ASAMBLEA CONSTITUYENTE
EN
CHILE, PUERTA
A LA LIBERTAD
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Por Manuel Cabieses Donoso (*)
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Por Manuel Cabieses Donoso (*)
Casi un cuarto de siglo de
retraso tiene la convocatoria a una Asamblea Constituyente que permita a los
chilenos decidir libremente el destino de la nación, y así poner fin al periodo
de dominación oligárquica que abrió el golpe de Estado de septiembre de 1973 y
que no ha terminado.
Esta deuda, que mantiene en
interdicción la soberanía popular, reduciendo los derechos del ciudadano a una
mínima expresión, es todavía más antigua si tomamos como referencia los
compromisos que en los años 80 asumieron todos los partidos políticos, desde
liberales de derecha hasta el MIR, pasando por la Democracia Cristiana y los
partidos Socialista, Comunista, Radical, etc. Asimismo están las declaraciones
pro Constituyente de figuras destacadas de esas colectividades, como Eduardo
Frei Montalva, Patricio Aylwin, Ricardo Lagos, Ricardo Núñez, Hugo Zepeda,
etc.(1)
Para los años 80 -incluso se
registraron opiniones tempranas en los 70-, todos los sectores políticos que se
agrupan hoy en la Concertación de Partidos por la Democracia, más la corriente
liberal que tiene domicilio en Renovación Nacional -y por supuesto el Partido
Comunista-, coincidían en que al recuperar Chile el Estado de derecho “se
crearían las condiciones necesarias para el más pronto funcionamiento de las
instituciones democráticas, particularmente mediante la convocatoria a una
Asamblea Constituyente integrada por las distintas corrientes de opinión y la
adopción de un sistema electoral que garantice la libre, informada y auténtica
expresión de la voluntad ciudadana” (declaración de marzo de 1983).
No obstante, la Concertación
llegó al gobierno en 1990 y permaneció 21 años en La Moneda, disfrutando de las
delicias del poder sin hacer nunca amago de convocar a la Constituyente. Más
bien por el contrario; los dirigentes de esa coalición -que busca retornar al
gobierno este año- se convirtieron en ardientes enemigos de la Asamblea
Constituyente como legítima vía de retorno a una democracia construida por
voluntad libremente expresada de los ciudadanos.
La excusa para este viraje
es el temor de apelar a la soberanía del pueblo en chile
bandera-pueblo-mapuchecada una de las etapas del proceso constituyente
(plebiscito de la convocatoria, elección de los diputados a la Constituyente y
la aprobación -o rechazo- de la nueva Constitución), lo cual pondría en peligro
la gobernabilidad. En buenas cuentas, una defensa cerrada del statu quo cuyos
fundamentos fueron diseñados por la extrema derecha política y empresarial
asociada a la corrupta dictadura militar.
La aspiración de contar -por
primera vez en la historia de Chile- con una Constitución generada con
participación directa de los ciudadanos, ha sido estigmatizada por
politiquillos con ínfulas de repúblicos. En medio de aplausos de la derecha,
han calificado esa solución cívica a la crisis institucional en marcha como
“fumar opio”.
En agosto del año pasado,
bajo presión de la movilización estudiantil, personeros concertacionistas como
el senador Ignacio Walker, presidente de la DC, y el ex presidente de la
República Ricardo Lagos, admitieron la posibilidad de convocar a una Asamblea
Constituyente. Pero retrocedieron casi de inmediato, ante la airada reacción de
El Mercurio -que los condenaba al ostracismo publicitario-. El socialdemócrata
Lagos llegó al extremo de asegurar que si la UDI aceptaba reformar el sistema
electoral binominal “¡se acabó la discusión de la Asamblea Constituyente!”.(2) El demócratacristiano Walker, a su vez, se
disculpó por su herejía y aseguró que la Constituyente era sólo una
“posibilidad” teórica.
Por su parte el Partido
Comunista, que ha cerrado filas con la Concertación en el pacto Nueva Mayoría,
también le saca ahora el cuerpo a la Asamblea Constituyente. En su reemplazo
propone una “asamblea ciudadana” que elabore un pre-proyecto de Constitución.
Algo así como “al de por ver”. En cuanto a la candidata Michelle Bachelet, ha
manifestado que hay que cambiar la Constitución por “vías institucionales”,
negándose a mencionar la Asamblea Constituyente.
La Constitución dictatorial
no consulta el plebiscito y por tanto, respetar el espíritu y letra de su
articulado lleva a un callejón sin salida, que es lo que se propusieron los
redactores de este cepo antidemocrático. A lo sumo permite reformas
superficiales, como las de 2005, que se cocinarían en una comisión bicameral de
los mismos que cierran el paso a la Asamblea Constituyente. Se ha sugerido que
la llave que franquearía el paso a esa fórmula elitista sería una reforma del
binominal, aumentando el número de senadores y diputados para dejar contentos a
todos los partidos.
En los hechos se ha
conformado un frente anticonstituyente de los dos bloques autodenominados de
“centroderecha” y “centroizquierda” que se alternan en el gobierno. Se ha
consumado lo que anticipó la ironía del poeta de Las Cruces, la unidad de
derecha e izquierda.
Es difícil encontrar otro
espectáculo político tan bochornoso como el que están dando los partidos
“democráticos” de Chile. En nombre de la gobernabilidad se han puesto de
acuerdo para impedir la libre expresión de la voluntad del pueblo. En el colmo
del descaro piden respetar la institucionalidad de una Constitución ilegítima
de origen. Su abolición mediante una Asamblea Constituyente debió ser el primer
paso del primer gobierno después de la dictadura militar. Era -y es- la única
manera democrática de poner fin al periodo de dominación oligárquica que se
abrió el 73. Temer a una presunta ingobernabilidad porque se convoca al pueblo
al más auténtico proceso democrático que es una Asamblea Constituyente,
significa aceptar que los chilenos somos incapaces de determinar el rumbo
político, social y económico del país que en forma libre e informada decidamos.
Los partidos políticos
parecen ignorar que impedir la Constituyente, obstruyendo el cauce pacífico y
democrático de los anhelos ciudadanos, es mucho más peligroso para la
gobernabilidad que llamar a la Constituyente. La paciencia de los pueblos -y el
de Chile no es una excepción- tiene un límite. Lo que se está exigiendo es
reconocer -después de 40 años- que la soberanía reside en el pueblo y que es
hora de poner fin al periodo que abrió el zarpazo oligárquico y del
imperialismo en 1973.
Mientras los partidos
continúan eludiendo este deber fundamental, los intereses que gobiernan en
forma ilegítima nuestra nación aumentan su voracidad. La banca, por ejemplo,
confiesa una ganancia de 1.392 millones de dólares en el periodo enero-mayo. En
otro plano, el consorcio anglo-australiano BHP Billiton -que explota la minera
Escondida- aventaja largamente la producción y utilidades de Codelco, haciendo
sal y agua la nacionalización del cobre, máxima conquista popular de los años
70. Los grandes intereses financieros que se han adueñado de Chile saben que no
les queda mucho tiempo. Porque el pueblo -en definitiva- impondrá su voluntad
soberana, rescatando las instituciones y políticas públicas de su país.
(1) Para una información más
detallada, consultar el excelente trabajo de investigación del periodista
Patricio Segura Ortiz, “Los años en que la elite política sí creía en la
Asamblea Constituyente”, en Le Monde Diplomatique, edición chilena, Nº 141,
junio de 2013.
(2) El Mercurio, 28 de agosto 2012 (C 2).
(*)- Editorial “Punto
Final”, edición Nº 785, 12 de julio, 2013
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