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domingo, 10 de octubre de 2010

Royalty: Pan para hoy y hambre para mañana

Por Hugo Latorre Fuenzalida.

Postergaré para la próxima vez el tema de la salud, en su segunda parte, pues creo prioritario hablar del tema del ROYALTY nuevamente, ya que se estableció el acuerdo preliminar entre derecha (gobierno) y Concertación (oposición) respecto al llamado Royalty para la reconstrucción.

Esta es una medida de emergencia para tratar de obtener recursos frescos para una reconstrucción que no se logra echar a andar.

Desde hace años hemos advertido, en medio de nuestras luchas por rescatar la renta minera para Chile, junto al ex senador Jorge Lavandero, dentro de los cuales nos encontrábamos a Julián Alcayaga, Carlos Tomic, Orlando Caputo y otros, que si no se rescataban recursos desde el sector minero, se deberían subir los impuestos a las empresas o a las personas; pues el país necesitaría muchos más recursos en manos del Estado si quería dar el salto al desarrollo de manera acelerada.

La derecha, con la cual estuvimos reunidos por meses, con la finalidad de estudiar un incremento de los impuestos mineros, se desentendió del tema y archivó las propuestas pues, lógicamente, sus “empresarios” vinculados al Consejo Minero, les desaconsejaron innovar en cualquier punto del tema tributario.

Este mineral está en Chile, pero no es de los
chilenos, es de una empresa extranjera.

Esto era de esperar. Los “cerebros fríos” como llamaba Longueira a sus consejeros económicos, cuando él presidió la UDI, le debieron decir que cómo se le ocurría intentar abrir la “Caja de Pandora” de la tributación hacia las empresas. ¿Acaso no sabía el mito ese, griego en que el mediocre de Epimeteo, hermano de Prometeo, por simple curiosidad e inocencia liberó los vientos almacenados en la Caja de Pandora y se fugaron todos los secretos de los Dioses, incluso los que atormentarían la paz de los hombres?

La “Caja tributaria de Pandora” había que dejarla bien cerrada, bajo siete llaves.

La Concertación, en tiempos de Lagos, sacó, de bajo de la manga, un proyecto de Royalty, conocido como Royalty II, del que ya hemos hablado, que en el fondo representó dos cosas negativas: primero, que no se estableció como ROYALTY real, sino como simple impuesto específico, justamente para no reconocer que la propiedad de los recursos es soberanamente de Chile, como lo establece la Constitución, pero que lo contradice la ley minera, bajo el concepto de “concesiones plenas”, inventada por la genialidad de don José Piñera en 1984.

La segunda negatividad de esa ley, radica en que en vez de rescatar para Chile mayor renta desde el sector minero, terminó autorizando una tributación en dos puntos porcentuales menos de lo que existía antes del mentado Royalty II. Es decir, simplemente nos pasaron por el aro; todos los chilenos creyeron que este era un triunfo, y así lo celebraron por todos los medios de comunicación, sin embargo no fue más que otro “presente griego” a los que prolíficamente nos acostumbró el presidente Ricardo Lagos Escobar.

¿Entonces, qué tenemos con este “nuevo royalty de emergencia?

Tenemos el típico cuento de que Chile ya no tiene soberanía sobre sus recursos básicos. Entonces se contentan con pedir una limosnita para el pan que se debe comer hoy a cambio de licenciosas excepciones y garantías sobre la renta futura para los inversionistas extranjeros.

Se piden mil millones de dólares adicionales, a cambio de extender una invariabilidad tributaria por 6 años a tasa mucho más bajas, lo que les permitirá a las empresas ganar por seis años más de 3 mil millones de dólares anuales, si el precio de la libra de cobre se mantiene en niveles actuales.

¿Puede llamarse a esto una acción inteligente o medianamente razonable?

Es simplemente la capitulación de la inteligencia, de la voluntad y del sentido de nación y patria. Es la gazmoñería más rastrera y vergonzante que se haya dado desde los tiempos del salitre, en que un presidente del país, de entonces, impuso la teoría que el Estado chileno no debía gozar de la riqueza salitrera pues nos corromperíamos. Entonces se las concedimos a los ingleses, como si estos nunca se hubiesen corrompido. Claro que sí, pues cambiaban los valores de referencia en la bolsa de Londres cuando se avistaban los barcos provenientes de Chile, cargados con nuestra riqueza salitrera; los bajaban en un 30% a 50%, y los volvían a subir cuando ya había sido desembarcado el recurso. Claro, eso no era considerado corrupción, sólo habilidad para los negocios. ¿Y cómo se debería juzgar a los políticos de entonces, que sabiendo esas artimañas, simplemente dejaban hacer y pasar?

Es indudable que con estas posturas estamos en manos de la peor forma de corrupción, pues representa la emasculación de la potencia, la decadencia del espíritu y la malversación de las posibilidades, esperanza que un pueblo pone en manos de sus autoridades, que se declaran impotentes, femeninamente entregadas a la tentación de amancebarse a poderes mirados como superiores, sembrando de paso el espíritu inhibido de un pueblo de incapaces crónicos e impotentes eternos. Esto es definitivamente la peor corrupción, peor que la materialidad misma del desperdicio.

Nuevamente este impuesto transitorio no es un verdadero Royalty; es otra vez un tributo específico a la minería, que por razones legales es de aceptación voluntaria. No es verdadero Royalty, pues para ser Royalty se debe cobrar sobre extracción o sobre ventas, pero no sobre utilidades efectivas, como sigue siendo este mal llamado Royalty.

Como es sobre renta efectiva, las empresas siguen gozando de todas las herramientas para eludir los impuestos, por el simple expediente de hacer desaparecer las ganancias, como de hecho la han venido haciendo hasta ahora. En los últimos años han debido pagar algo pues las ganancias han sido tan enormes que se les queda asomada la cola del monstruo, no lo pueden ocultar totalmente, a pesar de lo generosa y laxa que se ofrece la despensa jurídica.

En consecuencia, pagarán algo si es que los precios del cobre están muy elevados; pero no pagarán nada si estos precios bajan de 2,5 centavos la libra; pero con todo, se las arreglarán para pagar una mínima fracción de lo que en justicia (que no en derecho) les correspondería.

Una real postura soberana, llevaría a nuestros dirigentes a cambiar, simple y llanamente, la tributación a las mineras. Eso lo permite la Constitución, que autoriza al Presidente a cambiar las reglas del juego sobre recursos básicos y también lo autoriza, de manera explícita, el reglamento del Fondo Monetario Internacional, que permite que cuando hay rentas excesivas o ganancias abusivas, en recursos primarios, el país es soberano de decidir las condiciones de su producción, comercialización, precios y destinos de los productos. Eso sin preguntarle a nadie.

En consecuencia lo que tenemos, hoy, es un “miedo ideológico” a obtener de una riqueza que nos pertenece a todos los chilenos, los recursos necesarios para sacar adelante a una sociedad que, aunque se disfrace de exitismo, mantiene a dos tercios de su población en el atraso y en la desesperanza futura.

Algún día los chilenos despertarán del letargo, del opio farandulero y de la pócima ideológica que obnubila a las cabezas “pensantes”; pero la pérdida ya habrá sido enorme e irrecuperable.

Es doloroso decirlo, y ya casi da un buen poco de vergüenza llamarse “CHILENO”.

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