Desde hace más de un mes vemos con alegría desplegarse las fuerzas de la libertad en los países árabes. Primero fue en Túnez, luego el pueblo egipcio lanzó por la borda al dictador eterno. Ahora es el turno de los libios, que a pesar de una sangrienta represión tratan de poner término al peor de los déspotas de nuestro tiempo. Un asesino que no duda en bombardear a su propio pueblo.
¿Quién hace eso para aferrarse con sus garras al poder?. Ni siquiera nuestro criollo Pinochet, se atrevió a tanto, aunque pensó en bombardear la población La Legua,* si aumentaba allí la resistencia contra el golpe.
Pero no todos están muy contentos con este proceso. Las democracias europeas titubean frente a la insurrección libia. Al igual que Obama y Putin muestran una cautela sorprendente frente a los acontecimientos. Francia, Alemania e Italia hacen desde años pingües negocios con Gadafi. No en vano lo recibían y visitaban con abrazos de amistad eterna. Repugna ver en estos días en los canales internacionales a Berlusconi besarlo con efusión y pasear con él en limusina; o a Schroeder sentado en su carpa circense riendo a destajo del dudoso humor del dictador.
Gadafi con Berlusconi |
Les preocupa mucho más mantener el acceso al petróleo de Libia que los deseos de libertad del pueblo. Les aterra un éxodo masivo de los trabajadores que en los últimos años se fueron a Libia a desempeñarse en el petróleo, en aquellos puestos, para los cuales Gadafi fue incapaz de calificar a su propia población. Frattino el Ministro del Exterior de Italia pinta cuadros apocalípticos si el dictador suelta sus riendas ensangrentadas en el país.
Diferente que en Túnez y Egipto la rebelión en Libia no tiene lugar bajo los ojos del mundo. La censura de internet, la no presencia de periodistas internacionales hacen difícil formarse una idea de los alcances de la guerra civil en cierne. Lo que, sin embargo, está fuera de duda es que en Libia no hay una revolución de las flores y los manifestantes no colocan claveles en los fusiles de los soldados. Sería ingenuo pensar que Gadafi, después de 40 años de gobernar con el terror estuviera dispuesto a abandonar su puesto pacíficamente.
El pueblo libio, como muchos otros, está sólo en esta lucha final. Al igual que otros pueblos no olvidará que a menudo la historia de la libertad está regada con sangre, violencia y víctimas.
Pero, independiente de lo que ocurra en los próximos días, Gadafi ya es un dictador muerto caminando. Más temprano que tarde, el pueblo tomará su destino en sus manos, y será más espectacular si lo hace sobre la base de sus propias fuerzas.
Si es así tendrá la autoridad moral para encarar a las democracias occidentales, que por muchos años traicionaron sus ideales de libertad y democracia para hacer negocios con el déspota de Trípolis. También podrán mirar directo en los ojos a los Castros, a Chávez y a Ortega que sin disimulo ni vergüenza se solidarizan hoy con el dictador del terror.
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