Foto tomada del Blog Tintapensante |
Por Gabriel Sanhueza Suárez
La décima Conferencia de las Partes de la Convención sobre Diversidad Biológica, acaba de comenzar en Nagoya, Japón. Miles de participantes de 193 países incluidos representantes gubernamentales, líderes empresariales, Organizaciones No Gubernamentales, bajo la batuta de las Naciones Unidas se reúnen para discutir cómo conservar la biodiversidad.
Diversidad biológica o biodiversidad -en ningún caso “biodiversidad biológica” como escribió redundante El Mercurio el pasado martes 19- implica los genes las especies y los ecosistemas que entregan recursos y servicios vitales a la humanidad.
Su importancia es múltiple. De la biodiversidad, tanto silvestre como doméstica, derivan todos los componentes de la dieta humana.
Tiene relevancia económica. Basta con mirar a Chile que es uno de los principales vendedores de biodiversidad del mundo: pesca, bosques, alimentos, vinos, frutas.
Significa medios de subsistencia para las poblaciones locales y sobre todo bien manejada contribuye a la erradicación de la pobreza y al desarrollo sustentable.
Sus componentes son vitales para la salud humana. Más de un tercio de los medicamentos del mundo contienen ingredientes activos extraídos de las plantas y más de 3.000 antibióticos, incluyendo la penicilina y la tetraciclina son obtenidos a partir de microorganismos. ¿Quién sabe si la cura para los males de hoy, como el SIDA, no se encuentra en una planta del bosque nativo chileno?.
La biodiversidad es fundamental en la mantención de los equilibrios ecológicos. Absorbe la contaminación, mantiene la fertilidad y microclima del suelo, purifica el agua, controla la erosión.
Los recursos bióticos juegan un rol en la recreación y en el turismo. Como si fuera poco, con su belleza inspira la creación artística. ¿Y por qué no decirlo?. Favorece el ocio.
Sin embargo, en los últimos 50 años, se han alterado los ecosistemas más rápido y extensamente que en ningún otro lapso de la historia humana. La demanda creciente de alimentos, agua dulce, maderas, fibras y combustible significa una pérdida considerable y en gran medida irreversible de la diversidad de la vida sobre la Tierra.
Chile, no es ninguna excepción. La sobre explotación de recursos naturales, los cambios en el uso del suelo y la contaminación urbana, industrial y agrícola conllevan a la erosión, a la disminución de los caudales y a la sedimentación de los ríos a niveles que impiden que cumplan con sus funciones ecológicas. También a la baja en la pesca, a la pérdida de hábitats naturales, incluyendo el bosque nativo y la degradación del paisaje.
Muchas organizaciones ambientalistas promueven en Nagoya la protección efectiva del 20 por ciento del planeta en 2020. Es decir, la conservación de un quinto de cada uno de los ecosistemas representativos de cada nación. Esta propuesta quiere incluir acuerdos multinacionales sobre las áreas marinas de gran riqueza biológica situadas en aguas internacionales, fuera de la jurisdicción de los países.
Hoy en el mundo las áreas protegidas constituyen el 12% de la superficie terrestre. Chile no alcanza aún el 10 por ciento de la superficie de sus ecosistemas relevantes
Ya el primer día en Nagoya todos concluyeron que la pérdida de la biodiversidad continúa. Muchas de las áreas protegidas que hoy existen no cumplen con objetivos claros de conservación de la diversidad biológica. El sistema actual no es representativo de la relevancia de los ecosistemas. En Chile, por ejemplo, los ecosistemas marinos tienen una representación insignificante.
Y sobre todo, la participación de las comunidades locales, muchas veces indígenas, tanto en la creación como en la administración de las áreas protegidas es insuficiente.
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