kradiario.cl

domingo, 17 de octubre de 2010

Advertencia que será desoida (1)

Por Hugo Latorre Fuenzalida (*)

La ONU junto a la OEA, que citó a reunión de expertos y dirigentes a nivel de América Latina, ha lanzado una advertencia seria y categórica, expuesta a manera de conclusión: los sistemas democráticos de la Región están perdiendo capacidad de gobernabilidad y se puede aproximar un tiempo de violencia y deterioro, o posible pérdida de los regímenes que tanto costó recuperar entre la década de los 80 y 90.

¿Qué razones dan para explicar esta alarmante situación?

Obviamente que los intentos de golpe en Venezuela, Bolivia y Ecuador, además del “exitoso” golpe de Honduras, comienza a poner en tela de juicio esa estabilidad democrática que se auspiciaba para largo plazo, en los inicios de la década de los 90.

En ese tiempo “auroral” se pensaba que ya cesada la confrontación Este-Oeste, instalado un modelo liberal de economía abierta, con tratados cruzados de libre comercio y con políticas que asegurarían un crecimiento sostenido de las economías, las bases para la estabilización democrática de largo aliento estaban echadas.

Pero no contaban estos optimistas que fabrican historias, con que la desigualdad extrema que generaría el modelo de economía liberal, minaría desde sus bases su propia viabilidad.

No se dieron cuenta que la desigualdad, traería de la mano el descontento de los pueblos y que se podrían escoger gobernantes antisistema, anti-neoliberal y nacionalistas, por demás. Entonces las oligarquías, acostumbradas por más de dos décadas, a disponer de poderes extraordinarios para ordenar sus intereses a su libre parecer y proceder, se levantarían deseosas de barrer con estos “populismos agresivos”.

Sin embargo, poco se había aprendido de la historia contemporánea. De hecho, la crisis de 1929-30 se debió a elementos de la economía liberal que volvían a autorizarse en la economía aplicada desde la década de los 80 en esta parte del mundo. Para entonces no habían regímenes de “izquierda”, ni populismos desafiantes en el interior mismo del capitalismo occidental. El comunismo era una experiencia naciente y se instalaba en la arena exterior del capitalismo. Entonces, la crisis se produjo por razones internas del capitalismo, sin ayuda, sin interferencias externas.

Se sabe que cuando no se equilibra la oferta con la demanda a niveles de macroeconomía, simplemente la actividad productiva se transformará en actividad especulativa; la economía real (que produce bienes) derivará, para intentar salvarse, en economía de papel (financiero-especulativa).

Es por esa razón que Keynes ideó un sistema de recirculación del capital, para que pudiera destrabarse o desobstruirse la arteria de retorno de los flujos de capital, que permiten el crecimiento armónico de la oferta con la demanda. Esa formidable, pero elemental idea del gran Keynes (que era también de la escuela inglesa y liberal, pero como buen inglés de mentalidad empírica, práctica, pragmática) permitió un crecimiento sostenido del capitalismo mundial por más de 50 años, salvando de paso a todo el capitalismo occidental, que sería presionado, en el futuro, por los postulados ideológicos provenientes de las jóvenes experiencias socialistas que se desarrollaban en las proximidades orientales de Europa.

Es verdad que el keynesianismo entró en crisis por los años 70 en todo el mundo. Pero esta nueva crisis, si bien tuvo origen en los excesivos gastos del aparato público (por ese lado se puede responsabilizar a la teoría keynesiana, pero una teoría que fue abusada por desbalance), no es menos cierto que la causa fundamental estuvo en el agotamiento del ciclo largo tecnológico de postguerra (ciclos de Kondratiev), dado lo cual no era posible alcanzar niveles de acumulación de excedentes suficientes para que las economías industrializadas tuvieran estabilidad de inversión y gasto, a niveles de los compromisos que implicaban un capitalismo hiperdesarrollado y fuertemente comprometido con el gasto militar.

Los teóricos liberales (neoliberales), tanto de EE.UU. como de Inglaterra, se lanzaron entonces al ruedo y pusieron toda su “carne en la parrilla” en la que se debía cocinar el desarrollo futuro del mundo. El Chile de Pinochet, la Inglaterra de Margaret Thatcher y los EE.UU. de Reagan, fueron las falanges que vinieron a derrumbar las puertas que protegían al tempranamente gastado esquema keynesiano (porque en el Tercer Mundo el Keynesianismo se aplicó sólo a pequeña parte de la economía y de manera parcial), para reemplazarlo por el modelo neoliberal, que como el Ave Fénix, resurge de las cenizas de 1929.

La tesis central es la misma que señaló de manera algo bronca y vasta el general Pinochet: “Se debe ayudar a los ricos, pues ellos saben producir riqueza”. Todo el sistema, entonces, fue rediseñado entre mediados de los 70 hasta fines de los 80, para dejar la pista libre a quienes quisieran competir en la libre carrera por el crecimiento económico. Se quitaron barreras de todo tipo y los estorbos sociales se desplazaron del camino: sólo correrían los mejor dotados, los que tenían musculatura para soportar la velocidad que ahora se imprimiría a la libre competencia. Así, America Latina y el mundo despertó un día “empresocéntrico” (Varsavsky), es decir, bajo el imperio de las empresas. El Estado y los sindicatos fueron descalificados para esta carrera; las obligaciones sociales se redujeron y los impuestos a las empresas y a las personas también.

Inglaterra entró en una crisis multiplicada por tres, con relación al resto de la Europa desarrollada; Reagan hizo una jugada matizada, pues redujo el gasto social, pero incrementó a las nubes el gasto militar; generó un déficit descomunal del sector público que terminaron financiando Japón y en parte América Latina, con la sangría que significó para esta Región las subidas de tasas de interés en el servicio de la, varias veces pagada, deuda externa.

Según cálculos de expertos (Cepal-Banco Mundial) esta variación de intereses por deuda externa significó para América Latina una sangría de más de 500 mil millones de dólares (recordemos que A.Latina contrató su deuda a tasas de 3,5% y terminó pagándola a tasas cercanas al 20%, producto del encarecimiento del dinero, debido a las necesidades de cubrir el déficit de EE.UU. en la época de Reagan).

Este sangrar de recursos desde América Latina, ocurre en momentos en que esta Región se encuentra en la necesidad de reconvertir sus economías, para encarar un nuevo ciclo de desarrollo, sustentado en un nivel de industrialización más exigente y con recalificación de su población profesional y técnica. De hecho, Brasil y Argentina deben frenar bruscamente sus procesos de industrialización acelerada; el desarrollo tecnológico se estanca y las inversiones se hacen tremendamente insuficientes, en todos los ámbitos. Mientras que México se prepara para ingresar al tratado con EE.UU. y Canadá y espera avanzar en una experiencia separada de desarrollo; las inversiones para una industrialización llamada de “Maquila”, que es propiamente de montaje, abría nuevas esperanzas para el futuro.

Surge, entonces una idea “brillante” desde el mundo neoliberal: el plan Brady (**) de reconversión de deuda por inversión. Si en México se veía tan alentador el panorama por la inversión extranjera, eso se podía repetir en el resto de América Latina, y de paso se aliviaría el problema del servicio de la deuda, que no permitía respiro a las postradas economías de esta parte del mundo.

El Estado fue vaciado de gruesa parte de sus empresas y pertenencias, las que fueron transferidas a precios de remate hacia los acreedores y se accedió, además a repactar plazos y otorgar nuevos financiamientos a los países que facilitaron las cosas. América Latina celebró está medida como una salida provechosa, sin darse cuenta que estas adquisiciones se hicieron en mínima parte con recursos frescos; cerca del 80% de esas adquisiciones se pactaron con créditos tomados por las empresas que se avecindaban en nuestros países con sus propias casas matrices.

Los gobiernos que querían salir pronto de la crisis, como Argentina y Chile, abrieron oportunidades masivas de privatización y concesión de recursos; los capitales interesados igualmente vinieron a instalarse trayendo poco dinero constante y muy alto porcentaje aportado como deuda. En consecuencia, cuando estalla la crisis en Argentina, en 2001-2002, la región latinoamericana y el Caribe cae en la cuenta que en lugar de disminuir su deuda externa, luego de las repactaciones y ventas masivas, esta deuda se había casi triplicado en una década, pasando de los 280.000 millones de dólares a finales de los 80 a poco más de 800.000 millones de dólares para el 2002.

En consecuencia, se ha estado sangrando nuevamente a América Latina por el servicio de una deuda que ahora es mayoritariamente privada, pero que se extrae de la producción nacional y se resta a las ganancias y por tanto a los impuestos que las empresas extranjeras deberían pagar en los países de la Región. El servicio de esta deuda, se ha transformado en el mecanismo privilegiado de enajenación de capital desde América Latina. De hecho nos hemos transformados en exportadores netos de capital.

Lo más triste de estas injusticias extremas, de desigualdad insostenible, de frustración democrática y corrupción política, es que la población, cansada de todo esto, comienza a perder fe en la democracia y a añorar regímenes de fuerza, represivos, autoritarios,  como es la sensación que existe hoy en la región.

De estas raíces y fuentes surge la  preocupación de la ONU y la OEA sobre la pérdida de la capacidad  que estarían sufriendo los sistemas democráticos y la aproximación posible de una época nueva de violencia y deterioro. Hay que pensar que recuperar la democracia en América Latina, entre las décadas de los 80 y los 90,  tuvo un alto costo humano y político.
 
(*): Segunda parte de este artículo irá en la edición de mañana lunes.

(**) El Plan Brady fue una estrategia adoptada a finales de la década de 1980 (1989) para reestructurar la deuda contraída por los países en desarrollo con bancos comerciales, que se basa en operaciones de reducción de la deuda y el servicio de la deuda efectuadas voluntariamente en condiciones de mercado. Los esquemas de reducción de deuda se sustentaban en el hecho de que existe un exceso de deuda en las economías de los países en desarrollo que merma la posibilidad de inversión, por lo que la reducción en el saldo adeudado (extension de los plazos junto con periodos de gracia) debería generar un cierto nivel de inversión productiva que se traduciría luego en un incremento de la capacidad de pago (Nota de K).

No hay comentarios.:

Publicar un comentario