ESCALONA-OPINIÓN-KRADIARIO
Por Camilo Escalona
NO CORRESPONDE UNA DEFENSA CORPORATIVA
Que la llamada “clase política” atraviesa por un mal
momento, es un lugar común que ya no representa novedad y cada día que pasa se
comienza a repetir como una frase que se usa para todo, como una muletilla para
fines muy diferentes unos de otros.
Sin embargo, el problema es real, hay una situación de
descrédito que afecta severamente al sistema político del país. Los datos que
han surgido de las indagaciones del Ministerio Público y del Servicio de
Impuestos Internos, sobre financiamiento irregular y/o ilegal de numerosas
campañas electorales, ha servido para que la ciudadanía sienta que se confirman
graves sospechas: que la política es sucia y que se ha enlodado
irreparablemente.
Mas aún, una seguidilla de nuevos hechos, como las
comparecencias de los declarantes en los casos Penta, Caval, y ahora
filtraciones, indagaciones o rumores relativos a la participación de la empresa
Soquimich en la entrega de abultados dineros irregulares, parecen constituir
una turbia historia de nunca acabar que día tras día sigue desgastando los
componentes de un cuerpo político que se ve sobrepasado por las dimensiones de
su propia pérdida de credibilidad y, por tanto, de su legitimidad y autoridad.
Ante esta realidad, la propia Presidenta Bachelet ha
subrayado que, “lo que está en juego es la democracia”. En este contexto,
resultan muy dañinas y contraproducentes ideas que insinúen o propicien una
defensa corporativa de la clase política.
Desde el país se
percibe que en diversas figuras de ese sector existe un desasosiego, un
nerviosismo, síntomas de culpabilidad que inducen a conductas insensatas.
Una de ellas es la del así denominado “acuerdo nacional”,
entendido como una “salida” para los afectados, que no hace más que alimentar
en la ciudadanía la sospecha que se
planea o diseña una maniobra en la que se concretará esa muy temida y condenada
“defensa corporativa”, que viene a ser una manera de eludir que los
involucrados asuman la responsabilidad que les corresponda.
También ha sido un episodio muy desafortunado, aquel de
ciertos parlamentarios en ajetreos que “bajen” al Servicio de Impuestos
Internos de la tarea legal e institucional que le cabe en la lucha contra los
delitos e ilícitos tributarios.
Aunque surgen airadas negativas, ese ir y venir, refleja ese
deseo, impracticable e insensato del “arreglín”. Son tales ejercicios, los que
al coincidir los protagonistas, provocan las sospechas ciudadanas y horadan la
legitimidad que tendría tal “acuerdo”.
La señal que se genera es muy controvertida, que los
“honorables” recurren a mecanismos que no lo son tanto, cuando se trata de
intereses corporativos en juego.
Esas señales ahondan e incrementan la desconfianza al
incurrirse en afanes que son abiertamente agraviantes para las personas de a
pie, que sienten una conducta violentadora de la igualdad ante la ley,
principio básico del régimen democrático.
Hay quienes no se dan cuenta que de tantos afanes, carentes
de transparencia, hace que la situación se deslice hacia circunstancias que
pueden resultar muy delicadas, el momento en que el sistema político termine
por desautorizarse a sí mismo y surja el grito “que se vayan todos”. Por eso,
en esta hora se requiere el máximo de responsabilidad, lo que exige
transparencia y erradicar las malas prácticas.
Por mucho nerviosismo que haya, la alternativa legítima es
respetar la línea estratégica indicada por la Presidenta Bachelet: que las
instituciones funcionen y que se impida cualquier intento de echar la suciedad
bajo la alfombra. Hay que dignificar la acción política y no ahondar su
descrédito.
El dilema de hoy del sistema político es inédito: es una
exigencia ética; la de contener, reducir y derrotar las malas prácticas. Esa
tarea se inicia con el esfuerzo de reponer la dignidad de la política, lo que
es incompatible con arreglos que escamoteen a la ciudadanía la debida sanción
de las responsabilidades correspondientes.
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