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miércoles, 31 de octubre de 2012

LA CAÍDA


Por Hugo Latorre Fuenzalida

Los países cambian lentamente. Las opiniones lo pueden hacer de manera repentina o abrupta, pero las decisiones en masa que se derivan de ese giro de postura, normalmente demora un tiempo.

Labbé representa fielmente este caso. El pensamiento dictatorial, derivado de la experiencia militar en Chile, iba siendo desacreditado paso a paso. Las horribles violaciones a los derechos humanos, ejecutadas desde el gobierno de alianza entre la derecha y los militares, no generó tanto desprestigio como la denuncia de las estafas malversaciones y tropelías económicas implementadas por el dictador (cosa digna de analizar, pues refleja una distorsión de los valores de la sociedad chilena, que no pueden ser pasados por alto).

El alcalde de Providencia parecía ser una reminiscencia de ese pasado desacreditado, pero que se mantenía como fortaleza inconmovible en medio de una comuna conservadora. Pocos pensaron que un personaje autoritario, de gran desplante y “ejecutador” vertical, de mando perentorio y voluntad de sátrapa pudiese ser derrotado por una “dueña de casa”, de gran carisma femenino, afectiva y suave.

Es evidente que Labbé menospreció ese desafío, lo ninguneó hasta el punto que su soberbia le jugó una mala pasada. No supo, este hombre que, además, se siente culto, recordar el Hybris que viene siendo denunciado desde los antiguos griegos como el peor vicio y debilidad de los poderosos.

La prepotencia y arrogancia de Labbé se desplegó también contra los estudiantes cuando estos manifestaron en el 2011. Ahí asomó su perfil más autoritario y militarista. No supo darse cuenta que Chile entró en otra etapa. Es que es casi imposible para los hombres de perfil militar aceptar los cambios. Son mentes estructuradas para la inflexibilidad, es decir todo lo contrario de cómo funcionan las sociedades. Por eso se les compara con la mujer de Lot, ya que inevitablemente vuelven la mirada a un pasado mitificado y esfumado.

Labbé se quedó estancado en el mundo bipolar; en el esquema de los “buenos” y los “malos, en la etapa del disciplinamiento social, del rigor castrense, de la represión como instrumento válido. Eso se veía en todas sus acciones civiles. Recuerden el caso de la dueña de casa que fue mandada a detener por no regar su antejardín y de tantos otros casos en que carabineros llegaron a detener a contribuyentes de la comuna porque se atrasaron unos meses en pagar las patentes o del séquito de fiscalizadores que recorrían las calles de Providencia pasando miles de partes por quítame estas pecas.

Ahí predominaba el autoritarismo más descarnado. Ahí no se podía cometer un error, para qué hablar de transgredir casualmente una norma. Todos nos sentíamos observados en Providencia, menos los delincuentes que seguían operando licenciosamente en las calles de la comuna.

Dice el mismo Labbé que fue un alcalde ejecutivo, realizador y eficiente. Esos auto-halagos deben ser revisados con más ponderación, pues ser mandón no constituye necesariamente parte de la eficiencia ni de la conveniencia. Es distinto tener autoridad que ser autoritario. Pero Labbé, que fue criado bajo las perentorias órdenes militares, necesariamente confunde la magnesia con la gimnasia.

Para muchos Labbé constituía la “pústula” visible de nuestro pasado fascista. No es que sea el último de los fascistas en Chile, pero era de los más visibles y desembozadamente auténtico. Por tanto se ha escuchado decir a sus opositores, sobre todo jóvenes, que se felicitan por haber reventado esa pústula y que ahora deben ir por otras que aún permanecen inflamadas y turgentes en nuestro rostro político, maquillado de tersa democracia.

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