UNA VOLUNTAD NACIONAL CONTRA LA
DESIGUALDAD
Por Camilo Escalona
“Una sociedad
democrática debe ser capaz de abordar todos los temas, pero no puede tratarlos
todos al mismo tiempo o con idéntica prioridad. Para el liderazgo político
democrático este es un desafío esencial; debe cuidar de la diversidad y
amplitud de su base de sustentación, pero también está exigido de marcar un
rumbo”.
Concluyó la etapa de las elecciones primarias legales y
simultáneas con vistas a los comicios presidenciales de noviembre próximo; con
ello, se logró un marco participativo, a través del cual los bloques políticos
principales nominaron a Michelle Bachelet y a Pablo Longueira como sus
abanderados. Se ha vuelto a confirmar que el pueblo chileno concentra su
voluntad participativa en el voto popular como su instrumento fundamental de
decisión. Con una elevadísima participación ciudadana ganó la democracia y
ciertas insinuaciones de abstencionismo quedaron en la nada. La diferencia
entre el respaldo de cada cual indica que la ex Presidenta cuenta con un apoyo
masivo de enorme proyección para realizar una tarea de alcance histórico.
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Esta ha sido una primera experiencia no exenta de dificultades, entre ellas la tardanza en la aprobación de la ley para la franja televisiva, obstaculizada desde las más altas esferas de gobierno.
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Sin embargo, los debates en diversos medios y las entrevistas televisivas crearon un espacio de atención que resultó de gran ayuda para generar un interés participativo que diera visibilidad a este ejercicio. Hay que valorar y agradecer esos espacios, por limitados que sean.
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Esta ha sido una primera experiencia no exenta de dificultades, entre ellas la tardanza en la aprobación de la ley para la franja televisiva, obstaculizada desde las más altas esferas de gobierno.
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Sin embargo, los debates en diversos medios y las entrevistas televisivas crearon un espacio de atención que resultó de gran ayuda para generar un interés participativo que diera visibilidad a este ejercicio. Hay que valorar y agradecer esos espacios, por limitados que sean.
El título de esta columna es "Una voluntad nacional
contra la desigualdad", porque en mi opinión la certeza que se abrió antes
de la etapa final de las primarias, en el sentido que no podemos seguir
viviendo en un país tan atrozmente desigual, se debilitó en términos relativos
ante una avalancha de distintas opciones, ideas y propuestas, sin su debida
jerarquización. Sin embargo, en las urnas la candidatura que planteó que un
pilar central de su propuesta era la superación de la desigualdad adquirió una
fuerza mayoritariamente determinante.
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Una sociedad democrática debe ser capaz de abordar todos los temas, pero no puede tratarlos todos al mismo tiempo o con idéntica prioridad. Para el liderazgo político democrático este es un desafío esencial; debe cuidar de la diversidad y amplitud de su base de sustentación, pero también está exigido de marcar un rumbo, de definir el esfuerzo principal, aquel que agrupará y orientará sus preocupaciones esenciales y que, en consecuencia, definirá su acción de gobierno.
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Como lo he señalado desde hace años, el nudo central para el Chile de esta y las próximas décadas no es otro que el desafío de la desigualdad. Allí está el talón de Aquiles que debilita nuestra estabilidad democrática y puede llegar a fracturarla en el futuro. Me gustaría remarcar que hay naciones que han vivido en condiciones espantosas larguísimos períodos, pero claro, la situación se mantenía por la ausencia de democracia, con la imposición de dictadores como lo fueron los Duvalier, en Haití; Trujillo en República Dominicana o Idi Amín Dada en Uganda; también ha sucedido que diversos países han vivido bajo cuartelazos sucesivos en que los pueblos han debido tragarse con exasperación distintos tiranos o tiranuelos, que se desbancan, unos a otros en una pesadilla interminable.
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Desigualdad y dictadura llegan a imbricarse en un maridaje infernal. Por eso, los que tiran la cuerda en Chile y siguen con la misma filosofía de que "sigamos no más, con todo igual, total, fue así como logramos crecer", pecan de una actitud frívola e irresponsable.
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Mucho se habla de la renovación política; se habla, habla y habla. Algunos se escudan en ese concepto para materializar las peores prácticas de clientelismo, populismo, corruptela y canibalismo político. Lo más delicado, por mucho que se repite, es que no se precisa en que consiste la cuestión en que tanto se insiste; a mi juicio, la renovación debiese erradicar la actitud autocomplaciente y el debate circular en el sistema político, que da vueltas y vueltas, y encarar el gran tema de fondo: el desafío de la desigualdad.
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Todas las materias y preocupaciones son legítimas; no puede haber censuras ni autocensuras, pero una sociedad democrática adulta debe saber identificar cuál de aquellos se sitúa en el centro de su desafío nacional. No hay otro tan decisivo, extenso y de repercusión tan diversa como el tema de la desigualdad, de modo especial, abrir paso a un nuevo trato laboral que de cuenta de una encrucijada que no se puede esquivar: mientras no se produzca una distribución primaria del ingreso más justa y equitativa, el abismo de la desigualdad proseguirá ensanchándose. La angustia de los trabajadores no puede prolongarse.
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Como se trata de un reto de auténtico alcance civilizacional, movilizar y realizar una estrategia nacional contra la desigualdad, en esta materia el diálogo no puede tener fronteras, la amplitud de las fuerzas que se convoquen resulta esencial y, en consecuencia, no puede haber ni sectarismo ni soberbia. Todas las fuerzas y recursos son necesarios.
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Una sociedad democrática debe ser capaz de abordar todos los temas, pero no puede tratarlos todos al mismo tiempo o con idéntica prioridad. Para el liderazgo político democrático este es un desafío esencial; debe cuidar de la diversidad y amplitud de su base de sustentación, pero también está exigido de marcar un rumbo, de definir el esfuerzo principal, aquel que agrupará y orientará sus preocupaciones esenciales y que, en consecuencia, definirá su acción de gobierno.
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Como lo he señalado desde hace años, el nudo central para el Chile de esta y las próximas décadas no es otro que el desafío de la desigualdad. Allí está el talón de Aquiles que debilita nuestra estabilidad democrática y puede llegar a fracturarla en el futuro. Me gustaría remarcar que hay naciones que han vivido en condiciones espantosas larguísimos períodos, pero claro, la situación se mantenía por la ausencia de democracia, con la imposición de dictadores como lo fueron los Duvalier, en Haití; Trujillo en República Dominicana o Idi Amín Dada en Uganda; también ha sucedido que diversos países han vivido bajo cuartelazos sucesivos en que los pueblos han debido tragarse con exasperación distintos tiranos o tiranuelos, que se desbancan, unos a otros en una pesadilla interminable.
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Desigualdad y dictadura llegan a imbricarse en un maridaje infernal. Por eso, los que tiran la cuerda en Chile y siguen con la misma filosofía de que "sigamos no más, con todo igual, total, fue así como logramos crecer", pecan de una actitud frívola e irresponsable.
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Mucho se habla de la renovación política; se habla, habla y habla. Algunos se escudan en ese concepto para materializar las peores prácticas de clientelismo, populismo, corruptela y canibalismo político. Lo más delicado, por mucho que se repite, es que no se precisa en que consiste la cuestión en que tanto se insiste; a mi juicio, la renovación debiese erradicar la actitud autocomplaciente y el debate circular en el sistema político, que da vueltas y vueltas, y encarar el gran tema de fondo: el desafío de la desigualdad.
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Todas las materias y preocupaciones son legítimas; no puede haber censuras ni autocensuras, pero una sociedad democrática adulta debe saber identificar cuál de aquellos se sitúa en el centro de su desafío nacional. No hay otro tan decisivo, extenso y de repercusión tan diversa como el tema de la desigualdad, de modo especial, abrir paso a un nuevo trato laboral que de cuenta de una encrucijada que no se puede esquivar: mientras no se produzca una distribución primaria del ingreso más justa y equitativa, el abismo de la desigualdad proseguirá ensanchándose. La angustia de los trabajadores no puede prolongarse.
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Como se trata de un reto de auténtico alcance civilizacional, movilizar y realizar una estrategia nacional contra la desigualdad, en esta materia el diálogo no puede tener fronteras, la amplitud de las fuerzas que se convoquen resulta esencial y, en consecuencia, no puede haber ni sectarismo ni soberbia. Todas las fuerzas y recursos son necesarios.
Por ello, me atrevo a reiterar la invitación que formulé
hace un año desde la Presidencia del Senado: seamos capaces de concordar y
debatir propuestas, caminos y alternativas en esa dirección.
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Cuánto Estado se necesita, cuánto mercado; sepamos como
nación cuáles son los obstáculos a superar y en qué vamos a coincidir y
discrepar como opciones de sociedad. Ni polarización artificial ni consensos
ilusorios. En estas materias no debe existir temor ante las coincidencias; de
hecho, se requerirá de grandes acuerdos, pero también se manifestarán fuertes
desacuerdos. No obstante, debemos encarar el reto y ser capaces de avanzar. Ese
es el gran desafío. Una alternativa nacional que lo asuma será capaz de
robustecer las bases fundamentales de la democracia en Chile.
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