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sábado, 9 de octubre de 2010

El Poder


“La política es un acto de equilibrio entre los que quieren entrar y aquellos que no quieren salir”
Jacques Benigne Bossuet

Por Eugenio Alvial Díaz

Poder, fama y riqueza, el trío de oro en los sueños y ambiciones de tantos y tantos, ya sea en el pasado, como hoy, y seguramente hasta que exista el hombre.

Las intrigas, las calumnias, las traiciones, los contubernios, las guerras y tantas otras maniobras para llegar al poder y mandar a un grupo de personas, una nación o tal vez, un continente, han sido y son los medios, aparte de las elecciones, que no siempre son democráticas, para conseguirlo.

El Poder, como deliciosa ambrosía, acaricia aterciopeladamente el ego, el orgullo y la vanidad. Allá, en la resplandeciente cima del Monte Olimpo, tratando de vislumbrar el futuro, alguien dice: cuando “Yo ya no esté”, un erudito dejará inscrita en las páginas de la Historia, las virtudes de mi gobierno; mis seguidores abogarán por el bautizo de una avenida principal con mi nombre y a lo mejor, hasta un monumento, ¿por qué no?

Las Escrituras cuentan que Herodes I se mostró muy intranquilo cuando supo del próximo nacimiento de un niño en su reino, el que sería el nuevo rey de los judíos; sintió que temblaba el trono desde el que gobernaba con mano dura; ese niño podría quitarle el poder, entonces, eliminó a los recién nacidos.

Alejandro Magno, de un sablazo cortó por la mitad el nudo Gordiano que se encontraba a la entrada de Frigia y que se interponía en su camino hacia la conquista de Oriente. Otro desafío al Poder.

Hitler no dejaba de mirar, “de reojo”, a su camarada Himmler, que según aquel, quería arrebatarle el Poder.

En fin, un sinnúmero de historias con objetivos parecidos:  la conquista del Poder.

Es de justicia dejar en claro que estas pugnas no se dan solamente en el ámbito político, también abarcan a los militares, religiosos, académicos, organizaciones sociales, etc.

Pero también están las pérdidas del Poder, entre muchas, la de Julio César a manos de Bruto; la de Napoleón en Waterloo; Carlos I, quien perdió trono y cabeza en la Torre de Londres; Luis XVI y Nicolás II a causa del pueblo hambreado; Hitler, a causa de su egolatría, en fin, un sinnumero de caídas sin retorno. Los chinos decían, dentro de su larga experiencia filosófica, que cuando una parte del todo se cae, el resto no está seguro.

Hemos visto y seguimos observando las consecuencias de la pérdida del Poder, por parte de una agrupación política, que tuvo sus momentos de gloria, pero que el triunfo adormeció a sus líderes con el arrullo del éxito, mientras en su entorno, pareciera que resonaba aquella frase: “Después de mi el diluvio”

Entonces, apelando a la imaginación, nos hemos suspendido en el aire, mirando hacia abajo, por sobre una caja de regular tamaño, con gruesas paredes de vidrio, en cuyo interior hay varios personajes: unos corren de un lado para otro; un par vocifera con sus puños alzados; más allá hay uno cabizbajo y otro que toma su cabeza a dos manos mientras deja escapar unas lágrimas; en este otro costado, hay algunos que golpean con furia los vidrios, tratando de romperlos, pero es inútil, porque las paredes de esta caja determina los límites ¿ideológicos? que establecieron los viejos tercios, los cuales están ahí, inamovibles, cuidando que no se vulneren sus añejos principios, porque si así fuere, al parecer, se estaría rompiendo un delicado equilibrio, establecido con otros entes, previamente acordado y que, desgraciadamente, vela sólo por un segmento social. Esto nos hace recordar al Gatopardo.

En las antiguas civilizaciones, según podemos leer, la importancia de los líderes, cuando envejecían era valorada y respetada hasta el punto que, cuando ya no podían gobernar, pasaban a integrar el Consejo de Ancianos que asesoraba o daba opiniones sobre la conveniencia de proyectos que impulsaban los nuevos gobernantes, mas no eran preponderantes: los chinos, los indios, los piel rojas, los vikingos, los romanos con su senatus ,entre otras civilizaciones, daban paso a las nuevas ideas y formas, encarnadas en los jóvenes que habían sido formados por maestros ilustrados, filósofos y académicos.

Creemos, por lo tanto, que sólo los grandes llegan al Poder; poder que no está en una ley, un palacio, un trono o un sillón, si no que en los corazones de todo un pueblo.

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