POLÍTICA-BRASIL
POLÍTICA Y DIÁLOGO EN EL CONTEXTO DE LA REELECCIÓN DE DILMA
ROUSSEFF
Por Leonardo Boff
La reelección de Dilma Rousseff propicia reflexiones sobre
varias formas de hacer política de partido. Hacer política es buscar o ejercer
concretamente el poder. Que quede claro lo que Max Weber escribió en su famoso
texto La Política como vocación: «Quien hace política busca el poder. Poder
como medio al servicio de otros fines o el poder por sí mismo, para disfrutar
del prestigio que él confiere».
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Este último modo de poder político ha sido ejercido durante
casi todo el tiempo de nuestra historia por las élites a fin de beneficiarse de
él, olvidando que el sujeto de todo poder es el pueblo. Se trata del famoso
patrimonialismo tan bien denunciado por Raimundo Faoro en su clásico Los dueños
del poder.
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Veo cinco formas de ejercicio del poder.
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Primero, la política del puño. Se trata del poder ejercido
de arriba abajo y de forma autoritaria. Hay un solo proyecto político, aquel
del detentador del poder que puede ser un dictador o una clase dominante. Ellos
simplemente imponen el proyecto y aplastan los alternativos. Fue lo que más ha
habido en la historia brasileña, especialmente bajo la dictadura militar.
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Segundo, la política de la palmadita en la espalda. Es una
forma disimulada de poder autoritario. Pero se diferencia de la anterior porque
esta se abre a los que están fuera del poder pero para engancharlos al proyecto
dominante. Obtienen algunas ventajas mientras no constituyan otro proyecto
alternativo. Es la conocida política paternalista y asistencialista que
desfibró la resistencia de la clase obrera y corrompió a tantos artistas e
intelectuales. Funcionó entre nosotros, especialmente desde Vargas en adelante.
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Tercero, la política de manos tendidas. El poder es
distribuido entre varios portadores que hacen alianzas entre sí bajo la
hegemonía del más fuerte. Hay alianzas entre el partido vencedor con los demás
partidos aliados para garantizar la gobernabilidad. Es el presidencialismo de
coalición parlamentaria. Ese tipo crea favoritismos, disputas de puestos
importantes en el Estado e incluso corrupción. Fue lo que ocurrió en los
últimos años.
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Cuarto, la política de manos entrelazadas. Parte del hecho
básico de que el poder está repartido en los movimientos e instituciones de la
sociedad civil y no solo en la sociedad política, en los partidos y en el
Estado. Ese poder social y político puede convergir en algo benéfico para
todos. Se trata de la gran discusión actual que prevé la participación de los
movimientos sociales y de los consejos para, junto con el Parlamento y el
Ejecutivo, definir políticas públicas. Se busca una democracia participativa
que enriquezca la representativa. Negar esta forma es no querer democratizar la
democracia y permanecer en la actual, que es de baja intensidad.
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Especificando: la política de las manos entrelazadas sucede
cuando el jefe del Estado se propone un amplio diálogo con todos en torno a un
proyecto común mínimo. El presupuesto es: por encima de las diferencias y de
los intereses en conflicto, existe en la sociedad la idea de qué país queremos,
la solidaridad mínima, la búsqueda del bien común, la observación de reglas
consensuadas y el respeto a valores de sociabilidad sin los cuales nos
volveríamos una jauría de lobos. Las manos extendidas pueden entrelazarse
colectivamente. Pero para eso, se necesita ejercitar el diálogo que implica oír
a todos y buscar convergencias en la línea del gana-gana y no del gana-pierde.
Es la ética en la política y de la buena política verdaderamente democrática.
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Finalmente tenemos la política como seducción, en el mejor
sentido de la palabra, subyacente a la propuesta de la presidenta Dilma. Ella
propone un diálogo abierto con todos los actores políticos, también del área
popular. Urge seducir al 48% que no votó por ella para que secunden un proyecto
de Brasil que beneficie a todos a partir de la inclusión de los más castigados,
de la creación de un desarrollo ecológica y socialmente sostenible que genere
empleos, mejores salarios, redistribución del ingreso, cree un transporte
decente y más seguridad para los ciudadanos, además de cuidado hacia la
naturaleza y la potenciación de un horizonte de esperanza para que el pueblo
pueda reencantarse con la política.
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Se necesita ser enemigo de sí mismo para estar contra tales
propósitos. El arte de ese diálogo es reencantar la política de las cosas y
seducir a las personas para ese sueño bienaventurado.
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Para eso es obligatorio mirar hacia delante. Quien ganó las
elecciones debe mostrar magnanimidad y quien las perdió, humildad y disposición
de colaborar con vistas al bien común.
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¿Es idealismo? Sí, pero en su sentido profundo. Una sociedad
no puede vivir sólo de estructuras, burocracia y disputas ideológicas en torno
del poder. Tiene que suscitar la cooperación de todos y alimentar sueños de
mejoría permanente que incluyan y beneficien lo más posible a todos, para
superar nuestra espantosa desigualdad social.
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Razón tienen las comunidades eclesiales de base cuando
cantan: «Sueño que se sueña solo es pura ilusión. Soñar que se sueña juntos es
señal de solución. Entonces, vamos a soñar juntos, soñar en colaboración».
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Ésta es la convocación supra-partidaria que la presidenta
Dilma está haciendo al Parlamento, a los movimientos populares y a toda la
nación. Sólo así se vacía el discurso de las divisiones, de los prejuicios
contra ciertas regiones y se sanan las llagas producidas en el ardor de la
campaña electoral con todos sus excesos de una parte y otra.
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