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lunes, 5 de enero de 2015

OPINIÓN

LA UDI ENGAÑA A LA CLASE MEDIA

En la antigua Judea los políticos de la UDI y algunos de los empresarios que los financian serían tildados de fariseos, o sepulcros blanqueados o lobos con piel de oveja, por su falsa defensa de obreros, empleados y profesionales.

Por Hernán Ávalos Narváez
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Los políticos de la UDI engañan a la ciudadanía con su discurso a favor de la llamada “clase media”, cuando en realidad representan los intereses de la derecha económica, del pinochetismo, de la clase social dominante, de la docena de familias millonarias que capitalizan la mayor parte de la riqueza producida por el conjunto de los  trabajadores del país.
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Resulta hasta ofensivo para la inteligencia común escuchar las declaraciones reiteradas del presidente del partido, el diputado Ernesto Silva, insistiendo en su defensa de los sectores socioeconómicos medios del país. Especialmente por estos días con ocasión de la discusión parlamentaria por las reformas a la educación pública, a la estructura en los tributos, a los cambios a ley laboral, entre otras comprometidas por el Gobierno de Bachelet.
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Y mientras los representantes de la UDI agitan esta consigna demagógica por los medios de comunicación que le son afines (gran parte de la prensa escrita, de las radios y la TV), llaman a dialogar, aunque escuchan sólo las voces de sus ideólogos y avanzan con estudiada cautela en el debate, con el propósito de ganar tiempo, negociar a favor de los verdaderos intereses que representan, o en el mejor de los escenarios para ellos, impedir las reformas en consonancia con su estrategia conservadora de mantener el “status quo”.
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Como los políticos de la UDI ejercen influencia editorial en los principales medios de comunicación masiva, pudieron llegar con su falsa representación a los barrios pobres, a los gremios de trabajadores, a las asociaciones de obreros, empleados y profesionales y lograr constituir el partido con más electores en los años 90. Pero la investigación judicial del grupo empresarial Penta está develando el financiamiento clandestino de las campañas de los senadores de este partido Moreira y Von Baer; de sus candidatos presidenciales Longueira, Golborne y Matthei, y del propio presidente del partido, el diputado Silva, entre otros. Y confirma que en verdad representan al empresariado y es una mentira que defiendan los intereses de la llamada “clase media”.
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Al igual que su mentor, Pinochet, los políticos de la UDI parecen condenados a la ignominia de la ciudadanía por el dinero mal habido.
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Pero este discurso populista, engañoso y demagógico de los políticos de la UDI, publicitado en el marco de la ideología dominante y del neoliberalismo económico, no debiera sorprender a ningún chileno con memoria. El fundador del partido, Jaime Guzmán, tuvo activa participación en la redacción de la Constitución Política de 1980, dejando tales amarras al poder establecido que sólo una reforma podría transformar en una Carta Magna propia de una auténtica democracia representativa.
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Los políticos de la UDI son los autores del Plan Laboral que hizo letra muerta el Código del Trabajo, de las AFP, de las Isapres, del sistema electoral binominal, de la desnaturalización de los Colegios Profesionales, del negocio de las universidades privadas, de la venta a precio vil de las empresas y servicios del Estado levantadas con el esfuerzo de generaciones de trabajadores, de la Ley de Pesca (Longueira), entre otras reformas propias de su ideología mercantilista, destinadas a establecer la supremacía de la acumulación de capital, el enriquecimiento de quienes detentan el capital, por sobre los derechos sociales y las necesidades básicas de la mayoría ciudadana que vive o sobrevive de su salario, en definitiva de la venta de su fuerza de trabajo.
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El neoliberalismo a ultranza que defiende la UDI no sólo transformó la economía y alteró la relación entre empresarios y trabajadores. También estimuló y fomentó el individualismo a ultranza, en desmedro del colectivismo propio de la naturaleza gregaria del hombre. Y esta política inhumana tuvo efectos indeseados como el consumismo, el hedonismo, la apatía política y social todos ellos manifestados por el endeudamiento, la diversión sin freno, la pérdida del respeto por el prójimo, la farándula en los espectáculos, la violencia en la resolución de los conflictos y los desórdenes en las manifestaciones públicas de cualquier origen.
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¿Dónde estaban los políticos de la UDI por ese entonces cuando los obreros, los empleados, los profesionales y todos aquellos que viven del esfuerzo de su trabajo y no poseen capital eran avasallados por la dictadura cívico-militar?
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En esta deshumanización paulatina de nuestra sociedad los sindicatos, las federaciones, las  juntas de vecinos, los partidos políticos, las cooperativas, los colegios profesionales, los clubes sociales o deportivos y en general las entidades comunitarias perdieron vigencia. El mercado y el dinero comenzaron a regir la vida de los chilenos. La capacidad del Estado en fiscalización de los servicios básicos, regulación del mercado, el crédito y el trabajo; en asistencialismo a los desposeídos y emprendimientos en salud, vivienda e infraestructura pública fueron reducidos a su mínima expresión. 
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Y los derechos al trabajo, a la alimentación, a la  vivienda, a la educación, a la salud, a la previsión, a la cultura, al deporte, a la recreación se perdieron, o fueron transformados en bienes de consumo.
La verdad sea dicha una vez más. La UDI fue el soporte político, social y económico de la dictadura de Pinochet. Fue cómplice de los crímenes contra sus opositores y con su silencio avaló la violación sistemática a los Derechos Humanos. Y no sólo eso. Hizo propaganda a favor del dictador en la ONU. Luego trabajó voto a voto para intentar ganar el Plebiscito de 1998 y mantener al tirano otros 10 años en el poder. Algunos de estos mismos políticos que hoy expresan preocupación por la llamada “clase media”, subieron el cerro Chacarillas, en una caminata efectuada de noche e iluminados con antorchas, para proclamar a Pinochet como su líder natural y único, en un acto de clara connotación fascista. Y no han renegado de este compromiso adquirido en ese significativo acto.
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Pero el pueblo chileno fue más sabio y contra toda la propaganda pinochetista ganó la opción “No a Pinochet” en ese referéndum. El derrotado y sus seguidores de la UDI intentaron desconocer el resultado de las urnas. Algunos militares avizoraron el “autogolpe” y abandonaron al dictador para evitar una eventual guerra civil. Así Pinochet conoció la derrota política y debió entregar el Gobierno en 1990. Más no cedió los poderes fácticos, los cuales transfirió a sus incondicionales para que continuaran sustentando el sistema político, económico y social impuesto por la fuerza de las armas y que prolonga hasta nuestros días la desigualdad en los ingresos y la distribución inequitativa de la riqueza del país.
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Chile hoy ocupa el cuarto lugar del ranking con la mayor brecha de desigualdad entre ricos y pobres de los 34 países miembros de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo, OCDE. Según esta misma entidad, el 90% de los trabajadores chilenos gana menos de $650.000 mensuales. Es decir, 9 de cada 10 trabajadores reciben ingresos inferiores al sueldo mínimo promedio de los asalariados de los países desarrollados.
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En consecuencia, si la UDI está unida indisolublemente a la clase social dominante y al empresariado que detenta el capital y mantiene el inmovilismo que le ha permitido el enriquecimiento a costa de una fuerza de trabajo subvalorada ¿cómo podría representar los intereses de la llamada “clase media”, es decir de los obreros, campesinos, empleados y profesionales no propietarios de medios de producción ni de capital?
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En la última elección presidencial la Nueva Mayoría consiguió el Gobierno y  la mayoría parlamentaria para llevar adelante las reformas tributaria, educacional y constitucional comprometidas en campaña. Adicionalmente, esta victoria electoral terminó con el veto que la UDI venía ejerciendo en el Parlamento desde la época de los senadores designados, rechazando, acotando o minimizando los proyectos de ley que pretendían beneficios para la mayoría ciudadana, como aquel de la Rentas Municipales II, o el del Royalty Minero, entre muchos otros que rechazó o minimizó con argucias legales o de régimen parlamentario.
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 Dicho de otro modo. En una democracia como la nuestra, aunque imperfecta, debiera haber discusión parlamentaria, confrontación de ideas, estudios y opiniones sobre los proyectos de ley. Y agotado el debate, realizar la votación sin más trámite, aprobándolos por mayoría con el quórum requerido. En este modelo de generación de leyes está la esencia de la representación del electorado. Y la UDI debiera fracasar no sólo en las votaciones en el Parlamento, sino en las maniobras entre bambalinas para negociar o “cocinar” acuerdos espurios para favorecer los intereses del gran capital que representa.
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La Nueva Mayoría alcanzó los Poderes Ejecutivo y Legislativo. Y los recambios generacionales en el Poder Judicial, además de la creación del Ministerio Público y nueva justicia procesal penal, han dado como resultado una administración de justicia transparente, oportuna, celosa en la defensa de los derechos de las personas y de sus bienes. Los cambios estructurales y la modernización del Estado están en la dirección que la mayoría ciudadana viene demandando desde 1990, a pesar de la oposición sistemática de la UDI. Pero el tránsito hacia una sociedad inclusiva, solidaria y con justicia social, necesariamente, requerirá de una intervención decidida de los organismos estatales para regular y fiscalizar el mercado y el modo de producción de bienes y servicios. Y no parece tarea fácil, puesto que en paralelo, la mayoría de los empresarios debieran incorporar la ética en la gestión y administración de sus capitales e inversiones.

En la antigua Judea los políticos de la UDI y algunos de los empresarios que los financian serían tildados de fariseos, o sepulcros blanqueados o lobos con piel de oveja, por su defensa engañosa de la llamada “clase media”.

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