POLÍTICA
LA DERECHA EMPRESARIAL Y POLÍTICA: LA ACCION PARASITARIA
Por Hugo Latorre Fuenzalida
En la naturaleza existen bichos detestables, repugnantes y
tal vez inútiles. Las moscas, por ejemplo. También uno se pregunta para qué
pueden servir los zancudos o las garrapatas; son chupasangres, parásitos de lo
que otros han forjado, pero viven, tienen su espacio y lo usan de manera
eficiente y perseverante; tanto que hasta pueden convertirse en plagas.
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A las sociedades suele pasarle algo similar. En estos países
con Estado precario, que es lo mismo que
con institucionalidad subdesarrollada o de democracia en ciernes (o
degeneradas por abortamiento sistemático, como viene sucediendo en varios
países de América Latina), le asoman brotes de sarna, una especie de epidemia
parasitaria, donde personajes y grupos de hombres toman las de Villadiego con las propiedades
del Estado (que debieran ser de todos), y se las apropian, así no más,
trasladando activos enormes a su “Cueva de Alí Babá”, e imponiendo luego, por
manu militar o pluma leguleya, el estatuto de
“derecho de propiedad privada”, lo que les hace inmune a toda incursión
pública o judicial.
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Chile es el epítome de este descaro infeccioso del sector
parasitario: acá se apropiaron por vía bélica de más de 25.000 millones de
dólares de la época de activos del sector público, sin rendirle cuentas a
nadie. Los demócratas que llegaron al poder en 1990 “concertaron” un pacto de
silencio respecto a esa expropiación alevosa de la riqueza social
pertenecientes a todos los chilenos.
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Lo que pasaba en los 70 y 80, era que en Chile se hizo una
diferencia entre los que eran ”humanos”
y los “humanoides”. Los primeros gozaban de todos los derechos y del
poder; los segundos de todas las obligaciones y ningún derecho. Por tanto el
que la propiedad de los “sin derechos”, de los parias, pasaran
intempestivamente a manos de los “humanos”, calzaba con la lógica moral e
ideológica imperante por entonces. Pero la moral y la lógica de rectificación que debió animar entre aquellos que recuperaron la democracia,
no apareció: ni en el discurso ni en la praxis de esta nueva camada de
dirigentes.
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Muy por el contrario, los nuevos demócratas, con una
hipotimia refractaria al deber, se las arreglaron para incrementar los volúmenes de riqueza social transferidos a los grandes capitales nacionales e
internacionales. Con razón se señaló, en la década de los 90, que estábamos
abrazados por “dos derechas”: una la golpista y la otra la pseudo democrática.
Ambas, en verdad, coincidieron en el afanoso despojo de la riqueza
perteneciente al Estado y a los chilenos menos afortunados. Si la década de los
80 fue la década económicamente perdida, la década de los 90 fue la década
perdida social y políticamente hablando
Ambas alianzas que han gobernado a Chile por más de 40 años,
han estructurado una sociedad monstruosa, desequilibrada e inestable. La
acumulación de riqueza en pocas manos ha creado un engendro acromegálico y de
cuerpo raquítico. Una estructura así de deforme no se puede sostener por mucho
tiempo, a menos que el cuerpo entero de la sociedad se acomode a una deformidad
monstruosa y degenerada.
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Pero como son pertinaces al extremo, ahora tomaron una frase
de Thomas Piketty, dicha en una entrevista, y la exaltan como la máxima central
del mentado economista: “…La desigualdad no es en sí mala”.
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Obviamente la desigualdad es natural, por tanto no es mala.
Tampoco es mala la igualdad en sí, el apetito, en sí, el sexo en sí; pero la desigualdad extrema es mala,
pues lleva a la segmentación excluyente; la igualdad como igualitarismo lleva a
la mediocracia, es decir a la anulación de las cualidades personales; el sexo
es bueno y natural, en sí, pero si se transforma en una obsesión pasa a ser una
patología sexual, que le lleva directamente a convertirse necesariamente en un
delincuente sexual, en un abusador, en un sodomita; como el alcohol no es malo
en sí, pero transformarse en un dipsómano, sí que lo es.
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Y eso creo que lo dejó muy en claro el economista Piketty,
pero los duendes de la derecha borran esas frases y dejan las que les conviene,
pues siempre tratan de ocultar lo que no les calza: la verdad, los dineros
electorales, las empresas y refugios de dineros en el exterior, las usuras, los
robos descarados a los usuarios de sus empresas.
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Arturo Schopenhauer señalaba: “La virtud no se enseña, como
tampoco el genio…..Inspira tal terror el egoísmo que hemos inventado la
urbanidad para ocultarlo como una parte vergonzosa. Pero sobresale a través de
todos los velos y se denuncia en todo encuentro. “Por naturaleza el egoísmo
carece de límites…El egoísmo es colosal, no cabe en el universo.”
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