OPINIÓN
LA JUSTICIA DEBE HACER SU TAREA
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Por Camilo Escalona
Han surgido opiniones, en la derecha, que insinúan “una
solución política”, que sirviese para configurar una salida a la gravísima
situación legal y política que afecta a la UDI, por el caso Penta.
Excusas no les faltan; por ello, desde ese sector se alega
que estas conductas, que defraudan al Fisco y a la conciencia ciudadana, serían
una “práctica generalizada” y que “todos lo hacen”; no faltando aquel audaz que
reclama por un “Pablo Longueira”, es decir, pide que una figura política venga
a arreglar el descomunal embrollo, jurídico y moral en que se encuentra dicho
Partido.
Tengo la convicción que seguir ese camino, sería echar
definitivamente por tierra lo que queda
de la legitimidad y del prestigio del actual sistema de partidos políticos,
existentes en el país. Sería un intento definitivamente estéril y bochornoso.
En primer lugar, sería estéril, ya que resulta enteramente
previsible que el repudio ciudadano que tendría una propuesta de ese tipo,
adquiriría tal magnitud qué haría imposible la materialización de ese
propósito.
En segundo lugar, sería tan impropio y vergonzoso que
vendría a indicar que se ha provocado una grave distorsión en la
institucionalidad democrática, una impunidad para aquellos que disponen o que
ejercen un espacio de poder.
En tal sentido, la decisión expuesta desde el gobierno, en
reiteradas oportunidades, no puede ser más certera y realista: hay que permitir
la labor autónoma y sin interferencias de los Tribunales de Justicia.
Ahora bien, el reproche moral que se ha extendido por el
país, tiene un sentido que no se puede desatender, que va más allá de lo que
pueda hacer el sistema judicial; se trata de una fuerte condena a quienes
pretenden situarse por encima de la ley, actuando de hecho como si estuviesen
dotados de un privilegio especial, precisamente, el actuar con impunidad, de
hacer lo que lo demás no pueden, porque simplemente no les pasará nada. La idea
de poderosos intocables, dotados de enormes fortunas personales, es fatal para
la legitimidad democrática de la institucionalidad.
Lo que está en juego es si en el hecho en Chile, se
establecen personas de primera y de segunda clase. La pretensión de impunidad
es tan grave que vendría a romper el criterio fundacional de la existencia de
una comunidad democrática: que no existe tal status y que se garantiza la
igualdad de todos ante la ley.
Esa es la razón de fondo. Aquí no se trata, de ingeniería ni
de negociación política, para resolver un intrincado impasse de naturaleza
judicial. Por ello, no caben ni existen salvadores milagrosos ni fórmulas
mágicas; lo único que corresponde es esperar, finalmente, el veredicto de la
Justicia.
Aquí no se puede generar, de ninguna manera, una especie de
sindicato desconocido pero eficaz, que consigue zafar a los suyos de las
sanciones que reciben las personas cuando violan, atropellan o hacen caso omiso
de las obligaciones que les impone la ley.
Aquí se prueba si hay o no hay una institucionalidad
democrática sólida. Aquí se corrobora si estamos o no ante un Estado de Derecho
que consagra las mismas obligaciones para todos y todas ante la ley. La
Justicia debe hacer su tarea.
En el último tiempo, son muchos los episodios en que la
autoridad judicial aparece débil o sobrepasada, en que diferentes imputados
salen desde el Tribunal a las calles, riéndose ante las Cámaras y reporteros
que los siguen mientras el estupor se extiende en la ciudadanía. Por el bien de
Chile, en este caso, no puede pasar lo mismo.
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