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viernes, 16 de agosto de 2013

16-8-2013-KRADIARIO-EDICIÓN N°866

¿POR QUÉ INGLATERRA QUISO EL PEÑÓN DE GIBRALTAR?


Conmemoración del tricentenario de la cesión de Gibraltar a Gran Bretaña
 
Por Francisco Javier Herrero

Gibraltar vuelve a ocupar un lugar principal en los medios de comunicación. El origen del conflicto está en la disputa por las aguas jurisdiccionales pero es solo el último capítulo de un conflicto entre España y Gran Bretaña que se gesta en la Guerra de Sucesión Española desarrollada tras la muerte de Carlos II "el Hechizado" en noviembre de 1700.
 
El Peñón fue entregado a Inglaterra como consecuencia de la firma del Tratado de Utrecht (1713), del cual se cumplieron 300 años el pasado mes de abril. Pero, ¿por qué se interesó Inglaterra en esta minúscula porción de tierra? ¿qué ventajas ofrecía el control de Gibraltar para los ingleses?
Durante la segunda mitad del siglo XVII Inglaterra se convierte en la primera potencia comercial y capitalista del mundo.Tres guerras (las dos primeras navales) con Holanda, la otra pujante potencia comercial, muestran que Inglaterra necesita afianzar su presencia a escala global, en todos aquellos lugares del planeta que pudieran convertirse en receptores de su incipiente pero dinámica producción manufacturera.
El subcontinente indio y Extremo Oriente están en su punto de mira y ejemplos de ello son la apertura por parte de China del puerto de Cantón al comercio europeo en 1685, y el establecimiento de la Compañía Inglesa de las Indias Orientales en Calcuta en 1690. La ruta marítima de El Cabo (pasando frente a la actual Suráfrica) hacia las Indias obligaba a realizar una travesía muy larga que encarecía los costes comerciales y aumentaba los riesgos. Desde ese momento, el control del Mediterráneo ya no sería solo un asunto de los países ribereños. Inglaterra estableció entonces, como estrategia a largo plazo, un itinerario seguro para su flota mediante una sucesión de enclaves que servían como bases militares de escala y abastecimiento hasta el mismo Mar Rojo.
El primer paso de esa política se apreció en la alianza con Portugal, firmada en 1661, convirtiéndose este Reino en un aliado seguro para la flota y el comercio inglés (Portugal cede definitivamente Bombay a Inglaterra y frena las tentativas de desarrollo industrial propio), a cambio de ayuda militar en su lucha por liberarse de España.
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La Guerra de la Liga de Augsburgo (1688-1697) abriría los ojos a los marinos de la flota inglesa acerca de las posibilidades tácticas totalmente nuevas con las que se desenvolverían en sus enfrentamientos con los navíos galos, y esto se debía a que la Armada inglesa experimentó la ventaja de zarpar desde Lisboa o Cádiz (España e Inglaterra eran aliados en ese momento contra Francia) y hacía sentirle su presencia a la flota francesa para luego alejarse rápidamente hacia sus bases con plena seguridad y sin la necesidad de mantener una flota permanente. La posesión de Gibraltar y Menorca, esta última desde 1708 (cuando la alianza anglo-española ya no existía), permitió mantener y desarrollar aún más esas ventajas.
En los últimos años del siglo XVII, se hace patente que la rama española de los Habsburgo llega a su fin y hubo que buscar un sucesor fuera.  Luis XIV de Francia estaba negociando con Inglaterra y el resto de las potencias europeas el reparto de las posesiones españolas en Europa. Las potencias continentales ambicionaban el Milanesado, Nápoles y Sicilia, Luxemburgo y lo que quedaba del Flandes español, etc. Pero Inglaterra lo tenía muy claro: pide en esos repartos Ceuta, Gibraltar, Mahón, Orán o La Habana.
Finalmente, Carlos II hizo un testamento a favor de Felipe de Anjou, nieto de Luis XIV, nombrándole heredero de todas las posesiones de la corona española. El Consejo de Castilla, dada la debilidad de España en el concierto europeo, tomó esa decisión con la intención de que Francia defendiera a España por el vínculo familiar que se establecería entre ambas monarquías y no permitió la partición de los dominios españoles en Europa.
Inglaterra no iba a quedarse de brazos cruzados viendo como se acababa de romper el “balance of power” europeo que se había conseguido tras la Paz de Westfalia (1648). La Francia de Luis XIV, apoyada por una España con dinastía borbónica, se convertiría en la potencia continental hegemónica, y la reacción del resto de estados europeos con intereses en juego era la formación de la Gran Alianza de Inglaterra con Holanda, Austria, Saboya y Portugal, que declararon la guerra a España y Francia en 1702. 
 
En agosto de 1704 una potente flota anglo-holandesa al mando del almirante inglés Rooke y el príncipe de Hesse-Darmstadt, que buscaba un lugar para desembarcar y crear un foco a favor del archiduque Carlos de Austria, se presentaba ante Gibraltar que, débilmente defendería con 80 soldados y 300 milicianos, más un centenar de piezas de artillería. La conquista del Peñón se hace en principio en nombre del candidato aliado a la corona española, el archiduque Carlos de Austria, pero la presencia inglesa queda formalizada con la firma del Tratado de Utrecht.
El dominio de aquel enclave suponía controlar la entrada o salida de todo buque por el Mediterráneo y la primera potencia marítima le da a esta posición un rango de primerísimo valor geopolítico. Para algunos historiadores, el tratado es considerado  como instaurador de la Pax Británica en los mares, por los privilegios comerciales que obtiene Inglaterra en el comercio con la América hispana (derecho de “asiento de negros” y “navío de permiso”) y la ampliación de su dominio en Canadá. Pero ese predominio marítimo tuvo todavía algún revés de importancia como el intento de asalto a Cartagena de Indias en 1741 que se saldó con la pérdida de 50 naves y 10.000 muertos ingleses.
España, a pesar de firmar el tratado, quiso recuperar la integridad de su territorio peninsular cuanto antes y lo intentó tanto por la vía militar como por la diplomática. La primera la lleva a cabo con operaciones militares en el estrecho en 1727 y en 1779-82 . En 1779 el conde de Floridablanca, aprovechando un momento de dificultades por las que atraviesa Inglaterra en su lucha por terminar con el proceso independentista de las colonias americanas, suma la vía diplomática a la militar y ofrece al Gobierno inglés la cesión de Orán, en el norte de África, a cambio de la devolución de Gibraltar pero las negociaciones fracasaron.
La línea estratégica inglesa de dominio del Mediterráneo siguió adelante y prueba de ello es que, si bien perdió el control de Menorca en 1782, la firma del Tratado de Viena, que se formalizó tras las Guerras Napoleónicas, estableció que Malta y Corfú, en las Islas Jónicas, quedaban bajo su dominio. En 1878 la diplomacia británica conseguía del Imperio Otomano la cesión de Chipre a cambio de la ayuda inglesa en su conflicto con Rusia en el Mar Negro. Este éxito diplomático compensó la pérdida de Corfú en 1864, que se integraba a Grecia.
El último paso necesario para terminar de cerrar la estrategia inglesa de control del Mediterráneo estuvo en Egipto. Desde 1839, en que Mehmet Alí, el gobernador vasallo del sultán turco, dio los pasos para alcanzar la independencia, la presencia inglesa en el país del Nilo se hizo más intensa. La construcción de un ferrocarril entre El Cairo y Alejandría, pocos años después, acortó los tiempos del tráfico comercial de las colonias inglesas asiáticas con la metrópoli y, finalmente, la construcción del Canal de Suez, inaugurado en 1869, abrió las líneas de navegación directas por el Mediterráneo hasta el Extremo Oriente. 
El mantenimiento de la preponderancia inglesa en los mares, y en particular en el Mediterráneo, es visto por los historiadores como un hecho decisivo hasta la Segunda Guerra Mundial. En la actualidad, Gibraltar mantiene ese valor estratégico, igual de importante que en el pasado, como base militar inglesa y de la OTAN, y lo controvertido de su status político, es que sigue siendo un territorio pendiente de su descolonización, según la doctrina de la ONU.
 

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