OPINIÓN
LA UNIDAD SOCIAL Y POLÍTICA DEL PUEBLO
Por Camilo Escalona
En el Pleno del Partido Socialista el último sábado, el senador y Presidente de la
Democracia Cristiana, Ignacio Walker,
hizo un paralelo conceptual entre el Acuerdo suscrito por los Partidos
agrupados en el conglomerado Nueva Mayoría para sustentar el actual gobierno, y
el planteamiento acerca de la unidad social y política del pueblo que, a fines
de los años sesenta, hiciera el líder demócrata-cristiano que compitiera por
alcanzar la Presidencia de la República, Radomiro Tomic.
Al hacerlo reiteró enfáticamente la idea que la actual
administración es “nuestro” gobierno, desestimando con ello, las dudas
legítimas o las interpretaciones interesadas surgidas en los últimos días, a
propósito de las agudas divergencias surgidas públicamente en el bloque de la
Nueva Mayoría.
Se confirma así la estabilidad del conglomerado
gubernamental, lo que descarta aquellos negros augurios que estaban a la espera
de una crisis mayor, que deviniera en un conflicto de graves proporciones y
funestas repercusiones en el ejercicio de gobernar el país.
En la derecha se quedaron con las ganas de presenciar una
agria y muy desafortunada división en el bloque de gobierno.
De modo especial, recojo la idea que la existencia del
conglomerado Nueva Mayoría es una expresión concreta del planteamiento de
Tomic, de la unidad social y política del pueblo. Miradas las cosas desde esa
perspectiva, se trata de un buen avance hacia una etapa que permita la
concreción de las reformas en contra de la desigualdad en un nuevo gobierno.
De esa forma, se va superando el criterio que el actual
ejercicio de compartir la tarea de gobernar tiene “fecha de vencimiento”.
Un pensamiento político que se apoye en la formulación
creada por Tomic, necesariamente se proyectará con una mayor perspectiva en el
tiempo, de manera que desde el trabajo conjunto y la reflexión colectiva se
superen desavenencias injustificadas o artificiales, y se generen los criterios
requeridos para abrir paso a las reformas estructurales comprometidas con el
país, y se afiancen las condiciones para avanzar hacia un nuevo periodo
presidencial. Chile lo necesita.
No cabe duda que la amplitud y el alcance de las reformas
que se despliegan en el país exigen de un tiempo político necesario para
realizarse; es decir, que no se imponen
mediante un simple acto de voluntad. Su debate y aprobación parlamentaria, su
implementación en la gestión administrativa del gobierno, su despliegue y
consolidación en la existencia cotidiana del país.
Pensemos sólo en el hecho de cuánto tiempo demandará la
concreción de la des municipalización de la educación para advertir que las
reformas son enormes anhelos y requerimientos societales, pero que por lo mismo
no se hacen de la noche a la mañana, en un único acto y simultáneamente.
Esta dimensión es la que no se debe perder de vista para
robustecer los esfuerzos políticos encaminados a proyectar la Nueva Mayoría en
un nuevo gobierno. Esta es la lealtad que su tarea requiere, mirar a largo
plazo y salir de las querellas que lo han afectado.
Las reformas maduran en la conciencia social pero no se
hacen realidad por acción espontánea; por supuesto que no se concretan por la
iniciativa de las fuerzas ciegas del mercado. Se plasman a través de una acción
política que las concreta en la realidad del país.
Las reformas estructurales que se han situado en la agenda
nacional surgen y crecen de realidades de enorme profundidad, son procesos
complejos por la heterogeneidad de las fuerzas e intereses que se congregan en
torno a ellas, se abren paso de manera tumultuosa y conllevan contradicciones
de que no pueden ser resueltas de forma fácil, exclusivamente por los
movimientos sociales involucrados, sus demandas exigen la presencia coherente
de las fuerzas políticas que son aquellas que tienen la responsabilidad de
conducir el Estado.
De modo especial, cuando se trata de un Estado democrático
en que es la voluntad ciudadana quien elige soberanamente a las autoridades que
ejercen el poder Ejecutivo y Legislativo de la nación.
Es por ello que sostener el proceso de reformas hace
indispensable que no se generen pugnas secundarias o incomprensiones evitables
por asuntos de diseño o polémicas motivadas por el interés de perfilamiento de
cada cual.
Las reformas estructurales son una tarea política en que los
Partidos tienen la gran posibilidad de reencantar y dignificar su trabajo
uniendo y consolidando las mayorías necesarias para avanzar hacia un nuevo Chile, aquel en que
sea posible reducir y derrotar la desigualdad que hoy afecta tan severamente a
la comunidad nacional.
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