Alemania celebra hoy con una gran fiesta en Berlín una fecha histórica: La reunificación que se logró hace veinte años tras la caida del Muro de Berlín en 1989 y la disolución posterior de la República Democrática Alemana. El redactor jefe de la Deutsche Welle, Marc Koch, analiza las dos decadas que cumple hoy la nueva Alemania.
En la celebración de este aniversario dominan las estadísticas: datos y cifras que dan cuenta de la situación en la que hoy, 20 años después de la reunificación, se encuentra Alemania. Y es lo correcto: muchas de esas estadísticas demuestran que en los últimos dos años también se han cometido errores, que las injusticias persisten, que el desempleo en el este del país duplica al del oeste, que la remuneración por el mismo trabajo sigue siendo más alta en la parte occidental de Alemania que en la oriental. Todo esto puede leerse en un sinfín de inteligentes estudios científicos, pero ¿qué dice realmente del país posterior a la reunificación? No mucho.
Históricamente único
El principal y todavía inconcluso proyecto de la historia de la posguerra alemana no se deja, sin embargo, medir en cifras. Claro está que los ciudadanos de la antigua república occidental notan el peso financiero que generan, y continuarán por largo tiempo generando, las transferencias millonarias a la Alemania oriental. Y aún mayor fue el desafío al que tuvo que hacer frente la gente en la RDA, cuando, colapsado el Estado social, política y económicamente, se vio obligada a empezar una nueva vida totalmente de cero.
Pero los éxitos siguen sin recibir el reconocimiento merecido en la opinión pública alemana. Por el contrario, se lamenta demasiado, y eso a pesar de que las quejas, 20 años más tarde, no son más que el reflejo de puros intereses políticos. Tanto en el oeste como en el este. Nadie podía esperar realmente que en sólo dos décadas dos sistemas sociales tan distintos como los de la RFA y la RDA pudieran llegar a ser uno por completo. Quien exige que pasados 20 años no se perciba ni una sola diferencia entre el este y el oeste, no ha comprendido la verdadera dimensión de un acontecimiento inaudito e históricamente único.
No es momento para experimentos
Todo esto no pone en absoluto en tela de juicio el hecho de que, entre el día en que cayó el Muro de Berlín y el 3 de octubre de 1990, se cometieron muchos errores y muchas situaciones se valoraron incorrectamente.
Hoy reina el consenso de que los arquitectos de la reunificación alemana carecían en aquel momento de tiempo para practicar experimentos, de tiempo para llevar a cabo una aproximación pausada de los dos Estados. En un instante en el que el orden mundial hasta la fecha conocido vivía transformaciones profundas, tenían que aprovechar la oportunidad única que les brindaba la historia, y así lo hicieron.
Por supuesto que fue apresurado prometer que la unidad acontecería en pocos años y a un precio moderado, tal y como aseguró el ex canciller Helmut Kohl en 1990. Esas palabras han sobrevivido hasta la actualidad y ofrecen munición para muchas discusiones, pero no pueden menguar los méritos de Kohl y de todos los que encauzaron la unidad alemana.
Alemania se ha beneficiado de la reunificación en todos los aspectos. De esto forma también parte- y no es poco- el que en los últimos 20 años el país se haya vuelto más abierto, colorido, vivaz y relajado. Ha aprendido a enfrentarse a las contradicciones, a las preguntas candentes y a los conflictos sociales, y ha dejado de esconderlos bajo la alfombra.
Y no trata de pescar respuestas en aguas turbias; abre los ojos, reflexiona, mira y pregunta. Alemania es un laboratorio, una sociedad en el centro de Europa sometida a constantes cambios, retos y nuevas experiencias. También ésta es una de las consecuencias de la reunificación. Y dice más de este país que todas las estadísticas.
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