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jueves, 16 de agosto de 2012

El NO Y LOS POLÍTICOS DE ENTONCES

Por Patricia Politzer

NO, la película, sacude los recuerdos, las emociones archivadas, la nostalgia por la épica y los sueños. Impone reflexión, conversación, incluso discusión apasionada. Hay que agradecer a Pablo Larraín por ello. Su NO obliga a un ejercicio de memoria, de esos que suelen incomodar a nuestra sociedad que prefiere dar vuelta la página y “mirar el futuro”, como lo propone —ante cada cliente— el impúdico publicista interpretado por Gael García Bernal.

Debatir el pasado hace bien. Pocas veces una película chilena concita tanta atención y se instala con fuerza en las sobremesas más disímiles. Pero es difícil distinguir si se discute sobre la película, sobre la franja del NO o sobre el plebiscito en el que Pinochet fue derrotado con un lápiz de grafito.

La película seduce. El juego del pasado y el presente, con personajes reales y altamente conocidos como el Presidente Patricio Aylwin y el conductor de televisión Patricio Bañados, resulta atractivo. El juego entre realidad y ficción se articula sin dificultad. Pero allí está precisamente el riesgo de este NO.

En la actualidad, la creación ya no está limitada a las reglas de un género específico. En la literatura, las artes visuales o el cine, los géneros se entrelazan y combinan a gusto del autor. Larraín construyó un docudrama en el que historia y fantasía pasan sin problema por la pantalla. El peligro está en que los espectadores que no vivieron aquella hazaña crean que en 1988 las cosas ocurrieron como en el cine, que el “milagro” del NO fue realmente obra de un grupo de publicistas ingeniosos y audaces.

Para muchos chilenos —y me incluyo— el 6 de octubre (ya pasado el miedo y la ansiedad del día del plebiscito) fue uno de los momentos más felices de la vida. Miles de personas repletaron las calles, bailando y cantando. Los carabineros recibían flores y abrazos. El dictador había caído. Los chilenos habíamos vencido el miedo.
.Fue un camino largo. Difícil marcar el inicio, ¿las protestas de 1983? Quizás fue el mismo 11 de septiembre de 1973. Fueron años de trabajo clandestino, primero, para luego salir a la luz, alzar la voz, formar redes sociales sin ayuda de las actuales tecnologías, moverse de cuadra en cuadra para motivar a la gente, para convencerlos de que la dictadura no duraría para siempre, que era posible derrotarla.

Ese camino fue liderado por dirigentes sociales como Manuel Bustos y María Rozas, por profesionales de las más diversas áreas que revitalizaron sus instituciones gremiales, por artistas que creaban, actuaban y se movilizaban a favor de la democracia, por periodistas como José Carrasco que perdieron la vida, y sobre todo, por un amplio grupo de dirigentes políticos movidos por sus principios.

Es aquí donde la película de Pablo Larraín da un traspié. Nos muestra a los políticos del SÍ con delicada precisión. Si bien hay diálogos que provocan carcajadas, sus personajes pasan de la soberbia inicial al desconcierto y a la derrota, mostrando con la parsimonia de aquellos tiempos el entrevero entre La Moneda y los agentes de seguridad, la naturalidad con la que se amenazaba aludiendo a los hijos o a la posibilidad de quedar cesante.

No ocurre lo mismo con los políticos del NO. En una escena grotesca, Larraín nos muestra un grupo de dirigentes crispados y torpes. Aquí la ficción no encaja con la realidad. Si hubo un momento de gloria para aquellos políticos de ahora que son los mismos de entonces, fue justamente en aquella época. En un esfuerzo realmente pluralista y transversal, dirigentes como Gabriel Valdés, Edgardo Boeninger, Carmen Frei, Armando Jaramillo, Julio Subercaseaux, Manuel Sanhueza, Ricardo Lagos, Ricardo Núñez, Fanny Pollarolo o Maria Maluenda actuaron con cordura, inteligencia y coraje. Algunos ya no están, otros se ven añosos y marchitos, y hoy merecen una jubilación tranquila. Pero en la década del 80 fueron ellos quienes derrumbaron con anticipación los muros de la Guerra Fría, dejaron atrás la rigidez de las confrontaciones ideológicas de los años 60 y se unieron para ganar el plebiscito.

Miles de hombres y mujeres trabajaron para que otros tantos se atrevieran a manifestarse en las calles, para que se inscribieran en los registros electorales, para formar apoderados que vigilaran los votos en cada una de las mesas del plebiscito, para que aquella noche nadie se dejara provocar y la celebración se postergara para la mañana siguiente a plena luz. La franja del NO fue la culminación de aquel proceso.

Los políticos no estuvieron ajenos a esos 15 minutos diarios en televisión. Todos sabían de su importancia, por eso convocaron no sólo a publicistas y cineastas sino a un equipo multiprofesional en el que participaron psicólogos como Eugenia Weinstein, sociólogos como Guillermo Campero, expertos en opinión pública como Carlos Vergara o Javier Martínez.

El milagro no fue obra de un pequeño grupo de iluminados sino del trabajo político mancomunado de millones de hombres y mujeres en todo Chile. Pablo Larraín quiso centrar su mirada en la franja del NO, y está en todo su derecho. Pero cuando se opta por combinar los géneros, cuando se trabaja un docudrama, la ficción no puede alejarse demasiado de la realidad porque, entonces, algo no calza.

Vale la pena ver NO. La película no deja indiferente y, en la sobremesa, la realidad termina imponiéndose.
El Mostrador

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