En tiempos de grandes desequilibrios de nuestras economías latinoamericanas, el precio del dólar representaba un hito importante para definir las políticas y ajustes de la macroeconomía. Mucha materia gris fue invertida en este tema y los especialistas, políticos y hombres de negocios, debían mantener la vista fija en esa variable de referencia obligada.
En la medida que nuestras políticas se hacen macroeconómicamente más manejables, con cierta autonomía y estandarización y en medio de una fase de multiplicación de las monedas de referencia internacionales, el dólar y sus cuitas ha pasado a ser una más de las
referencias para instalar las políticas internas de cambio, de intercambios y de precios.
La última crisis internacional (de las más de cuarenta crisis que ha sufrido el mundo capitalista, desde finales de los 80), ha vuelto a poner al dólar en el tapete, en las páginas de la prensa especializada y en la mira de los técnicos y políticos; es que en verdad el ramalazo monetario-financiero de las monedas duras fue tremendo.
¿Cuál es la novedad?
Lo que preocupa es qué hará Estados Unidos ante la nueva realidad que debe afrontar. Esa nueva realidad es que su economía real es menos competitiva que la de Asia; que las inversiones europeas ya no alimentan la economía estadounidense; que Japón tampoco mira ni obedece a las presiones norteamericanas y que los regionalismos cierran sus puertas ante las amenazas de un mercado mundial cada vez más veleidoso, incierto y amenazante.
Europa y su potente Euro, comienza, luego de seguir en parte las políticas globales de la priorización financiara, a caer en la cuenta que también la inestabilidad global ha tocado a su puerta, sus economías y su gente, lo cual puede llegar a desestabilizar su sistema político y la legitimación del estado de bienestar, hasta ahora vigente con más o menos profundidad y constancia.
Mientras las monedas de la región asiática ya comienzan a ser consideradas en su propio mundo financiero y de mercados más cercanos, no huelga decir que son los excedentes del Asia los que financian ahora las insuficiencias de las economías del capitalismo occidental, y eso ya impone una tendencia, al parecer, irrevocable.
En consecuencia, el dólar será una moneda de referencia aún importante, pero no la única, y derivará a una importancia bastante más gregaria con respecto a otras referencias. En lo inmediato, lo que suceda con el dólar dependerá de la estrategia de EE.UU. y de Europa. El Asia debe seguir la exitosa trayectoria actual, matizada con correcciones progresivas para mantener su competitividad externa y para evitar recalentamientos al interior de sus economías.
¿Qué conviene a EE.UU.?
Si se devalúa el dólar, se encarecen los productos importados, alivia sus demandas externas y fomenta la competitividad productiva de su economía, generando nuevas oportunidades de trabajo y empleo, que se perdieron en esta escalada de privilegiar el consumo importado, financiado por las burbujas bursátiles e inmobiliarias.
En Chile, el dólar está condenado a mantenerse en niveles bajos, mientras se mantenga el boom de los precios de las materias primas en los mercados mundiales. Lo único que podría incrementar el precio del dólar a nivel nacional, es la elevación de las presiones internacionales de los precios de los bienes importados y la de los no transables, pero que también se cotejan con referentes internacionales.
Estos dos fenómenos estarán presentes de manera simultánea, lo que es probable que lleve el precio del dólar a valores que rodearán los 500 pesos, en el segundo semestre del presente año.
La inflación de origen externo viene y con fuerza. La demanda asiática está generando una fuerte presión sobre diversos productos básicos y el desastre climático ya está impidiendo suministrar los recursos que antes daban cobertura a los mercados mundiales, sobre todo en al área de alimentos.
El Banco Central de Chile, ha tenido una postura bastante ortodoxa en términos de privilegiar la lucha contra el alza de los precios, por tanto ya se hace evidente que habrá restricción de circulante (disminución del gasto público) y elevación de tasas de interés, lo que es probable que genere una caída en la actividad económica, justo en un momento en que Chile necesita invertir fuertemente en infraestructura pública y privada, producto del desastre natural del 27 de febrero del 2010.
Una disminución de la actividad interna, por temor a unos puntos más en términos de inflación, puede llevar a retrasar la recuperación post-terremoto y a mantener ociosa una parte de la disponibilidad de dólares, lo que ayuda a bajar su precio de referencia, pero simultáneamente puede mantener la inflación igualmente alta, dado que las presiones no se deben a exceso de consumo interno sino a elevación de precios internacionales y, en eso, el Banco Central poco puede hacer, excepto asfixiar al consumo interno, lo que no traerá beneficios a nadie.
También se debe considerar el diferencial de tasas de interés comparado con los mercados internacionales, pues un diferencial atractivo inducirá a los inversionistas golondrinas a traer dólares a Chile y aprovechar diferencias con otros mercados, lo que bajaría aún más el precio del dólar. No está de más recordar que producto del tratado con EE UU Chile eliminó el encaje obligatorio, el que le protegía justamente de los capitales oportunistas.
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