Columnistas del último fin de semana
EL CASO BURGOS
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Por Carlos Peña
El aspecto más llamativo de lo que le acaba
de ocurrir al ministro del Interior es su repetición. Acontecimientos similares
a los de Burgos ocurrieron entre la Presidenta Bachelet y otros dos ministros
de su primera administración (Zaldívar y Velasco).
¿Cuál es la causa de esa repetición?
Por supuesto ella puede atribuirse a características de la
personalidad de la Presidenta que se han subrayado infinidad de veces. La
Presidenta Bachelet, por razones biográficas, sería extremadamente desconfiada
y cuidadosa, hasta el escrúpulo, de su propio poder. La explicación es
atractiva y plausible; pero lleva a un callejón sin salida. Después de todo, si
el problema es la personalidad de la Presidenta, entonces no tiene solución,
desde que nadie puede renunciar a sí mismo.
Pero hay explicaciones alternativas a esa.
La literatura enseña que cuando un acontecimiento se repite,
es porque hay algo subyacente que lo produce. Freud, por ejemplo, creyó que
detrás de la compulsión de repetición (la tendencia a revivir el acontecimiento
traumático en sueños, por ejemplo) habría un esfuerzo por controlar
simbólicamente los efectos de una pérdida. Hegel por su parte, según recuerda
Zizek, cree que la repetición es una muestra de la necesidad simbólica de algo.
Cuando algo se repite en la historia, enseña Hegel, sería una muestra de que se
ha transformado en necesario.
Hegel (en las Lecciones sobre la filosofía de la historia
universal ) ejemplifica con César. César acumuló un poder que entró en abierta
contradicción con la república y por ello fue asesinado, entre otros, por
Bruto. Su muerte, sin embargo, no salvó a la república, sino que acabó dando
paso a Augusto, el primer César. El César persona se repitió en el César
título. Lo que explicaría esa repetición es que el cesarismo ya era necesario
en la época de César, sólo que necesitaba su muerte para triunfar. La
repetición sería así fruto de la necesidad. ¿Qué necesidad simbólica es la que
arroja la repetición de los desaires que la Presidenta Bachelet ha infligido a
tres de sus ministros del Interior?
Esa necesidad -hasta ahora soterrada y muda- no puede ser
otra que la necesidad de ruptura entre la izquierda y la decé. No se trata, por
supuesto, de una necesidad objetiva, sino de una necesidad simbólica que se ha
ido instalando poco a poco en la izquierda y que, conforme avanza, adquiere
casi el estatuto de una necesidad objetiva. La repetición del maltrato a los
ministros democratacristianos instalados en La Moneda sería la expresión de esa
necesidad.
Y es que a una parte muy importante de la izquierda la decé
simplemente le incomoda, le parece un lastre en los procesos de cambio que se
ha empeñado en impulsar. Las apreciaciones críticas hacia la reforma
educacional se le antojan simples complicidades de intereses entre la decé y
los grupos que profitarían del actual sistema educativo; la cautela frente al
proceso constituyente y el cambio constitucional, una oposición disfrazada de
prudencia; la defensa del proceso modernizador de la Concertación, una simple
defensa del mercado; sus dudas frente al aborto, un tosco conservadurismo, y
así. La decé y ciertos sectores de la izquierda miran al pasado y sus miradas
van paralelas, sin cruzarse nunca. Miran al futuro y ven (cuando ven, porque no
es claro que la decé logre ver algo) cosas radicalmente distintas. Y una
coalición que no se encuentra ni en el pasado ni en el futuro no es,
simplemente, una coalición.
Ese radical desencuentro no es, por supuesto, el fruto de
ninguna necesidad histórica objetiva (del mismo modo que el cesarismo que
siguió a César tampoco lo fue) sino el resultado de una necesidad simbólica que
se ha ido instalando en la cultura política de la izquierda, la que, para sus
adentros, siempre ha sabido que la decé es una buena compañera de ruta; pero,
ya se sabe, los compañeros de ruta acaban cuando las rutas divergen. Y eso está
ocurriendo entre la izquierda y la decé.
Los desaires, la desconfianza, la incomodidad de la
Presidenta Bachelet con esos tres ministros del Interior y en especial con
Burgos (cuyo espíritu decé, a diferencia de Pérez Yoma, no logra ser apagado
por ningún pragmatismo o sentido del poder) no es así fruto de un rasgo
psicológico, sino la expresión de que la distancia entre el proyecto de la
izquierda y el espíritu de la decé (espíritu, porque proyecto no tiene) está
adquiriendo la urgencia de una necesidad histórica.
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