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jueves, 29 de noviembre de 2012

SONRÍA, LE ESTAMOS GRABANDO
Por Luis Conejeros

En un país que se cree más probo de lo que realmente es, lo de Omar Labruna debiera hacernos reflexionar a todos: Cuán seguido reemplazamos la ética del deber ser por la ética del “por si pasa”. Pese a las reiteradas evidencias, aún no tomamos conciencia de que en la actualidad todos vivimos en una pecera, cuyo entorno es especialmente exigente con los poderosos.

La casa de vidrio, que años atrás hizo noticia, parece hoy un buen adelanto de lo que se venía para nuestra sociedad. Una valorización de la transparencia, una mayor cautela de los derechos ciudadanos, del trato igualitario y una mayor intolerancia a los abusos. Signos de la modernidad positiva que vivimos en Chile.

No pocos consultores en comunicaciones nos hemos esforzado por transmitir este cambio cualitativo de la sociedad chilena cuando asesoramos a empresas, instituciones y sus líderes. “Si una imagen vale más que mil palabras, en el siglo XXI un video lo es todo”, es una frase que suelo repetir en mis presentaciones. Además, las grabadoras de videos están en todas partes. Por sobre las cámaras de seguridad desperdigadas por todo el país, en Chile ya se contabilizan más de 22 millones de teléfonos celulares (con su respectiva cámara) y cada año se suma un millón más. En cada rincón, casi sin excepción y como en la novela, “alguien te mira”. Y lo peor, te graba.

Ejemplos sobran. El Ministro del Interior que hace ya tiempo votó con el carné de chofer, el futbolista que se va de parranda, el diputado que ve piluchas o juega a las carreras durante la sesión y una larga lista de etcéteras. La de ahora es la historia del entrenador que choca y le echa la culpa a su mujer.

En general, este tipo de situaciones son explicadas por sus protagonistas con una lógica de bien superior que explica una falta menor. Y cuando los pillan, piden disculpas por el “error”, aunque a esas alturas todos dan ya un paso al costado. Es lo que yo llamo la “ética del por si pasa”, más instalada de lo que creemos en nuestras prácticas cotidianas.

La recomendación es simple: si no quiere que lo pillen… ¡no lo haga! El mundo cambió, ya no se puede confiar en una mentira coherente.

Triquiñuelas y faltas de rigurosidad que cruzan toda nuestra sociedad y que, de usuales, se nos hacen transparentes. Desde el chiquillo que se salta la reja para no quedar anotado como atrasado en el colegio, pasando por el profesional acomodado que se come dos sándwiches en el restorán y luego paga sólo uno, el empleado que se roba las tintas de impresora de la empresa, hasta llegar al rector de universidad que está dispuesto a pagar consultorías brujas para lograr una acreditación. También está el empresario que forma sociedades de papel para pagar menos impuestos, el alcalde que con recursos municipales llena la comuna con su foto antes de la elección y el productor de TV que pide favores sexuales a cambio de ganar concursos.

Todo ello “por si pasa”.

Y como esta ética es de uso nacional, cuando se hace público el video o la investigación periodística de rigor, recién ahí se reproducen como bacterias todos aquellos que sabían pero no dijeron nada antes. Muchas veces no es la falta en sí misma lo que provoca indignación y escándalo. Lo que más indigna es el esfuerzo por tapar, la mentira y el abuso de posiciones dominantes.

Por eso les decimos a todos los líderes de opinión, a los gerentes de empresas, a las autoridades, a los “famosos”: tomen nota de que el mundo cambió. Que aquella máxima de nuestros abuelos sobre que “autoridad que no abusa pierde prestigio”, ya quedó en el pasado. Que los chilenos estamos especialmente sensibles a las faltas a la fe pública.

Un buen mensaje para cada uno de ellos: “sonría, le estamos grabando”… y esperamos que nos muestre coherencia pública y privada en su actividad del día a día.

Y el resto, a prepararnos. Hoy la exigencia y el foco se ponen en los personajes conocidos. Ya vendrá el día en que en el trabajo, en la empresa, en el colegio y en el barrio, en la vida de la mayoría que somos anónimos, se empiecen a exigir los mismos estándares. De modo que comencemos a poner más foco en la labor bien hecha que en los controles al fraude.

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