PAZ: UN BIEN ESCASO Y SIEMPRE DESEADO
Por Leonardo Boff
Lo que más se
escucha al comienzo de cada nuevo año son los deseos de paz y felicidad. Si
miramos de manera realista la situación actual del mundo, e incluso de los
diferentes países, incluido el nuestro (Brasil), lo que más falta es precisamente la
paz. Pero es tan preciosa que siempre se desea. Y tenemos que empeñarnos un
montón (casi iba a decir... hay que luchar, lo que sería contradictorio) para
conseguir ese mínimo de paz que hace la vida más apetecible: la paz interior,
la paz en la familia, la paz en las relaciones laborales, la paz en el juego
político y la paz entre los pueblos. ¡Y cómo se necesita! Además de los ataques
terroristas, hay en el mundo 40 focos de guerras o conflictos generalmente
devastadores.
Son muchas y hasta misteriosas las causas que destruyen la
paz e impiden su construcción. Me limito a la primera: la profunda desigualdad
social mundial. Thomas Piketty ha escrito un libro entero sobre La economía de
las desigualdades (Anagrama, 2015). El simple hecho de que alrededor del 1% de
multibillonarios controlen gran parte de los ingresos de los pueblos, y en
Brasil, según el experto en el campo Marcio Pochman, cinco mil familias
detenten el 46% del PIB nacional muestra el nivel de desigualdad. Piketty
reconoce que «la cuestión de la desigualdad de los ingresos del trabajo se ha
convertido en el tema central de la desigualdad contemporánea, si no de todos
los tiempos». Ingresos altísimos para unos pocos y pobreza infame para las
grandes mayorías.
No olvidemos que la desigualdad es una categoría
analítico-descriptiva. Es fría, ya que no deja escuchar el grito del
sufrimiento que esconde. Ética y políticamente se traduce por injusticia
social. Y teológicamente, en pecado social y estructural que afecta al plan del
Creador que creó a todos los seres humanos a su imagen y semejanza, con la
misma dignidad y los mismos derechos a los bienes de la vida. Esta justicia
original (pacto social y creacional) se rompió a lo largo de la historia y nos
legó la injusticia atroz que tenemos actualmente, pues afecta a aquellos que no
pueden defenderse por sí mismos.
Una de las partes más contundentes de la encíclica del Papa
Francisco sobre el Cuidado de la Casa Común está dedicada a “la desigualdad
planetaria” (nn.48-52) Vale la pena citar sus palabras:
«Los excluidos son la mayor parte del planeta, miles de
millones de personas. Hoy están presentes en los debates políticos y económicos
internacionales, pero frecuentemente parece que sus problemas se plantean como
un apéndice, como una cuestión que se añade casi por obligación o de manera
periférica, si es que no se los considera un mero daño colateral. De hecho, a
la hora de la actuación concreta, quedan frecuentemente en el último lugar…
deberían integrar la justicia en las discusiones sobre el ambiente, para
escuchar tanto el grito de la Tierra como el grito de los pobres» (n.49).
En esto radica la principal causa de la destrucción de las
condiciones para la paz entre los seres humanos o con la Madre Tierra: tratamos
injustamente a nuestros semejantes; no alimentamos ningún sentido de equidad o
de solidaridad con los que menos tienen y pasan todo tipo de necesidades,
condenados a morir prematuramente. La encíclica va al punto neurálgico al
decir: «Necesitamos fortalecer la conciencia de que somos una sola familia
humana. No hay fronteras ni barreras políticas o sociales que nos permitan
aislarnos, y por eso mismo tampoco hay espacio para la globalización de la
indiferencia» (n.52).
La indiferencia es la ausencia de amor, es expresión de
cinismo y de falta de inteligencia cordial y sensible. Retomo siempre esta
última en mis reflexiones, porque sin ella no nos animamos a tender la mano al
otro para cuidar de la Tierra, que también está sujeta a una gravísima injusticia
ecológica: le hacemos la guerra en todos los frentes hasta el punto de que ha
entrado en un proceso de caos con el calentamiento global y los efectos
extremos que provoca.
En resumen, o vamos a ser personal, social y ecológicamente
justos o nunca gozaremos de paz serena.
A mi modo de ver, la mejor definición de paz la dio la Carta
de la Tierra al afirmar: «la paz es la plenitud que resulta de las relaciones
correctas con uno mismo, con otras personas, otras culturas, otras formas de
vida, con la Tierra y con el Todo del cual formamos parte» (n.16, f). Aquí está
claro que la paz no es algo que existe por sí mismo. Es el resultado de
relaciones correctas con las diferentes realidades que nos rodean. Sin estas
relaciones correctas (esto es la justicia) nunca disfrutaremos de la paz.
Para mí es evidente que en el marco actual de una sociedad
productivista, consumista, competitiva y nada cooperativa, indiferente y
egoísta, mundialmente globalizada, no puede haber paz. A lo sumo algo de
pacificación. Tenemos que crear políticamente otro tipo de sociedad que se base
en las relaciones justas entre todos, con la naturaleza, con la Madre Tierra y
con el Todo (el misterio del mundo) al que pertenecemos. Entonces florecerá la
paz que la tradición ética ha definido como «la obra de la justicia» (opus
justiciae, pax).
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