REGIONES LATINOAMERICANAS EN CRISIS
CENTROAMÉRICA: SIEMPRE UMBILICAL
Por Hugo Latorre Fuenzalida
El futuro de esta región se ve complicado por diversos
factores económicos adversos. Las opciones de política no son muchas y el
entorno mundial no viene muy auspicioso.
Bien sabemos que Centroamérica constituye
una prolongación que une-como un cordón- a América del norte con América del
sur. Se ubica entre los istmos de Tehuantepec y de Panamá.
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Los países que componen este subcontinente
son: Guatemala, Belice, Honduras, El Salvador, Nicaragua, Costa Rica y Panamá.
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Contiene una población de más de 46
millones de habitantes y una superficie conjunta algo mayor que la de
España, es decir 522.760 kilómetros cuadrados.
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La importancia mundial del istmo
centroamericano está dada fundamentalmente por la presencia del Canal de
Panamá, ruta marítima que une la parte Atlántica con el Pacífico,
constituyéndose en la principal vía de comunicación para el transporte de
carga.
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Este cordón montañoso, de gran
inestabilidad tectónica, que se eleva hacia el Pacífico y desciende suavemente
hacia el Caribe, posee una economía dominada fuertemente por los servicios:
turismo, transporte y financiero, que ha venido a reemplazar lo que antaño fue
dominado por la actividad agrícola.
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Guatemala es la economía mayor, pero no la
más rica. Su PIB supera los US$ 80.000 millones, siendo Nicaragua la más exigua
en términos de PIB, con apenas US$ 20.000 millones, dejando de lado a Belice
que apenas se empina por sobre los US$ 3.000 millones.
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En cuanto al ingreso por habitante,
derivado del PIB, tenemos a Panamá a la cabeza con sobre los 18,000 dólares y Costa Rica con US$
15.000. Con Honduras descendemos a cerca de los US$ 5.000 y Nicaragua poco más
de US$ 3.000.
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Los países con menos pobreza son Costa Rica
con un 21,3% y Panamá con un 26%. Los datos de desarrollo humano ponen en mejor
posición a Panamá (0.765) y a Costa Rica con (0.725); mientras que Nicaragua
anda por (0565) Gini.
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Sabemos que Centro América está fuertemente
ligada a la economía norteamericana; la crisis de esa parte del mundo repercute
fuertemente en esta Región. Centroamérica ha incrementado sus actividades
económicas en la década de los 90, pero todas las esperanzadoras inversiones
provenientes del coloso del norte y los acuerdos de integración comercial no
han dejado en esta parte los resultados esperados. En esa época se instalan, como inversión extranjera
relevante, las plantas textileras destinadas a exportar su producción hacia el
mercado de EE. UU.
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De las grandes expectativas señaladas en
realidad apenas se tradujo en un incremento del 1.6% del PIB entre 1990-95.
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Pero lo complicado está en que frente a
este magro crecimiento han aumentado mucho más los problemas y peligros
derivados de la gran desigualdad, el narcotráfico y la violencia del clima.
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Los costos por la inseguridad interna
forjada a partir de la pobreza y la desigualdad, además del narcotráfico (que
se incrementa en la década de los 90), se cree que representa una carga del 4%
de las ventas de las empresas privadas en Honduras, donde las empresas de
seguridad surgen y se multiplica hasta llegar a más de 160, en esa década. Un
informe del Banco Mundial señala que la merma productiva derivada de la
delincuencia y la violencia es de alrededor del 8% del PIB de la subregión.
Pero si a esto se le suma la violencia climática, que ha arreciado en las
últimas décadas, se habla que estos daños
superan el 18% de la inversión púbica.
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Como se puede apreciar, si se suman ambas
violencias: la delincuencial y la climática, por más esfuerzos que hagan los
gobiernos será imposible augurar mejores
perspectivas económicas para la subregión centroamericana.
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Otro de los grandes problemas
institucionales y estructurales que enfrentan estos países es la falta de
recursos en manos del Estado para hacer frente a la delincuencia organizada.
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Los estados de la región carecen de capacidad represiva y la delincuencia
organizada acumula más presupuesto que las fuerzas armadas para desarrollar sus
actividades. Los empresarios de la región se niegan a aportar más tributos para
la mantención del sector público. Recordemos que el promedio de carga
tributaria en esta área es de apenas un 10%; también se sabe que se necesita
urgentemente duplicar esa carga para comenzar a tener alguna luz de solvencia
para sostener un estado de cosas
constructivamente esperanzador.
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Si los empresarios no pactan con los
gobiernos, tendrán que pactar con la delincuencia, lo que habla ya de un
proceso disolutivo de la sociedad en términos muy peligrosos, pues la violencia
al interior de muchos de estas sociedades
ya supera la violencia fronteriza del norte de México.
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Hasta ahora sabemos que los empresarios se
niegan a pagar más impuestos para resolver el tremendo drama de la pobreza y de
la desigualdad extrema.
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Si los empresarios de la región no aportan,
la esperanza provendría de la ayuda externa, donde EE.UU. se anota como el principal interesado, pues
se trata de su denominado “patio trasero”. Sin embargo, desde el “documento de
Santa Fe”, que fue el programa
de Reagan, EE.UU. alimenta la política de “rascarse con las propias uñas”, es
decir de disminuir la ayuda a los gobiernos hasta dejarla sustentada en los
puros intereses económicos de las empresas norteamericanas. Europa, que
tradicionalmente ha sido un colaborador más atento con los problemas del
subdesarrollo, nunca aportó más del 0.3% de su PIB, incluso cuando en los años
70 del siglo XX la ONU definía una meta mínima deseable del 1% del PIB de los países ricos.
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Esta posibilidad de ayuda exterior se ha
reducido, ahora, a la nada misma.
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El drama de Centroamérica radica, entonces
en que la violencia imposibilita la gobernabilidad, que la estrechez económica
y el caos incrementa la pobreza, que más de seis millones de centroamericanos
han emigrado y que las remesas, que tanta ayuda prestaban a las familias pobres
de esta subregión, han decaído fuertemente debido a la crisis interna de EE.UU.
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El futuro no es muy auspicioso para esta
subregión. La recuperación de la economía norteamericana es más aparente que
real y muy inestable. La construcción del nuevo canal interoceánico en
Nicaragua puede aliviar un tanto la caída, pero dependerá mucho de las formas
en que China implemente las inversiones que realizará en esa magna obra. Los
chinos hasta ahora han privilegiado sus intereses más estrictos y demuestran
ser unos negociantes muy hábiles en función de sus intereses.
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