¿POR QUÉ LEER A PIKETTY?
Por Rafael Urriola U.
Director Area Social Fundación Chile21. Editor Primera Piedra
Ya está en librerías - y en español- el libro del economista francés Thomas Piketty, El Capital en el Siglo XXI, el cual es, quizás, el libro de teoría económica más importante
en lo que va corrido de la presente centuria. Más allá de todos los debates que está ocasionando esta obra (y de las críticas que hemos tenido oportunidad de leer), me quiero permitir -por ahora- sólo sugerir tres razones para, al menos, leer este texto.
Primera razón
La primera razón es que en el largo plazo las cosas se ven mejor y evitan las distorsiones de interpretación del corto plazo. El aporte de Piketty es que evalúa los procesos de acumulación capitalista desde el S XVIII en 20 paises y, de paso, muestra que la idea más importante de los economistas neoclásicos (actualmente neoliberales) de que era necesario un poco de desigualdad para despegar y que luego mejoraba la distribución, lo que queda totalmente descartado en el largo plazo.
Los procesos de la posguerra que mejoraron la equidad se han ido desplomando incluso en
los países nórdicos, tradicionalmente más equitativos. En 2010, dice Piketty, la desigualdad volvió a ser la misma que en 1910.
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Las tendencias generales de la economía muestran que las tasas de crecimiento de largo plazo son, en promedio no mayor al 1,5% anual. No obstante esto, en el largo plazo tiene efectos importantes sobre las personas y su consumo. Bastaría con que una economía crezca a 2,3% anual para que duplique su PIB en sólo 30 años. Piketty sostiene que esta es la “esperanza” de crecimiento de largo plazo de las economías
aunque hay situaciones de recuperación que podrían crear tasas de crecimiento muy superiores pero se trata apenas de situaciones de recuperación de equilibrios. ¿Quizás eso es lo que están viviendo países asiáticos en la actualidad?
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En Chile, después de la caída del PIB de los años 80 era esperable lo logrado en los años 90 (especialmente si el crecimiento se basó en explotaciones mineras que no requiririeron inversiones previas del Estado). En este aspecto, Piketty desenmascara el largo plazo en el capitalismo y de paso le quita la potestad predictiva a los economistas y a quienes “venden” esta cientificidad poco certera.
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Valga destacar que la desigualdad se ha transformado en el tema más significativo del Siglo XXI causado por la exacerbación del neoliberalismo y del mercado; ni siquiera el crecimiento económico deja de expresar el malestar por la desigualdad. Los 85 individuos más ricos del mundo suman tanto dinero como 3.570 millones de pobres (Davos 2014). El 1% más pudiente de EE UU concentra el 95% del crecimiento, según Oxfam. En 1965, los directores ejecutivos en Estados Unidos recibían ingresos 51 veces superiores a los de los trabajadores cobrando el salario mínimo; en 2005, esta cifra se había elevado a 821 veces.
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La gente lo resiente, la encuesta Gallup de enero de 2014 en EE.UU., arrojó que el 67% de la población está insatisfecha con la distribución de la riqueza en su país. En Chile (encuesta CERC 2014), el 49% cree que las diferencias entre ricos y pobres han aumentado en 25 años. El 1% de los chilenos se apodera del 30% de la riqueza, según otro estudio de la Universidad de
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Segunda razón
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La segunda razón para leer a Piketty, es que una de sus tesis principales se sostiene en una ecuación que es insostenible de manera permanente: la tasa de rendimiento del capital es mayor a la tasa de crecimiento del PIB, es decir -como se mostró- si la acumulación continua creciendo más que el PIB, es posible que se cree una crisis grave del sistema ya que primarían tendencias divergentes. El propio Piketty describe tendencias convergentes, es decir que amortiguan la crisis, las cuales se relacionan con la aparición de nuevos mercados, el crecimiento poblacional en otros casos, el rol de los países emergentes –como los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica)-. Como sea, aprender sobre esta perspectiva es un ejercicio necesario ya que la economía mundial tiene un serio problema de “realización de capital acumulado” en el sentido marxista ortodoxo desarrollado en épocas anteriores y que, sin embargo, no desembocó en la crisis del sistema como hasta el propio Marx lo señaló. ¿Hoy es realmente más grave el problema o se encontrarán nuevas soluciones?
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Tercera razón
Y, en tercer lugar, leer a Piketty puede ser una agradable manera de refrescarse ante la “arrogancia de los economistas neoclásicos”. En la página 63 de su obra de más de 900 páginas da un marco para estudiar la economía de gran interés para los economistas de las nuevas generaciones: “ser economista universitario en Francia tiene un gran ventaja: los economistas son bastante poco considerados en el mundo intelectual y universitario así como entre las élites políticas y financieras. Esto les obliga a abandonar su desprecio por las otras disciplinas y su pretensión absurda de disponer de una cientificidad superior en circunstancias que, en realidad, no saben casi nada de nada”. La razón por la que los economistas clásicos no lo aprecian también se debe a que dice “demasiado a menudo, los economistas están preocupados por pequeños problemas matemáticos que no interesan sino a ellos mismos…”
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De hecho, Piketty concluye “concibo la economía como parte de las ciencias sociales al
lado de la historia, la sociología, la antropología y las ciencia política…” Tal
aseveración resulta del todo coherente con la idea de que la economía es una de las
disciplinas que tiene por objeto “estudiar el rol del Estado en la organización económica
y social y cuáles son las instituciones y las políticas públicas que nos aproximan a una
sociedad “ideal”.
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En efecto, la forma en que distribuyen los ingresos en un país no es una “ley de la economía”. Ello obedece a múltiples decisiones políticas, sociales,culturales, institucionales. Al igual que el crecimiento del PIB. Hay países con institucionalidades muy diversas, políticas económicas y formas de organización y de combinación de lo público y lo privado con resultados similares si se midiese por PIB.
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Esto también es un aliciente para leer una obra que no podrán eludir ni siquiera los más neoclásicos entre los economistas. Estoy seguro que habrá muchas otras razones para leer a un economista que es capaz de desafiar el dogma tradicional y que fue reconocido en Estados Unidos, incluso antes que en su propio país.
El pánico a Piketty de Paul Krugman
El profesor de economía de la Universidad de Princeton y Premio Nobel en 2008 escribió en el diario español El País que el nuevo libro del economista francés Thomas Piketty, El capital en el siglo XXI, es un prodigio de honestidad. Otros libros de economía han sido éxitos de ventas, pero, a diferencia de la mayoría de ellos, la contribución de Piketty contiene una erudición auténtica que puede hacer cambiar la retórica. Y los conservadores están aterrorizados. Por eso, James Pethokoukis, del Instituto Estadounidense de la Empresa, advierte en National Review de que el trabajo de Piketty debe ser rebatido, porque, de lo contrario, “se propagará entre la intelectualidad y remodelará el paisaje político-económico en el que se librarán todas las futuras batallas de las ideas políticas”.
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Pues bueno, les deseo buena suerte. Por ahora, lo realmente sorprendente del debate es que la derecha parece incapaz de organizar ninguna clase de contraataque significativo a las tesis de Piketty. En vez de eso, la reacción ha consistido exclusivamente en descalificar; concretamente, en alegar que Piketty es un marxista, y, por tanto, alguien
que considera que la desigualdad de ingresos y de riqueza es un asunto importante.
En breve volveré sobre la cuestión de la descalificación. Antes veamos por qué El capital está teniendo tanta repercusión. Piketty no es, ni mucho menos, el primer economista en señalar que estamos sufriendo un pronunciado aumento de la desigualdad, y ni siquiera en recalcar el contraste entre el lento crecimiento de los ingresos de la mayoría de la población y el
espectacular ascenso de las rentas de las clases altas. Es cierto que Piketty y sus compañeros han añadido una buena dosis de profundidad histórica a nuestros conocimientos, y demostrado que, efectivamente, vivimos una nueva edad dorada. Pero eso hace ya tiempo que lo sabíamos.
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No, la auténtica novedad de El capital es la manera en que echa por tierra el más preciado de los mitos conservadores: el empeño en que vivimos en una meritocracia en la que las grandes fortunas se ganan y son merecidas.
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Durante el último par de décadas, la respuesta conservadora a los intentos por hacer del espectacular aumento de las rentas de las clases altas una cuestión política ha comprendido dos líneas defensivas: en primer lugar, negar que a los ricos realmente les
vaya tan bien y al resto tan mal como les va, y si esta negación falla, afirmar que el incremento de las rentas de las clases altas es la justa recompensa por los servicios prestados. No les llamen el 1% o los ricos; llámenles “creadores de empleo”.
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Pero ¿cómo se puede defender esto si los ricos obtienen gran parte de sus rentas no de su trabajo, sino de los activos que poseen? ¿Y qué pasa si las grandes riquezas proceden cada vez más de la herencia, y no de la iniciativa empresarial? Piketty muestra que estas preguntas no son improductivas. Las sociedades occidentales anteriores a la Primera Guerra Mundial efectivamente estaban dominadas por una oligarquía cuya riqueza era heredada, y su libro argumenta de forma convincente que estamos en plena vuelta hacia ese estado de cosas.
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Por tanto, ¿qué tiene que hacer un conservador ante el temor a que este diagnóstico pueda ser utilizado para justificar una mayor presión fiscal sobre los ricos? Podría intentar rebatir a Piketty con argumentos reales; pero hasta ahora no he visto ningún indicio de ello. Antes bien, como decía, todo ha consistido en descalificar.
Supongo que esto no debería resultar sorprendente. He participado en debates sobre la desigualdad durante más de dos décadas y todavía no he visto que los “expertos” conservadores se las arreglen para cuestionar los números sin tropezar con los cordones de sus propios zapatos intelectuales. Porque se diría que, básicamente, los hechos no están de su parte. Al mismo tiempo, acusar de ser un extremista de izquierdas a
cualquiera que ponga en duda cualquier aspecto del dogma del libre mercado ha sido un procedimiento habitual de la derecha ya desde que William F. Buckley y otros como él intentaran impedir que se enseñase la teoría económica keynesiana, no demostrando que fuera errónea, sino acusándola de “colectivista”.
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Con todo, ha sido impresionante ver a los conservadores, uno tras otro, acusar a Piketty de marxista. Incluso Pethokoukis, que es más refinado que los demás, dice de El capital que es una obra de “marxismo blando”, lo cual solo tiene sentido si la simple mención de la desigualdad de riqueza te convierte en un marxista. (Y a lo mejor así es como lo ven ellos. Hace poco, el ex senador Rick Santorum calificó el término “clase media” de “jerga marxista”, porque, ya saben, en Estados Unidos no tenemos clases sociales).
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Y la reseña de The Wall Street Journal, como era de esperar, da el gran salto y de alguna manera se las arregla para enlazar la demanda de Piketty de que se aplique una fiscalidad progresiva como medio de limitar la concentración de la riqueza —una solución tan estadounidense como el pastel de manzana, defendida en su momento no solo por los economistas de vanguardia, sino también por los políticos convencionales, hasta, e incluido, Teddy Roosevelt— con los males del estalinismo.
¿De verdad que esto es lo mejor que puede hacer The Journal?
La respuesta, aparentemente, es sí. Ahora bien, el hecho de que sea evidente que los apologistas de los oligarcas estadounidenses carecen de argumentos coherentes no significa que estén desaparecidos políticamente. El dinero sigue teniendo voz; de hecho, gracias en parte al Tribunal Supremo presidido por John G. Roberts, su voz suena más fuerte que nunca. Aun así, las ideas también son importantes, ya que dan forma a la manera en que nos referimos a la sociedad y, en último término, a nuestros actos. Y el pánico a Piketty muestra que a la derecha se le han acabado las ideas.
(*) Primera Piedra 603 Análisis Semanal del 5 de enero de 2015
Piketty en Chile, por Agustín Squella
"Piketty ubica el tema de la distribución de la riqueza en el centro de su análisis, mientras la mayoría de sus colegas manifiesta poca o ninguna sensibilidad ante el creciente aumento de las desigualdades tanto en países ricos como emergentes..."
Es bueno que "El capital en el siglo XXI" se encuentre ya en librerías. Bueno es también que su autor, Thomas Piketty, vaya a recalar próximamente en Chile. Nuestros economistas disputarán acerca del valor de ese libro y la pertinencia de sus planteamientos, pero tal es la regla entre quienes se dedican a un saber que solo por razones de prestigio y aparente neutralidad osan llamar ciencia.
Para la enorme masa de los que según los economistas no sabemos nada de economía, continúa siendo un misterio que un saber pretendidamente científico como la economía tenga tan escasa capacidad predictiva en lo que a crisis se refiere, tan poco acuerdo a la hora de aclarar las causas de las crisis, y tan mínimos consensos al momento de identificar las medidas más eficaces para salir de ellas. Una triple debilidad que podría obedecer a que muchos economistas tienen un pie en la academia y el otro en las grandes empresas, instituciones financieras, consorcios internacionales o gobiernos causantes de las crisis. Cuando un economista obtiene la significativa mayor parte de sus ingresos de cualquiera de esos poderosos agentes económicos, ¿cuánta independencia de juicio puede esperarse de él cada vez que se trata de avizorar una crisis o de explicarla y corregirla?
Otra causa de las deficientes explicaciones de los economistas proviene de que no relacionan su saber con otras disciplinas -por ejemplo, historia y sociología-, llegando incluso a desarrollar un imperialismo epistemológico que se expresa en los múltiples y hegemónicos "análisis económico de..." -de la familia, de la universidad, del derecho, del arte, de la religión, y añada usted lo que quiera-, como si tareas cognitivas de otros fenómenos tuvieran que adoptar sin más las categorías de análisis y el lenguaje propios de la economía. El ejemplo más desfachatado a ese respecto es el de un Nobel de Economía que afirmó que la tasa de adulterios empezó a bajar en Estados Unidos el mismo día en que los norteamericanos se dieron cuenta de que mantener dos mujeres cuesta más caro que hacerlo con una sola.
Piketty ubica el tema de la distribución de la riqueza en el centro de su análisis, mientras la mayoría de sus colegas manifiesta poca o ninguna sensibilidad ante el creciente aumento de las desigualdades tanto en países ricos como emergentes, y ello como resultado de un hecho al que nuestro siglo tendría que salirle al paso: la recapitalización de los patrimonios provenientes del pasado es más rápida que el ritmo de crecimiento de la producción y los salarios, lo cual empuja a los empresarios a transformarse antes en rentistas que en productores. Por otro lado, un simple trabajador podrá salir de la pobreza -digamos comer pan tres veces al día en circunstancias de que antes comía una-, aunque lo más probable es que ese trabajador sepa de las tortas solo porque las divisa a través de las vidrieras de las pastelerías que son frecuentadas únicamente por la minoría de los dueños del capital (y de las pastelerías).
¿Solución? Piketty aboga por un impuesto progresivo sobre el capital, puesto que solo así "sería posible evitar la interminable espiral de desigualdad y preservar la competencia y los incentivos".
Cualquiera es capaz de imaginar el escándalo que una propuesta como esa puede producir en un país cuya clase empresarial vaticina el fin de la inversión y el crecimiento ante la aprobación de una reforma tributaria en cuyo texto final ella misma influyó no poco, y ahora ante el anuncio de una reforma laboral. Que nuestros grandes empresarios lamenten vivir hoy en la incertidumbre puede responder al hecho de que se habituaron a hacer negocios en marcos de excesiva certidumbre (para ellos), de una legislación laboral blanda (para ellos), de bajos impuestos (para ellos) y de instrumentos de elusión (nuevamente para ellos) que les permitían diferir impuestos que a los trabajadores se les descuentan mes a mes en sus liquidaciones de sueldo. Piketty, cómo no, será otro motivo o pretexto para inflamar una incertidumbre que, según parece, tiene una parte real y otra fingida.
(*) Blog de El Mercurio
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