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jueves, 7 de octubre de 2010

Los seis Nobel latinoamericanos que pintaron al mundo los misterios de una América Latina embrujada

Por Walter Krohne

El de Mario Vargas Llosa es el sexto Premio Nobel de Literatura que recibe América Latina en toda la historia de este cotizado galardón mundial. Pudo haber llegado mucho antes, pero las cosas del destino y, porque no decirlo, la política, postergaron a este escritor durante varias décadas.

Gabriela Mistral, la poetisa chilena fue la primera en ganar este Premio. Fue el momento en que los amantes de la poesía, la literatura y en general de la creación literaria comenzaron a saber mucho más de América Latina y especialmente de Chile, un país casi desconocido en esa época, porque era el fin de la Segunda Guerra Mundial, 1945.

Winston Manrique Sanbogal, escribe en el diario “El País” que “en los versos de la poetisa confluyen los dos mundos, América y Europa. Una poesía tapizada de lo autóctono pero donde resuena la religión y creencias traídas de ultramar. Desolación (1924) es el poemario que empieza a poner en boca de todos la obra de esta maestra de escuela. Coloquial, natural, directa, pasional y sensible a los sentimientos y al entorno, la ilusión y el dolor ante la muerte”.

En Tala (1938) su espíritu religioso vuelve a aparecer y se confirma en Lagar (1954) en cuyos versos late su admiración por la naturaleza. Una poesía que retrata las emociones de sus gentes, de su América Latina que siente desamparada, a veces, incluso, dejada de la mano de su Dios o El amor que calla, cuando dice,

Si yo te odiara, mi odio te daría
en las palabras, rotundo y seguro;
¡pero te amo y mi amor no se confía
a este hablar de los hombres, tan oscuro!

Tú lo quisieras vuelto un alarido,
y viene de tan hondo que ha deshecho
su quemante raudal, desfallecido,
antes de la garganta, antes del pecho.

Estoy lo mismo que estanque colmado
y te parezco un surtidor inerte.
¡Todo por mi callar atribulado
que es más atroz que el entrar en la muerte!

El escritor guatemalteco Miguel Ángel Asturias, el galardón sueco vino 22 años después, en 1967. Sus narraciones anidaban en lo aborigen, él conectaba esa memoria precolombina con el presente. Es el fundador de lo que habrá de ser conocido como realismo mágico a partir de su libro Hombres de maíz (1949) o “El Señor Presidente” (1933). Su literatura universaliza entonces la mirada autocrítica de los creadores latinoamericanos respecto a la propia historia del continente y su sociedad, destaca Manrique en su acertado análisis.

El Nobel para Pablo Neruda, en 1971, transmite todo un mensaje latinoamericano de un poeta mundial que pone en versos la geografía política y social del continente. Su famosa obra Veinte poemas de amor y una canción desesperada (1924) es el mensaje más romántico de este famoso creador de Isla Negra, un pequeño pueblo en la costa central chilena, donde escribió su obra cumbre Canto General (1950). Pero está también Residencia en la Tierra y muchos otras creaciones en los cuales reveló con toda intensidad sus sentimientos. Termina su obra con sus memorias “Confieso que he vivido” que es un verdadero testimonio de su paso por el planeta Tierra.

La academia sueca volvió otra vez a América Latina once años después de Neruda, en 1982. Esta vez lo hizo a Colombia donde premia la obra de un verdadero fenómeno literario y maestro de las letras, Gabriel García Márquez. El fue parte del boom literario latinoamericano entre los que se destacaron también muchos otros, como Mario Vargas Llosa, Rulfo, Cortázar, Onetti, Fuentes, Donoso y Cabrera Infante. Toda una generación de creadores exitosos con obras demandadas en todo el mundo. Como dice Manrique, “ellos radiografiaron, cada uno a su manera, la experiencia de una tierra aún desconocida para el resto del mundo con diversos y potentes estilos y originales maneras de enfocar la vida la realidad y de concebir la literatura. El escritor caribeño llamó entonces la atención de la academia sueca que hizo famoso a su pueblo en todo el orbe a través de sus libros como El coronel no tiene quien le escriba, Cien años de soledad, Crónica de una muerte anunciada o Amor en tiempos del cólera. Mitología, leyendas populares, creencias religiosas y mandatos oficiales que le sirvieron para crear un nuevo territorio donde conviven imaginación, intuición y realidad. Y donde el tiempo y el espacio parecen uno solo.

El mexicano ensayista y poeta Octavio Paz vino después. El trató de entender y hacernos comprender el origen de lo latinoamericano. A finales de la década de los cuarenta era un prometedor poeta mexicano. A partir de ahí, lo suyo sería explorar, conquistar y volver a explorar. En su travesía literaria participó en el neomodernismo, el realismo y otros movimientos. Pero todos con un punto en común: desentrañar al hombre contemporáneo, proyectarse en la ruta que habría de seguir hacia el origen de la misma. Soledad, incomunicación, vacío y temas existenciales.

Y tenemos el sexto Nobel con Mario Vargas Llosa , un peruano de orgullo y mucho corazón, que esperó pacientemente durante 27 años para que se le reconociera su talento. Este año, sin embargo, que parecía que iba a pasar como tantos otros, fue para el autor de “Conversación en la Catedral”, “La fiesta del chivo” o "La Tía Julia y el Escribidor" entre muchos y muchos otros, un día laboral, porque la noticia lo sorprendió a las 5 de la mañana en su lugar de trabajo en Estados Unidos. Quedó frío y se puso pálido. Tuvo que dar una caminata para refrescarse y ponerse a tono con la realidad, porque no podía creer lo que le habían comunicado por teléfono.

Con este Premio se completó el cuadro de autores brillantes que han dado al mundo una visión distinta, clara y hasta cruda de la realidad latinoamericana. Todos han sido verdaderos “pintores del lenguaje” que nos han descrito lo que somos:  hombres y mujeres que vivimos en lugares, a veces inhóspitos y lejanos, subdesarrollados en muchos casos, pero que, a pesar del sufrimiento y de la pobreza, siempre reímos y damos la nota alegre a pesar de tener una vida complicada y difícil. Como dice Manrique, es una “prosa que cuenta a la vez que analiza, y que analiza a la vez que hace soñar. Un escritor que siempre ha tomado el pulso de su tiempo, y como un relojero ha querido saber la función de cada pieza en el transcurrir de ese tiempo. Pero hay un aspecto que también es fundamental: la crítica o análisis literario. Su excelente y entusiasta aproximación a los libros que le apasionan. Su amor por la literatura, y su contagioso entusiasmo”.

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