GOBIERNO-OPINIÓN
UNA RESTAURACIÓN A MEDIAS
Por Hugo Latorre Fuenzalida
Lo que se intentó en el programa presidencial de Michelle
Bachelet, en su segundo gobierno, fue alcanzar una “restauración” (restitución)
de algunos de los derechos sociales que
los ciudadanos chilenos gozaban hasta mediados
de los años 70, tiempo en el cual comenzó la gran revolución neoliberal
en Chile, proceso que se ensañó –como ha sido su lógica a nivel planetario- en
eliminar las conquistas sociales que los ciudadanos venían alcanzando (de
manera trabajosa y con innumerables víctimas dejadas en el camino), desde
hacía un siglo.
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Por primera vez, desde la asonada militar del 73, que se
propone recuperar los derechos ciudadanos, derechos que en Chile fueron
arrebatado a punta de ballonetas, y luego a punta de entreguismo de los
supuestos defensores del pueblo.
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La revolución neoliberal no es otra cosa que la revolución
moral que establece que la justicia social es inviable e indeseable, por tanto
se debe imponer lo que Max Weber
estableció como las bases religiosas del capitalismo, es decir el premio
de Dios a los ricos, para que se hagan más ricos y el castigo a los pobres para
que pierdan toda esperanza en este mundo.
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Esta revolución moral, que se hermana a la revolución protestante y que deriva por el
lado del catolicismo medieval y de la lógica evangélica de Mateo (25-29): “Al
que tiene se le dará más y al que no
tiene se le quitará lo poco que posea”.
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Este misterio evangélico, que se contradice literalmente con
todas las demás propuestas de sus textos, ha sido encarnada de manera cruda y
sin contemplaciones por las derechas del mundo y por los viejos izquierdistas
también.
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La etapa de mayor abundancia y crecimiento de las economías
reales del mundo, que correspondió a la etapa de postguerra en el Occidente capitalista, y también en los
experimentos socialistas (con excepción de Asia, que era aún agraria y
subdesarrollada), cayó en la fase de estancamiento con crisis de reproducción
de su sistema industrial, lo que llevó a sufrir los males propios del
subdesarrollo: inflación, déficit fiscal, desempleo.
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Ante el colapso del modelo keynesiano, que propició la
integración social al bienestar, las propuestas neoliberales desentierran sus
teorías sobre la desigualdad y la eficiencia, arrastrando al mundo a una
competencia por acumular y marginar, transgrediendo toda razón y todo sentido
común.
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Como fueron incapaces de relanzar la economía real y
productiva en Occidente (que siguió creciendo a tasas que representan la mitad de la etapa
keynesiana, y la inversión creció menos
todavía), entonces se descubrió que privatizando todo lo que antes controlaba
el estado, se obtenían botines tan enormes
que se podía jugar con ellos de manera ilusoria a través de la
especulación financiera y la colocación de valores agregados a todo cuanto
pueda ser transado en el mercado mundial.
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La ayuda tecnológica de las telecomunicaciones y los
procesadores hicieron posible que las transacciones de papel fluyeran a una
velocidad 80 veces más acelerada que los bienes reales y que llegásemos al
absurdo económico que de todo lo que se transa diariamente en los mercados menos del 3% corresponde a
bienes tangibles (reales).
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Entonces surgen los milmillonarios como moscas en el pastel.
Pero son milmillonarios fatuos, poseedores de puros valores hipotéticos, de
aire corporizado en papel.; creadores de inconmensurables burbujas propensas a
reventar en cualquier momento. De hecho, desde que se inicia la aplicación
neoliberal de la economía especulativo-financiera en el atormentado planeta
Tierra, hemos sufrido más de cuarenta y tres crisis; es decir más de una crisis
por año.
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Un paciente que cada año pase en la UTI, implica que es un
enfermo grave, que nunca se ha recuperado, que no está saliendo adelante, sino
que es un sobreviviente que se mantiene vivo gracias a artificios. Creemos, a
estas alturas, que tal diagnóstico de gravedad crónica y de riesgo de colapso
final debe ser aplicada a esta economía de artificio, que es la que fue
impuesta al mundo por médicos insolventes para sacar al mundo de su crisis
global.
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En consecuencia, el diagnóstico que propone el tratamiento
de liberar al paciente para que desarrolle una vida libertina en economía y se
fortalezca con audaces medidas de especulación y acumulación, ha estado errado
de punta a rabo.
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La concentración exigida para la inversión, no alentó la
inversión en bienes reales, sino en bienes ficticios; no ha sido capaz de
ofrecer en 40 años una estabilidad mínima de la economía; no ha generado más
empleos ni mejor remunerados; no ha sido capaz de entregar bases de bienestar
más que a una pequeña porción de la humanidad; no distribuye ninguno de los
servicios que antaño se definían como básicos: salud, educación y vivienda, los
cuales pasaron a ser “bienes de consumo”. La cultura es otro bien de consumo,
con lo que nos aproximamos a una sociedad con peligrosa insustancialidad
existencial, lo que lleva al hiperconsumismo material e inmolativo (drogas,
alcohol, diversión aniquilante).
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Los ricos, de variado calibre, han construido una ciudad
amurallada; los pobres no tienen acceso
más que al consumo al detalle y cobrado a altos precios, con alto
endeudamiento y con tasas usureras. La educación la deben pagar los pobres y la
clase media a precios de mercado y un buen plus adicional; la salud se la
cobran a los que puedan pagarla a precios de un bien de lujo; la vivienda se construye en las
periferias urbanas más alejadas y con
servicios más precarios, con altos costos de transporte (y de mala calidad)
y con uso de tiempo de traslado que consume las energías de esa población ya
estresada.
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La riqueza natural
que antes pertenecía a todos, por ser a beneficio público, ha sido expropiada a
los pobres a beneficio de los más ricos; los recursos básicos como el agua,
también se les ha concedido a los ricos para que hagan de este bien
intransferible otro coto de caza de la rentabilidad empresarial.
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Es decir, el “efecto San Mateo” se ha aplicado en este mundo
(no en el escatológico) de manera total y doctrinal.
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Por eso es que era tan importante que luego de las
“rebeliones de los Pingüinos” (abortado por la misma Bachelet y la
Concertación) y la revolución del 2011, se pusiera en agenda las reformas que
nuestra sociedad requiere. No para hacer la revolución social ni económica (que
nadie lo espera de estos políticos ni de nuestros ciudadanos, marcados por un
acoquinado conservadorismo e indiferentismo), sino para retornar a los
estándares de equidad que Chile conoció apenas en la generación de los padres
de los estudiantes de hoy.
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Pero este paréntesis neoliberal, esta metáfora del retroceso
está presentando más resistencias de lo que se podía pensar. Como los políticos
no cambian fácilmente luego de alcanzar
una posición de acomodo, ahora se sienten transgresores de sus propias lógicas
y temen al castigo de esos amos a los que han adorado y han servido. Echan pie
atrás, se disculpan y adoptan un lenguaje conciliatorio (la política de los
acuerdos, y de avanzar en la medida de lo posible), tan repetida y tan
manoseada…¡Y tan hipócrita!
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Por eso el título de este artículo: “Una restauración a
medias”. Es que estamos cada día más lejos de lo que fuimos como país y
seguimos acercándonos al ideal neoliberal de sociedad y de Estado: una sociedad
sin derechos (más que los que concede el que tiene más poder) y un Estado sin
ciudadanos, sino simples “consumidores”, pero de las migajas que se tiene a
bien conceder por los amos del dinero.
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