OBAMA CONTRA LA DESIGUALDAD
Por Camilo Escalona
Por Camilo Escalona
Confirmando que, en la globalización, la tarea esencial de
los gobiernos es (o debiese ser) la lucha contra la desigualdad, el Presidente
de los Estados Unidos, Barack Obama, ha presentado una nueva propuesta
tributaria para aliviar a la clase media en su país; con tal objetivo debe
lograr que el 1% más rico de la población tenga una carga impositiva mayor,
para conseguir el financiamiento necesario que materialice esos planes de
equidad social y redistribución de la riqueza.
Con esta decisión, luego del acuerdo con el Presidente Raúl
Castro para normalizar las relaciones con Cuba, el primer Presidente de raza
negra en la historia de los Estados Unidos, vuelve a sorprender y ganar la
iniciativa política a la oposición republicana, aún cuando esta última cuenta
ahora, con mayoría en ambas cámaras del Congreso de esa nación.
Al conocer la información, fue como escuchar parte del
debate que hemos impulsado en Chile, en torno al mismo problema y gran
desafío: la desigualdad es el gran peligro que enfrenta el régimen democrático.
Escuchar la respuesta de la oposición republicana fue también bastante
parecido a como se ha comportado en Chile la derecha política y económica en
estos temas: se apuraron a decir tajantemente que no. Esperemos que el debate
público permita, tal como paso aquí en nuestra patria, que se avance y legisle
en esta materia.
En efecto, en su Cuenta Anual, ésta es la penúltima de su
segundo mandato, el Presidente Obama, puso de manifiesto la gran falla
estructural del sistema, que los 400 contribuyentes más ricos realizan un
aporte menor que la clase media a la recaudación fiscal; sólo un 17% es lo que
contribuyen tales enormes conglomerados
y mega fortunas -de proporciones inabarcables- en la economía más poderosa del
planeta.
Algo así como “un raspado de la olla”, totalmente impropio
de quienes extienden y alargan sus lazos y ramificaciones financieras a escala
global y se ufanan de activos por decenas de miles de millones de dólares. En
muchos de ellos, las publicitadas donaciones por filantropía no constituyen más
que la cubierta exterior de una persistente voluntad de acumular un poder
económico ilimitado.
En el caso de las especulaciones en el sistema financiero,
simplemente, se acumulan activos y no se genera ninguna nueva riqueza, que
fuese a paliar o dar solución a parte de los más acuciantes dilemas que hoy
enfrenta la humanidad.
De hecho, estimaciones de investigadores acreditados en la
materia, indican que gracias a manejos bursátiles y al uso de información
privilegiada, la tendencia a la concentración de la riqueza aumentó
exponencialmente.
Las cifras señalan que el 1% de la población con más
ingresos, logra hacerse con cerca del 50% del producto mundial anual. Es decir,
que la fractura social que se ha incubado en la globalización, ha llegado a
dimensiones sin precedentes.
Es parte de esta situación que, desde el término de la ex
Unión Soviética concluyera el periodo de la guerra fría, los sistemas
tributarios, salvo excepciones, fueran horadados por la ilimitada codicia de
grupos de poderosísimos intereses, que se niegan a contribuir en ninguna
proporción, ni siquiera en la que les corresponde, a garantizar la estabilidad
democrática de sus respectivos países.
Es penoso concluir, que fuese el acendrado temor al
comunismo, lo que llevase a que los núcleos hegemónicos del sistema mundial,
durante el limitado periodo de la posguerra, tuvieran que aceptar una carga
impositiva capaz de aliviar las penurias sociales y colaborar al financiamiento
de las obligaciones de los Estados. Desde los años 80 al 90 del siglo pasado,
se desarticuló aquella conducta, bajo el criterio de minimizar el rol del
Estado. Luego que se desplomó el comunismo ya no tuvieron freno en su afán
concentrador de la riqueza.
Ahora el Presidente Obama
les pide un aporte mayor. Se ha anunciado que la propuesta solicita
elevar el impuesto a las rentas del capital de un 23,8% a un 28%, a las parejas
cuyos ingresos anuales estén por encima del medio millón de dólares; así como
aumentar lo que cotizan los bancos con más de US$ 50.000 millones de activos.
Además, también señala que hay que “cerrar vacíos legales”,
los mismos que se prestan para la evasión y la elusión tributarias en tantas
latitudes.
La meta fiscal que se pretende alcanzar son US$ 320.000
millones en diez años. Esta cifra es muy inferior al gasto militar anual de los
Estados Unidos; si lo calculamos en relación a nuestra reforma tributaria del 2014, es (medida por
año) ocho veces mayor.
Si se mide el tamaño de ambas economías, el esfuerzo a
realizar por Chile no se puede subvalorar, por ello, con vistas a tal meta tampoco
es correcto quitar importancia al impacto de crecer con equilibrio y
sustentabilidad en los próximos años.
Esta iniciativa redistributiva, surgida en el corazón del
sistema global, representa valores universales y viene a corroborar que una
distribución más justa de los ingresos, en una orientación estratégica que
impida el peligro de una fractura social, resulta ser un objetivo planetario.
Es un anhelo de valor civilizacional, que supera las fronteras partidarias y
los alineamientos coyunturales o las disputas subalternas y la ceguera de la
codicia.
No se trata de simples consignas o retórica académica; la
humanidad requiere proponerse una convivencia racional, basada en la razón y la
justicia y tales ideales no se pueden alcanzar con las aberrantes desigualdades
que marcan el mundo de hoy; ni tampoco con la concentración de la propiedad y
la riqueza, que comienza a transformarse en un tremendo obstáculo en el camino
de la estabilidad democrática en muchos países.
Que nuestra civilización haga suyo el ideal de una comunidad
integrada socialmente, amigable con sus orígenes étnicos y tolerante en sus
creencias religiosas no es un sueño imposible.
Requiere de una conciencia
mayoritaria, que permita avanzar en paz hacia dichos anhelos
universales.
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