POLÍTICA-OPINIÓN-KRADIARIO
JAQUE AL
REY (O A LA REINA)
Por Rafael
Luis Gumucio Rivas
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En Chile
tenemos una monarquía electiva, por cual todos los poderes recaen en el
presidente o presidenta de la república pues, en el fondo, el parlamento
bicameral es insubstancial en nuestro esquema político. Si hubiésemos contado
con un sistema parlamentario o semipresidencial, la crisis institucional actual
tendría una salida lógica: bastaría con sacar al Primer Ministro y, a continuación,
disolver el parlamento y convocar a nuevas elecciones. En el presidencialismo
latinoamericano, el presidente de la república y el parlamento emanan de la
soberanía popular, en consecuencia, ningún poder puede disolver al otro, se
colige, entonces, que al no existir ningún fusible – como el primer ministro –
la tan repetida salida institucional que pregonan por doquier los integrantes
del gobierno, no existe.
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En el caso
chileno tendríamos que considerar, además, que nos rige una Constitución pétrea
e ilegítima en su origen y ejercicio – por mucho que lleve la firma del ex
Presidente Ricardo Lagos y sus ministros – y que, a diferencia de la francesa,
por ejemplo, la chilena no tiene ninguna salida para dar solución a la crisis
institucional, como una llamada a la decisión soberana de los ciudadanos - plebiscitos y referendos, instituciones
propias de la democracia moderna, incluidos en las Cartas Magnas de muchos
países de América Latina y del resto del mundo -. Sin ir más lejos, la
Constitución chilena de 1925 incluyó el plebiscito para resolver los conflictos
de poder entre el Ejecutivo y el Parlamento. Sería muy oportuno recordar a los
democratacristianos que se oponen a la Asamblea Constituyente, que su líder,
Eduardo Frei Montalva propuso una serie de plebiscitos cuando contaba con una
mayoría en una de las ramas de Congreso, que superaba ampliamente el arbitraje
entre poderes del Estado.
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La
corrupción, por cierto, no es propia de un sistema político determinado, pues
se da tanto en el parlamentarismo – véase España e Italia – como en el
semipresidencialismo – por ejemplo, el caso de los boletas ideológicamente
falsas de Nicolas Sarkozi, – como también en los regímenes presidencialistas
latinoamericanos – es el caso de Brasil, Argentina y Chile en la actualidad -.
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Que los
parlamentos, en general, sufran el rechazo popular, es algo de común ocurrencia
en casi todos los países del mundo. En el caso chileno, basta leer, así sea
someramente la historia para constatar el número de veces en que el pueblo ha
pedido “a cerrar, a cerrar, el Congreso nacional”, protesta cuyo antecedente
más actual se remonta al “tanquetazo”, días antes del golpe militar de 1973.
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Al parecer,
aquellos ciudadanos que eran renuentes
al llamado a un plebiscito para convocar a una Asamblea Constituyente, están
convenciéndose que esta es, hoy por hoy, la única salida institucional a la
grave crisis moral que nos afecta a todos y que amenaza a la muy débil
democracia que tenemos – si es que la podemos denominar de esta manera -.
Es cierto
que la plutocracia chilena en el poder es muy conservadora y, en consecuencia,
va a costar mucho esfuerzo dialógico para hacerla comprender que la Asamblea
Constituyente es consubstancial a la democracia moderna – desde la
independencia estadounidense hasta nuestros días – y que el caso chileno, en
pleno siglo XXI, es una anomalía histórica, es decir, es un país anormal.
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Es lógico
que en una monarquía presidencial electiva absoluta, sólo el rey o la reina sea
el único personaje que tenga el poder suficiente para liderar la salida a una
crisis. En nuestro caso actual, lo más grave es que la Presidenta Bachelet está
inmovilizada a causa del drama ocasionado, especialmente, por la “frescura” de
su hijo y nuera.
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Antes de
asomar ante la opinión pública los graves escándalos desde las privatizaciones
de Pinochet, cientistas políticas, periodistas y opinólogos, podríamos haber
creído, ingenuamente, que todo el poder político residía en el monarca de
turno, pero cabría preguntarse si el mando hoy lo tiene el Ejecutivo o,
verdaderamente, lo detentan los controladores del Grupo Penta, SQM, dirigido
por Julio Ponce Lerou y sus recalcitrantes pinochetistas del directorio de las
más grandes empresas en salares y depósitos no metálicas del mundo.
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En 1910 el
educador Alejandro Venegas, muchos años antes de que el historiador Hernán
Ramírez Necochea escribiera su famosa
obra Balmaceda y la contrarrevolución de 1891, sostuvo la tesis sobre la
existencia del soborno a parlamentarios
por parte del rey del “rey del salitre”, John Thomas North, y hoy, más de una
siglo de estos acontecimientos que desangraron a Chile, nuevamente los dueños
de las grandes empresas se han comprado el poder político a su antojo,
convirtiendo la democracia electoral en una democracia bancaria, lo cual hace
muy difícil que el poder político recupere la legitimidad moral, imprescindible
para el funcionamiento cabal de una democracia que pueda tener el nombre de
tal.
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