Por Hugo Latorre Fuenzalida
Segunda Parte
Las determinantes sociales de la enfermedad, se pueden encontrar no sólo en el caso de las patologías traumatológicas, derivadas del uso masivo del automóvil y de las aglomeraciones urbanas. También se pueden encontrar en diversos hábitos de consumo moderno: alimentación,("chatarra”); tabaquismo,acoholismo,drogadicción, etc.
1.- Si tomamos el caso de la alimentación inadecuada, altamente calórica y con perjudiciales componentes grasos o químicos, podemos investigar las condiciones sociales que hacen la causalidad claramente de determinación social.
La industria alimenticia, funciona en competencia de mercado con la alimentación tradicional, o del hogar, la llamada comida tradicional. Pero veamos cuál es la ventaja que lleva la llamada comida industrial o “chatarra” sobre la alimentación “casera” o convencional.
Primero, están los costos: supongamos que al obrero o empleado, de ingresos bajos, se le otorga un cheque restaurante, con el cual debe cubrir su costo de almuerzo, cada día, y este cheque es de un monto cercano a los $ 2.000. El empleado u obrero sale en su hora de colación y recorre la oferta de restaurantes y percibe que el servicio de un plato de comida en mesa o de autoservicio, pero de comida “casera”, le impone un costo de $ 2.500; en cambio en un local de comida rápida se le ofrece un “combo” que contiene “hamburguesa, paquete de papas fritas y bebida gaseosa” por un total de $ 1.200. Entonces, si usted hace una encuesta verá que la gran mayoría de los trabajadores, sobre todo los que reciben ingresos bajos, optarán por la comida “chatarra” y se ahorrarán los $ 1.300 pesos diarios para ocuparlos en cubrir las compras del mercado semanal, para proveer, de esta manera, alimentos al resto de la familia.
Por otra parte, la publicidad de la industria de alimentos “chatarra”, hace convincentemente más atractiva la ingesta de ese tipo de alimento, generando hábitos de consumo sesgados hacia esa industria y sus ofertas. En consecuencia, las nuevas generaciones, desde la niñez, están siendo atrapadas publicitariamente en el consumo de alimento industrial, altamente saborizado y tremendamente calórico, el cual se promueve como gratificante, nutritivo y económico. Basta preguntar las preferencias alimentarias de los niños y se podrá proyectar el futuro de esos consumidores. Si a esto se le agrega una nula educación sobre el buen comer y la precariedad del ingreso de esas mayorías asalariadas, entonces por razones de convicción, de costos y de ingresos, esa inmensa población será llevada, determinada y altamente condicionada, por la estructura organizativa de la sociedad industrial, a ser un consumidor de alimentos que importan riesgos a la salud futura.
Para producir un cambio sustantivo y socialmente significativo en este tipo de patologías, se requiere no sólo educar para cambiar hábitos; será exigencia inevitable abordar las determinantes organizativas y económicas de la sociedad que están detrás del problema. Es por eso que el sistema de salud no es suficiente para atacar estos males de causalidad social, pues para abordarlos se requiere ir más allá del sector salud propiamente tal; se requiere atacar las determinantes económicas y culturales que están causando el sesgo de consumo industrial; se requiere atacar la precariedad del ingreso, que lleva a buscar ahorros momentáneos, pero a costa de la propia salud futura. Entonces el sistema opta por intentar cambiar la cultura alimentaria; pero ya se sabe que eso puede ayudar, pero no derrota a la causalidad económica y ésta es la que prevalece al momento de optar; es decir la economía es el factor que determina a los otros, pues es el que define la jerarquía de prioridades; por el elemental “primum vivere”.
2.- Los hábitos perversos, como el fumar, el beber alcohol y el usar drogas duras, conforma el otro círculo de causalidades sociales, claramente evidenciables.
Todos estos hábitos están ligados a elementos de “imitación” o “inducción” o también de “seducción”, donde los patrones de conducta socialmente “prestigiados” permiten a las personas integrarse a sus círculos sociales acomodando sus hábitos de consumo a un estándar aceptado y facilitador.
No tenemos que investigar mucho para deducir que los jóvenes que se incorporan al consumo de alcohol, drogas o cigarrillos, lo hacen por una motivación esencialmente social: ser aceptado como un miembro capaz de acoger los hábitos socializados anteriormente en su medio.
Hay en esto un factor de imitación a los referentes exitosos de la exhibición cultural: no es un misterio que las películas de los años 30 al 70, mostraban a las estrellas de cine fumando y bebiendo de manera casi compulsiva. Esa conducta debía ser imitada por una sociedad de masa que pretende incorporar los hábitos dados como de “prestigio” y de definición de una personalidad desafiante.
Los cambios de la estructura urbana, con la dispersión de las viviendas y el alejamiento de los hijos en mayor cantidad de tiempo, define un relajamiento del control familiar sobre la normativa de conducta de los muchachos, desde temprana edad. Esto hace a los jóvenes más exigidos a buscar por cuenta propia los mecanismos de aceptación social y de identidad generacional, lo que impone una libertad mayor para establecer nuevos hábitos y nuevas legitimaciones en el consumo y en la ética de vida.
Junto a esta nueva realidad organizativa de la vida urbana moderna, se debe sumar la presión de trabajo y de estudio, las exigencias de superación en una sociedad que premia por el exitismo de los resultados visibles; también la sociedad competitiva impone una informalización e inestabilidad laboral, que desarrolla estados de angustia o estrés, que deprime el sistema inmunitario y es capaz de generar trastornos psíquicos.
Bien se conoce el efecto “tranquilizador” o liberador de tensiones que relatan los que sufren el hábito de fumar o beber alcohol. Estudios actuales parecen asociar estadísticamente de manera positiva a las personalidades nerviosas o depresivas con el hábito compulsivo del tabaco y el alcohol. Si a esa precondición biológica se le incorpora la seducción publicitaria de empresas tan poderosas como las del tabaco y las de bebidas alcohólicas, tendremos la fórmula para redondear un diagnóstico de causalidad económico-cultural y organizativa, que viene a ratificar nuestro postulado de la determinante social del problema.
3.- La inserción laboral, es otro de los factores de salud-enfermedad que es digno de ser considerado desde esta categoría superior de análisis.
La reciente tragedia de los 33 mineros de Atacama, que fueron sepultados por un derrumbe, nos presenta un ejemplo de los riesgos específicos a la salud por cada área de trabajo.
Uno de los 33 durante el encierro. |
Se da una jerarquía económica (capitalización de la empresa), que condiciona una jerarquía laboral (nivel de salarios) y de seguridad (capacidad negociadora integral). El Estado, en este sistema de vocación subsidiaria, relaja la voluntad reguladora y deja a la libre iniciativa la capacidad de emprendimiento; entonces invierte poco y se hace poco efectivo a la hora de supervisar que el trabajo contenga y aplique de manera efectiva las normas igualitarias de seguridad laboral (insuficiencia jurídica y técnica).
En conclusión, la mortalidad y accidentabilidad, de los trabajadores, será claramente mayor en la medida que la empresa sea más pequeña y menos capitalizada, pues claramente tiene menos capacidad de invertir en los niveles de seguridad que se exigen a las empresas mayores.
Trabajo minero primitivo |
Por otra parte, en los países más pobres, los accidentes son siempre más numerosos y los trabajadores que son víctimas del trabajo minero son muchos más que lo que pueden sufrir sus pares en los países ricos, con mayores estándares ambiental y de seguridad.
Hay investigadores que se han dedicado a trabajar cada uno de estos ámbitos, sus resultados son concluyentes, pero los paradigmas de la salud se ven limitados a su quehacer, y sin embargo la respuesta está en una nueva propuesta que aborde integralmente el problema de la salud y la enfermedad, en que se reconoce que la causalidad biológica es reforzada por la condicionalidad ambiental, pero es determinada en los grandes números por los factores organizativos de la sociedad.
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