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viernes, 13 de marzo de 2015

LA CONSTITUCIÓN, EL ESTADO Y EL DERECHO: AL ENCUENTRO DE UNA NUEVA LEGITIMIDAD

Por Hugo Latorre  Fuenzalida


Desde Platón, pasando por Rousseau, Hobbes y Kant, la filosofía política  ha entendido el concepto de los derechos del hombre de manera cada vez más clara y  de forma también más contundente.
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Lo que sucede con la política,  que gobierna a los hombres,  es que viene siendo como el clima inestable de los trópicos, donde las construcciones hechas para disfrute del sol generoso de la libertad y la bondad receptiva de la naturaleza, de pronto son barridas como por trombas metereológicas  que dejan su  huella de devastación y olvido, y pareciera que nada  hubiese acontecido antes de la asonada.
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Entonces los hombres comienzan a vivir como si la naturaleza fuese siempre bravía y restrictiva, como si el sueño de las libertades gozadas fuese pura utopía ingenua e irreal. De esta forma, la larga noche de la coerción impera como normalidad y el silencio sobre las construcciones teóricas surgidas de la fase expansiva de la libertad son silenciadas, pues la servidumbre instalada como norma siempre es propicia para las minorías cuya voluntad se ha hecho razón argumental de  cierta forma ilegítima de dominio social.
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Rousseau fue el primer pensador que soñó con la autonomía del individuo y que predicó que esa autonomía debía reflejarse en la política mediante la Ley. Decía que el hombre no debía delegar en ninguna otra autoridad su libertad y sus derechos, que sólo la ley que él aceptaba en plena conciencia era válida  y debía acatar en lo que llamó el “Contrato social”. Pero ese contrato no debía imponer ningún menoscabo de su derecho individual y social, por tanto ese “contrato” debía ser ratificado cada día de la vida como ciudadano, para que se perfeccionara en las inevitables cargas de inequidad que la práctica del derecho adquiere en sociedades imperfectas.
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Aunque Rousseau se defendía de quienes le acusaban de ser un romántico con aprontes de visionario, por pretender que el estado de naturaleza originaria se debía recuperar para que el hombre alcanzara su plena felicidad (sostenía que eso era necesario para poner en perspectiva el error que la historia humana ha impuesto, deformando y anulando la dignidad y el derecho natural de los hombres al crear formas sociales de sometimiento y menoscabo, es decir que la sociedad corrompe al hombre, porque la sociedad se ha corrompido). Así, planteaba  en su defensa, que la historia humana jamás regresa, que siempre se dirige hacia adelante; pero en este tema, es al fundamento originario de dignidad y libertad natural  al que apela Rousseau como símbolo de su humanismo dirigido a una visión de futuro deseable, no de pasado añorable (“Rousseau contra Jean Jacques”).

Pero a pesar de este decir, lo cierto es que existen procesos varios de “restauraciones” en la historia, y la restauración es casi siempre una marcha hacia atrás.
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La restauración del antiguo régimen con los Bonaparte en Francia, con Maximiliano de Habsburgo en México,  en España con Franco y el rey Juan Carlos de Borbón; también en Chile con Pinochet y la neoderecha tutelar, procesos en que se retorna a períodos que se creyeron superados,  conformando una nueva segmentación social y un retroceso cultural como de pensamiento político.
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Kant, que admiró y se inspiró en muchas de las obras de Rousseau, plantea el mismo espíritu de las leyes, es decir que toda norma legal que individualmente el hombre acepte y acate como justa, debe tener  la exigencia de ser igualmente aceptable y aplicable al universo de los hombres. Es decir, expresa lo mismo que Rousseau, aunque con escritura más rigurosamente exacta, lo que es propio de Kant (“Crítica de la razón práctica”).
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En consecuencia, toda ley que sólo representa el interés de una fracción y se impone al universo de manera unívoca y sesgada, simplemente es ilegítima y el ciudadano puede rechazarla o combatirla con plenos derechos.
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Pero quizás Rousseau tenía razón y estas especies de retrocesos o restauraciones de viejos tiempos no son más que el paréntesis que se toma la historia para luego borrar el error de manera más contundente y categórica.
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Chile ha vivido desde la dictadura un retroceso enorme, desde el concepto de ciudadanía, de humanismo y del derecho. La llamada transición democrática, que adoptó el modelo oligárquico de decisión política, no logró dar satisfacción a las demandas de integración y e    quidad en la ciudadanía. El excesivo poder acumulado en una fracción demasiado estrecha de las élites y la falta de “circulación de las mismas élites” (Pareto), generó una “circularidad” estancada y  en acelerada descomposición,  y ni siquiera  logró superar las bases corruptas inauguradas en dictadura, como tampoco avanzó en brindar un nivel de bienestar socialmente aceptable.
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La pérdida de aceptación del universo político instalado desde hace 45 años, por parte de la gran mayoría de los ciudadanos, está llevando a una peligrosa ilegitimidad del sistema. Ello puede desembocar en un endurecimiento de los elementos represivos que puede usar la dirigencia de turno o  puede llevar a una especie de resistencia civil, de distinta intensidad, sin descartar las salidas peregrinas de liderazgos poco preparados para asumir los desafíos reales de una sociedad democrática, de las que ya hay escuela en nuestra América Latina.

En consecuencia, Rousseau y Kant, si vivieran hoy, plantearían el recurso de relegitimar la ley del contrato social para reacreditar la democracia en su fuero propio de legitimidad.

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