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lunes, 18 de octubre de 2010

Advertencia que será desoida (2 y Final)


Por Hugo Latorre Fuenzalida (*)

La ONU junto a la OEA, que citó a reunión de expertos y dirigentes a nivel de América Latina, ha lanzado una advertencia seria y categórica, expuesta a manera de conclusión: los sistemas democráticos de la Región están perdiendo capacidad de gobernabilidad y se puede aproximar un tiempo de violencia y deterioro, o posible pérdida de los regímenes que tanto costó recuperar entre la década de los 80 y 90.


¿Qué razones dan para explicar esta alarmante situación?

(*) Esta es la segunda parte del artículo. La primera puede verla en la edición de ayer.

La historia de la primera parte de este artículo demuestra que se ha estado sangrando nuevamente a América Latina por el servicio de una deuda que ahora es mayoritariamente privada, pero que se extrae de la producción nacional y se resta a las ganancias y por tanto a los impuestos que las empresas extranjeras deberían pagar en los países de la región.

El servicio de esta deuda se ha transformado en el mecanismo privilegiado de enajenación de capital desde América Latina. De hecho nos hemos transformados en exportadores netos de capital.

Las inversiones en la frontera entre México y Estados Unidos, que fueron masivas y permitieron triplicar las exportaciones y duplicar el PIB en 15 años, no lograron frenar el deterioro económico-social de ese país, que pasó de un nivel de pobreza urbano del 33% al 55% entre mediados de los 80 y el 2000. Esto es obvio, pues si bien el PIB marcaba lo que se producía dentro del territorio mexicano, lo que no se estaba registrando era el proceso de salida de las utilidades de vuelta al país de origen, por parte de las empresas extranjeras alojadas en México.

Con los tratados de Chile con Europa y EE.UU. se ha debido dar concesiones importantes, como es el hecho de que las empresas españolas ya no tributan en Chile, sino en España; que se debió levantar las restricciones sobre empresas pesqueras chilenas a manos de empresas no nacionales; se debió quitar el encaje sobre depósitos llamados “golondrinas” y ahora se deben pagar los derechos intelectuales, incluso sobre productos de uso convencional en el mercado internacional. Chile, además, mantuvo la normativa sobre inversiones extranjeras, heredadas de Pinochet, con lo cual ha permitido pérdidas enormes de recursos mineros, sin recibir nada en compensación.

En este tiempo de repactación y llegada de nuevas inversiones extranjeras, la deuda externa de Chile ha pasado de 19.000 millones de dólares en 1990 a 49.000 millones de dólares en el 2009.

Todo esto impone a la región un empobrecimiento evidente. El modelo de salida de la crisis de los 70 y 80 ha significado un crecimiento del provecho empresarial, principalmente extranjero, el surgimiento de una clase emergente y exitosa, vinculados a los sectores incorporados al mercado mundial y de consumo elitesco, incluyendo banca y seguros; pero, por contraparte, ha impuesto una barrera a las perspectivas de incorporación de gruesa parte de la población, tanto las pequeñas y microempresas, como los sectores que deben laborar en el segmento informal o por cuenta propia de la economía. Los salarios de la mayoría de esa población se han hecho inestables, ocasionales, sin seguridad social y con abusos de sobreexplotación casi generalizada.

De manera que las grandes mayorías transcurren sus días en la informalidad laboral, luchando con la elevación de los costos en educación y el deterioro de los servicios de salud, sufriendo la inseguridad por el incremento de la delincuencia y viendo como sus hijos son arrebatados hacia el mundo de las drogas y el crimen organizado.

La Cepal, explicaba que a mediados de la década, el incremento del salario global en la región era de no más del 5%; si esto se compara con el crecimiento del PIB, que se empinaba al 3,5% interanual, se comprenderá que las diferencias de distribución quedan al desnudo.

En Chile, estudios hechos con población joven urbana, determinó que el 40% de los jóvenes que habitan las poblaciones periféricas de las principales ciudades del país, simplemente no estudian ni trabajan. Otros estudios señalan que 7 de cada 10 empleos que se crean últimamente en el país corresponden a la economía no formal; la mayor parte es empleo por cuenta propia, lo que viene a ser un refugio a la cesantía, y sujeto siempre a una precariedad extrema.

Por otra parte, la delincuencia organizada (tráfico de armas, malversación de fondos públicos y narcotráfico), se hacen cargo del equivalente al 6% del PIB de América Latina.

La violencia producto de las luchas por el mercado, por parte de las bandas dedicadas al narcotráfico, ya han tomado buena parte de las ciudades de América Latina y hacen prácticamente una “tierra de nadie” de lugares en que, hasta hace poco, se imponía la soberanía del Estado (Ciudad Juárez, Sao Paulo, Colombia, Caracas y ciertas áreas urbanas de Santiago, Lima, Río de Janeiro, Ciudad de México, etc.).

Esto, que representa, por ahora, un “caos orgánico”, puede derivar, si sigue expandiéndose, a un real “caos inorgánico”, es decir un estado en que el aparato público no es capaz de administrar los desbordes del sector delincuencial (caracazo en Venezuela; estado de guerra generalizado entre las bandas de Ciudad Juárez y otras áreas fronterizas de México).

Lo triste de estas situaciones de injusticia extrema, de desigualdad insostenible, de frustración democrática y corrupción política, es que la población comienza a añorar regímenes de fuerza, represivos, autoritarios, et. Los intereses económicos ya instalados, buscan igualmente (y alientan fogosamente) ese tipo de regímenes autoritarios, pues en ese sistema sienten más protegidos sus intereses y el pueblo, a poco andar, sufrirá otra nueva decepción al caer en la cuenta que las dictaduras siempre llevan el agua hacia el mismo cauce. Logran frenar a veces los ataques disolutivos, pero a costa de sembrar las bases o profundizarlas, de un sistema más peligrosamente injusto, desigual y turbio, lo que deja sembrado el terreno para realimentará un nuevo ciclo decadente apenas las democracias retoman su tarea de recuperación soberana.

Este es, justamente el ciclo que hemos vivido y estamos viviendo en América Latina: autoritarismos que instalan un sistema de injusticias extremosas, democracias que prometen una recuperación de la soberanía ciudadana, tempranamente se corrompen y se transforman en incompetentes, se profundiza el sistema de inequidad y corrupción organizada y añoranza de nuevos autoritarismos para intentar salir de una espiral de decadencia y caos.

Es hora de reconocer que en esta región del mundo estamos en serios problemas; que somos los perdedores durante la etapa de globalización neoliberal y que se deben tomar medidas rectificatorias urgentes, de lo contrario el costo humano, social, político y económico será indescriptible.

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