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miércoles, 7 de enero de 2015

GOBIERNO-OPINIÓN

UNA RESTAURACIÓN A MEDIAS

Por Hugo Latorre Fuenzalida

Lo que se intentó en el programa presidencial de Michelle Bachelet, en su segundo gobierno, fue alcanzar una “restauración” (restitución) de  algunos de los derechos sociales que los ciudadanos chilenos gozaban hasta mediados  de los años 70, tiempo en el cual comenzó la gran revolución neoliberal en Chile, proceso que se ensañó –como ha sido su lógica a nivel planetario- en eliminar las conquistas sociales que los ciudadanos venían alcanzando (de manera trabajosa y con innumerables víctimas dejadas en el camino), desde hacía  un siglo.
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Por primera vez, desde la asonada militar del 73, que se propone recuperar los derechos ciudadanos, derechos que en Chile fueron arrebatado a punta de ballonetas, y luego a punta de entreguismo de los supuestos defensores del pueblo.
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La revolución neoliberal no es otra cosa que la revolución moral que establece que la justicia social es inviable e indeseable, por tanto se debe imponer lo que Max Weber  estableció como las bases religiosas del capitalismo, es decir el premio de Dios a los ricos, para que se hagan más ricos y el castigo a los pobres para que pierdan toda esperanza en este mundo.
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Esta revolución moral, que se hermana a la  revolución protestante y que deriva por el lado del catolicismo medieval y de la lógica evangélica de Mateo (25-29): “Al que tiene  se le dará más y al que no tiene se le quitará lo poco que posea”.
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Este misterio evangélico, que se contradice literalmente con todas las demás propuestas de sus textos, ha sido encarnada de manera cruda y sin contemplaciones por las derechas del mundo y por los viejos izquierdistas también.
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La etapa de mayor abundancia y crecimiento de las economías reales del mundo, que correspondió a la etapa de postguerra en  el Occidente capitalista, y también en los experimentos socialistas (con excepción de Asia, que era aún agraria y subdesarrollada), cayó en la fase de estancamiento con crisis de reproducción de su sistema industrial, lo que llevó a sufrir los males propios del subdesarrollo: inflación, déficit fiscal, desempleo.
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Ante el colapso del modelo keynesiano, que propició la integración social al bienestar, las propuestas neoliberales desentierran sus teorías sobre la desigualdad y la eficiencia, arrastrando al mundo a una competencia por acumular y marginar, transgrediendo toda razón y todo sentido común.
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Como fueron incapaces de relanzar la economía real y productiva en Occidente (que siguió creciendo a tasas  que representan la mitad de la etapa keynesiana, y la inversión  creció menos todavía), entonces se descubrió que privatizando todo lo que antes controlaba el estado, se obtenían botines tan enormes  que se podía jugar con ellos de manera ilusoria a través de la especulación financiera y la colocación de valores agregados a todo cuanto pueda ser transado en el mercado mundial.
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La ayuda tecnológica de las telecomunicaciones y los procesadores hicieron posible que las transacciones de papel fluyeran a una velocidad 80 veces más acelerada que los bienes reales y que llegásemos al absurdo económico que de todo lo que se transa diariamente  en los mercados menos del 3% corresponde a bienes tangibles (reales).
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Entonces surgen los milmillonarios como moscas en el pastel. Pero son milmillonarios fatuos, poseedores de puros valores hipotéticos, de aire corporizado en papel.; creadores de inconmensurables burbujas propensas a reventar en cualquier momento. De hecho, desde que se inicia la aplicación neoliberal de la economía especulativo-financiera en el atormentado planeta Tierra, hemos sufrido más de cuarenta y tres crisis; es decir más de una crisis por año.
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Un paciente que cada año pase en la UTI, implica que es un enfermo grave, que nunca se ha recuperado, que no está saliendo adelante, sino que es un sobreviviente que se mantiene vivo gracias a artificios. Creemos, a estas alturas, que tal diagnóstico de gravedad crónica y de riesgo de colapso final debe ser aplicada a esta economía de artificio, que es la que fue impuesta al mundo por médicos insolventes para sacar al mundo de su crisis global.
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En consecuencia, el diagnóstico que propone el tratamiento de liberar al paciente para que desarrolle una vida libertina en economía y se fortalezca con audaces medidas de especulación y acumulación, ha estado errado de punta a rabo.

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La concentración exigida para la inversión, no alentó la inversión en bienes reales, sino en bienes ficticios; no ha sido capaz de ofrecer en 40 años una estabilidad mínima de la economía; no ha generado más empleos ni mejor remunerados; no ha sido capaz de entregar bases de bienestar más que a una pequeña porción de la humanidad; no distribuye ninguno de los servicios que antaño se definían como básicos: salud, educación y vivienda, los cuales pasaron a ser “bienes de consumo”. La cultura es otro bien de consumo, con lo que nos aproximamos a una sociedad con peligrosa insustancialidad existencial, lo que lleva al hiperconsumismo material e inmolativo (drogas, alcohol, diversión aniquilante).
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Los ricos, de variado calibre, han construido una ciudad amurallada; los pobres no tienen acceso  más que al consumo al detalle y cobrado a altos precios, con alto endeudamiento y con tasas usureras. La educación la deben pagar los pobres y la clase media a precios de mercado y un buen plus adicional; la salud se la cobran a los que puedan pagarla a precios de un bien  de lujo; la vivienda se construye en las periferias urbanas más alejadas y con  servicios más precarios, con altos costos de transporte (y de mala calidad) y con uso de tiempo de traslado que consume las energías de esa población ya estresada.
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La riqueza  natural que antes pertenecía a todos, por ser a beneficio público, ha sido expropiada a los pobres a beneficio de los más ricos; los recursos básicos como el agua, también se les ha concedido a los ricos para que hagan de este bien intransferible otro coto de caza de la rentabilidad empresarial.
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Es decir, el “efecto San Mateo” se ha aplicado en este mundo (no en el escatológico) de manera total y doctrinal.
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Por eso es que era tan importante que luego de las “rebeliones de los Pingüinos” (abortado por la misma Bachelet y la Concertación) y la revolución del 2011, se pusiera en agenda las reformas que nuestra sociedad requiere. No para hacer la revolución social ni económica (que nadie lo espera de estos políticos ni de nuestros ciudadanos, marcados por un acoquinado conservadorismo e indiferentismo), sino para retornar a los estándares de equidad que Chile conoció apenas en la generación de los padres de los estudiantes de hoy.
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Pero este paréntesis neoliberal, esta metáfora del retroceso está presentando más resistencias de lo que se podía pensar. Como los políticos no cambian  fácilmente luego de alcanzar una posición de acomodo, ahora se sienten transgresores de sus propias lógicas y temen al castigo de esos amos a los que han adorado y han servido. Echan pie atrás, se disculpan y adoptan un lenguaje conciliatorio (la política de los acuerdos, y de avanzar en la medida de lo posible), tan repetida y tan manoseada…¡Y tan hipócrita!
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Por eso el título de este artículo: “Una restauración a medias”. Es que estamos cada día más lejos de lo que fuimos como país y seguimos acercándonos al ideal neoliberal de sociedad y de Estado: una sociedad sin derechos (más que los que concede el que tiene más poder) y un Estado sin ciudadanos, sino simples “consumidores”, pero de las migajas que se tiene a bien conceder por los amos del dinero.

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