Nota de la Redacción de Krohne Archiv (K): El siguiente artículo se compone de dos partes: La primera, que fue publicada en la edición del 3 de octubre pasado y que repetimos a continuación y la segunda parte que ya entregamos antes también en esta edición.
Por Hugo Latorre Fuenzalida
Primera parte
La medicina industrial, que es la que ahora tenemos, tiende a responsabilizar al individuo de sus males de salud; es decir carga la responsabilidad sobre las enfermedades que lo aquejan a sus hábitos de vida, a su descuido y a sus neurosis.
¿Pero es tan así la realidad?
Los griegos tenían un sentido más holístico de la salud; desde la doctrina estoica ya se predicaba una vida sana, como secreto para una salud buena. Comer poco, sólo cosas naturales y control sobre sí mismo y sobre el entorno. Es decir, una especie de armonía interior y exterior, para poder mantener al organismo con funcionalidad óptima.
La escuela epicúrea predicaba el equilibrio entre vida corporal y mental, para llegar a la “ataraxia”, que era la plena conformidad y armonía de vida.
Los dionisiacos se permitían ciertos excesos celebrativos, pero como parte contributiva a una vida transida de alegrías y no puros deberes.
La escuela moderna de medicina europea, en su anamnesis (revisión hacia atrás) y en sus tratamientos siempre buscó causas integradoras de las enfermedades y también propuso tratamientos no puramente curativos, sino preventivos y correctivos de los trastornos.
Pero con el avance de los elementos tecnológicos de diagnóstico, propio de un estilo “estadounidense” de abordar la salud: rayos, activadores químicos, moleculares, electrónicos, isótopos radioactivos, etc. la medicina ha ido derivando cada vez más a la diagnosis desintegrada o particularizada del cuerpo humano, incluso de sus órganos.
El incremento de la investigación en medicina, hace imposible que un facultativo domine todos los campos del saber médico, lo que ha obligado a la especialización y a la subespecialización. Los traumatólogos, ahora, ya no son especialistas del campo traumatológico, ya son expertos sólo en rodilla, en manos, en columna, en máxilofacial, en imagenología, etc.
Siguiendo el paradigma (referente teorético) del industrialismo y su descomposición Taylorista de la producción y el trabajo, la medicina también ha estructurado una verdadera descomposición del trabajo médico; no sólo ha dividido el cuerpo en partes sino que la medicina, como un todo, está fragmentada en áreas totalmente separadas, donde ese pobre humano, que posee un organismo articulado y no descoyuntado en segmentos, se ve obligado a recurrir a esos encasillamientos o compartimentos en que hoy se fraccionan los servicios de atención a la salud.
Existe, en consecuencia, la industria farmacológica, que se divide en laboratorios de fabricación y las cadenas de distribución al consumidor, es decir las farmacias. Entre ellas se ha ido produciendo la misma estructura que en la industria propiamente económica, es decir verdaderas alianzas, trusts y colusiones productivas y comerciales que las hacen tremendamente oligopólicas y muy competitivas.
Estas alianzas se extienden también hasta las universidades e institutos de investigación, pues los laboratorios farmacéuticos establecen acuerdos con estos organismos dedicados a la formación de especialistas que desarrollan en las etapas de postgrado ciertas líneas de investigación, para compartir las patentes y financiar laboratorios y personal, con tal de quedarse, finalmente, con gruesa parte del provecho económico de los nuevos descubrimientos en el campo de su interés. De esa manera, captan especialistas, aseguran líneas de trabajo, pagan postgrados a alumnos prometedores y financian parte de los gastos de las universidades, en equipamiento.
También los laboratorios se esmeran en instalar campañas para promover sus productos. No escatiman gastos en visitadores médicos y lujosa documentación ad-hoc, con trabajos investigativos que avalan las bondades del medicamento, realizado por expertos vinculados a sus alianzas estratégicas, pero donde pocas veces se citan los cuestionamientos al mismo.
Este despliegue publicitario incluye comisiones a los vendedores de las farmacias y presión sobre los facultativos para que favorezcan la prescripción de dichos productos.
Por otra parte, la industria de equipos médicos conforma otra área de gran rentabilidad económica. No es un misterio que la industria de la medicina técnica ha ayudado a resolver un gran número de diagnósticos y tratamientos que antes no se podían abordar. La aparatología médica marcha hacia la nanotecnología, lo que permite una acción más eficaz y menos invasiva del cuerpo.
Todo esto está bien y parece loable como avance humano hacia una mejor calidad de vida para los enfermos. Pero el problema no está ahí. El problema está en saber por qué la población se enferma tanto, de tantas cosas y cuesta tanto tratarlas.
Un conjunto de médicos de Centroamérica, El Caribe y México se dedicaron a investigar este tema por allá por los años 80 del siglo XX. Tal vez lo que gatilló el interés fue su afiliación a tesis y categorías marxistas de análisis de la realidad social, la que deseaban trasladar de manera efectiva y eficiente al campo de la salud.
Luego de revisar la epidemiología histórica, con sus patologías, pestes y mortandades, pudieron instalar la hipótesis de trabajo que las enfermedades no derivan sólo de factores individuales y ambientales o ecología de la salud, sino que había determinantes organizativos, en lo social, que estaban actuando como factores causales efectivos de las enfermedades de alta incidencia, no sólo de las enfermedades históricas sino también de las enfermedades llamadas “modernas”.
De ahí deriva la tesis de que existe en las enfermedades actuales una alta incidencia de una real “causalidad social”.
Es un hecho que las sociedades pobres tienen diversas patologías, pero la mayoría de ellas son por carencias; así como las sociedades opulentas exhiben perfiles de patologías distintos y fundamentalmente causados por excesos.
Es indiscutible que el sedentarismo físico y el estrés, propios del hombre moderno, habitante urbano y gran objeto de consumo industrial, es víctima de enfermedades que se han vuelto epidemiologicamente significativos: enfermedades cardiovasculares, trastornos gastroenterológicos, cáncer, traumatología, enfermedades degenerativas, trastornos de la conducta, etc.
El problema está en que la lógica de la producción y el consumo industrial ocasiona en la salud una verdadera cadena sistémica con inputs (factor productor de enfermedad) y aparato de respuesta curativa (output). De esta manera la enfermedad se transforma en un negocio muy productivo, por lo masivo y por los elevados costos que lleva implícito su abordamiento. Así es que, por una parte la sociedad va generando los enfermos y por otro lado va creando los sistemas de curación, sin parar mientes en frenar la causalidad como estrategia racional para abordar el tema de la salud-enfermedad en las sociedades humanas.
Si la economía urbana del automóvil privado multiplica las víctimas por accidentes, la respuesta que da la lógica industrial no va dirigida a asegurar un transporte público más seguro, eficiente y económico sino en aumentar los centros dotados de especialistas en prótesis, traumatología, etc.
Tanto la industria farmacológica, la industria de aparatología médica y los sistemas de atención al paciente (servicios médicos), se han constituido en los más especulativos y rentables de todas las actividades económicas, con excepción tal vez de la industria de armamentos y otras actividades que operan fuera de la ley.
Unos investigadores estadounidenses realizaron un estudio por los años 80 en Venezuela para determinar cuáles eran los costos implícitos en la traumatología, derivada de la accidentabilidad, por el uso del automóvil. Pues el resultado fue sorprendente: era superior a todo el presupuesto de la seguridad social, cada año. En ese estudio se incorporaban las pérdidas físicas o materiales, más el lucro ocioso por convalecencia, muertes, daños a la propiedad y seguros comprometidos, amén de los costos médicos.
Como podemos apreciar, la organización supuestamente “racional” de la sociedad moderna, produce sus propias antinomias, donde pareciera que Lucifer se ha ocupado en meter su cola.
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