LA CONSTITUCIÓN, EL ESTADO Y EL DERECHO: AL ENCUENTRO DE
UNA NUEVA LEGITIMIDAD
Por Hugo Latorre Fuenzalida
Desde Platón, pasando por Rousseau, Hobbes y Kant, la
filosofía política ha entendido el
concepto de los derechos del hombre de manera cada vez más clara y de forma también más contundente.
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Lo que sucede con la política, que gobierna a los hombres, es que viene siendo como el clima inestable
de los trópicos, donde las construcciones hechas para disfrute del sol generoso
de la libertad y la bondad receptiva de la naturaleza, de pronto son barridas
como por trombas metereológicas que
dejan su huella de devastación y olvido,
y pareciera que nada hubiese acontecido
antes de la asonada.
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Entonces los hombres comienzan a vivir como si la
naturaleza fuese siempre bravía y restrictiva, como si el sueño de las
libertades gozadas fuese pura utopía ingenua e irreal. De esta forma, la larga
noche de la coerción impera como normalidad y el silencio sobre las
construcciones teóricas surgidas de la fase expansiva de la libertad son
silenciadas, pues la servidumbre instalada como norma siempre es propicia para
las minorías cuya voluntad se ha hecho razón argumental de cierta forma ilegítima de dominio social.
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Rousseau fue el primer pensador que soñó con la autonomía
del individuo y que predicó que esa autonomía debía reflejarse en la política
mediante la Ley. Decía que el hombre no debía delegar en ninguna otra autoridad
su libertad y sus derechos, que sólo la ley que él aceptaba en plena conciencia
era válida y debía acatar en lo que
llamó el “Contrato social”. Pero ese contrato no debía imponer ningún menoscabo
de su derecho individual y social, por tanto ese “contrato” debía ser
ratificado cada día de la vida como ciudadano, para que se perfeccionara en las
inevitables cargas de inequidad que la práctica del derecho adquiere en
sociedades imperfectas.
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Aunque Rousseau se defendía de quienes le acusaban de ser
un romántico con aprontes de visionario, por pretender que el estado de
naturaleza originaria se debía recuperar para que el hombre alcanzara su plena
felicidad (sostenía que eso era necesario para poner en perspectiva el error
que la historia humana ha impuesto, deformando y anulando la dignidad y el
derecho natural de los hombres al crear formas sociales de sometimiento y
menoscabo, es decir que la sociedad corrompe al hombre, porque la sociedad se
ha corrompido). Así, planteaba en su
defensa, que la historia humana jamás regresa, que siempre se dirige hacia
adelante; pero en este tema, es al fundamento originario de dignidad y libertad
natural al que apela Rousseau como
símbolo de su humanismo dirigido a una visión de futuro deseable, no de pasado
añorable (“Rousseau contra Jean Jacques”).
Pero a pesar de este decir, lo cierto es que existen
procesos varios de “restauraciones” en la historia, y la restauración es casi
siempre una marcha hacia atrás.
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La restauración del antiguo régimen con los Bonaparte en
Francia, con Maximiliano de Habsburgo en México, en España con Franco y el rey Juan Carlos de
Borbón; también en Chile con Pinochet y la neoderecha tutelar, procesos en que
se retorna a períodos que se creyeron superados, conformando una nueva segmentación social y
un retroceso cultural como de pensamiento político.
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Kant, que admiró y se inspiró en muchas de las obras de
Rousseau, plantea el mismo espíritu de las leyes, es decir que toda norma legal
que individualmente el hombre acepte y acate como justa, debe tener la exigencia de ser igualmente aceptable y aplicable
al universo de los hombres. Es decir, expresa lo mismo que Rousseau, aunque con
escritura más rigurosamente exacta, lo que es propio de Kant (“Crítica de la
razón práctica”).
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En consecuencia, toda ley que sólo representa el interés
de una fracción y se impone al universo de manera unívoca y sesgada,
simplemente es ilegítima y el ciudadano puede rechazarla o combatirla con
plenos derechos.
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Pero quizás Rousseau tenía razón y estas especies de
retrocesos o restauraciones de viejos tiempos no son más que el paréntesis que
se toma la historia para luego borrar el error de manera más contundente y
categórica.
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Chile ha vivido desde la dictadura un retroceso enorme,
desde el concepto de ciudadanía, de humanismo y del derecho. La llamada
transición democrática, que adoptó el modelo oligárquico de decisión política,
no logró dar satisfacción a las demandas de integración y e quidad en la ciudadanía. El excesivo poder
acumulado en una fracción demasiado estrecha de las élites y la falta de
“circulación de las mismas élites” (Pareto), generó una “circularidad”
estancada y en acelerada descomposición,
y ni siquiera logró superar las bases corruptas inauguradas
en dictadura, como tampoco avanzó en brindar un nivel de bienestar socialmente
aceptable.
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La pérdida de aceptación del universo político instalado
desde hace 45 años, por parte de la gran mayoría de los ciudadanos, está
llevando a una peligrosa ilegitimidad del sistema. Ello puede desembocar en un
endurecimiento de los elementos represivos que puede usar la dirigencia de
turno o puede llevar a una especie de
resistencia civil, de distinta intensidad, sin descartar las salidas peregrinas
de liderazgos poco preparados para asumir los desafíos reales de una sociedad
democrática, de las que ya hay escuela en nuestra América Latina.
En consecuencia, Rousseau y Kant, si vivieran hoy,
plantearían el recurso de relegitimar la ley del contrato social para
reacreditar la democracia en su fuero propio de legitimidad.
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