OPINIÓN-CHILE-KRADIARIO
¿Y RESUCITARÁ?
"Nunca hubo en la historia política de Chile un
liderazgo erigido sobre características tan directamente personales como el de
Bachelet. Así las cosas, una conducta equivocada basta para que el hechizo se
esfume..."
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Por Carlos Peña
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La última encuesta Adimark muestra la imagen de la
Presidenta por los suelos. Y si bien esto ya le había ocurrido antes, nunca la
caída en aprobación y en atributos fue tan grande y tan abrupta.
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Hay varias explicaciones para el fenómeno.
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La más obvia es biográfica. La Presidenta construyó su
figura en torno a su historia personal. En la historia política de Chile no hay
otro caso de un político -política en este caso- cuyo éxito se erija sobre
circunstancias directamente personales: empinado sobre los avatares, a veces
trágicos, de su vida personal, y las virtudes que ella revelaba. En la historia
política del siglo XX chileno, los políticos, Frei, Allende, hasta el somero y
enigmático Alessandri, se levantaban sobre una nube de ideas globales que
intentaban inteligir y guiar el futuro. Esas nubes sostenían sus figuras. El
caso de la Presidenta Bachelet es justo al revés. La nube es ella y sobre ella
se levantó un conjunto de ideas, el programa, en cuyo derredor se estructuró la
coalición. Ella atraía, sobre el fondo de su biografía, a la gente, y su
prestigio imantaba a la Nueva Mayoría.
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Todo eso se ha deteriorado.
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Y se ha deteriorado no exactamente por el asunto de su hijo,
sino por su reacción tardía y su falta de reflexión crítica frente a él. No es
la conducta de su hijo, sino la conducta de ella lo que ha acabado dañándola.
Para la política vale lo que Sartre solía decir: no importa tanto lo que han
hecho del hombre, lo que importa es lo que él hace con lo que han hecho de él.
Lo mismo vale para la Presidenta: no importa tanto lo que hacen sus cercanos,
lo que importa es lo que ella hace frente a eso. No es lo que le pasó, sino lo
que ella hizo frente a eso, el problema. Una política cuyo prestigio y cuya
figura se levantan sobre su biografía y su subjetividad, tiene en sus propias
reacciones subjetivas su mayor peligro. Una conducta equivocada basta para
trizar la estructura que hace plausible su figura y el hechizo amenaza con
esfumarse.
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Algo de eso está ocurriendo.
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También la Presidenta está siendo víctima de un proceso que
comenzó hace ya una década y se ha esparcido poco a poco como consecuencia de
la expansión del consumo, el aumento de la individuación y el crecimiento de la
escolaridad: la creciente debilidad de las élites o, si se prefiere, la alerta
frente a los grupos que monopolizan el poder y la virtud, y a quienes la gente
de a pie mira con el parejo anhelo de emularlos y al mismo tiempo verlos caer.
Las demandas de una democracia asilvestrada, que aspira a derogar cualquier
representación, son una expresión exagerada y fantasiosa de ese fenómeno.
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Por supuesto la propia Presidenta atizó esa actitud frente a
las élites y contribuyó a elevar el umbral con que se juzga su comportamiento.
Olvidó un detalle: ella era parte de la élite y está expuesta a la misma
desconfianza.
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Es probable entonces que la Presidenta Bachelet haya
inaugurado un fenómeno que se repetirá una y otra vez en el futuro: la falta de
confianza en los cuadros dirigentes. Es probable que de aquí en delante se
descrea y se recele de ellos. No es, sin embargo, esa confianza muda y
atmosférica que es indispensable para que los países funcionen -o que Hume
llamaba el cemento de la sociedad- lo que está deteriorándose, sino la
confianza en las figuras personales, como la de la Presidenta, que han hecho de
la virtud biográfica la parte principal de sus atributos. Esa desconfianza, si
se mira a largo plazo, no será del todo mala. Si en algo acierta el pensamiento
liberal es en que desconfiar de quienes ejercen el poder no es un vicio, sino
una virtud.
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¿Podrá ella recuperar su imagen como ya ocurrió en el primer
gobierno, cuando tropezó más de una vez?
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Es probable que sí. Pero ya nada volverá a ser igual después
del verano que recién acabó. Este tipo de cosas son como el plato roto de
Fitzgerald. Se podrán reunir los pedazos con paciencia, pegarlos con esmero uno
junto al otro y reconstruir el conjunto.
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Pero el plato ya nunca será el mismo.
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(*) Columnista estable de El Mercurio.
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