en lo único que se les puede diferenciar es en su carácter sibilino y
cínico.
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En medio de esta crisis también han surgido personajes farsescos como Sebastián Dávalos y
su mujer, Natalia Compagnon que, una vez descubiertos en su ilimitada ambición
de allegar dinero fácil - presuntamente por tráfico de influencias – no se les
escucha más que tonterías que los transforman en el hazme reír de la sociedad y
aumentar su fama de pillines.
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