Por Baltasar Garzón* y Guido Leonardo Croxatto* – Pagina 12
El día 16 de este mes se cumplieron 26 años de la detención del ex dictador Augusto Pinochet en Londres.
No hay que
olvidar que la jurisdicción universal ha servido para poner sobre la mesa las
deudas que nuestras democracias tienen con los derechos humanos y el combate a
la impunidad, así como para llamar la atención sobre los riesgos que la
desmemoria (disfrazada) y el negacionismo, producen en la sociedad.
Los condenados por crímenes atroces, no puede pasarse por alto. Tampoco
la liviandad o el desconocimiento que han exhibido frente a este hecho muchos
legisladores y dirigentes. Ningún legislador puede alegar desconocimiento sobre
los crímenes o sobre las personas que fueron condenadas, sin reconocer, en ese
acto mismo, que no reúne las condiciones mínimas para el cargo. La memoria es
la base de idoneidad de todo servidor público.
Esos legisladores y quienes auspician, desde las más altas esferas del Estado, deberían reflexionar y acordarse de las víctimas que aún siguen buscando los desaparecidos o exigiendo justicia. Tendrían que reunirse con ellos, escuchar sus historias, sentir su dolor y quizás entonces, comprenderían la dimensión de su error.
La búsqueda de la verdad y de la identidad han sido y son un estandarte en la Argentina y otros países como Chile, especialmente.
No suponen patrimonio de ningún partido:
de allí su importancia y perdurabilidad. La justicia argentina ha dado muestras
y lo sigue haciendo, de que la impunidad se puede vencer y que esta horadó lo
más profundo de las entrañas del pueblo argentino. Resucitar las teorías de los
dos demonios o afirmar que los asesinados o desaparecidos eran terroristas o
“que algo habrían hecho,” es una revictimización tan grave como los propios
crímenes contra la humanidad cometidos por aquellos e incluso más peligrosa,
porque ahora no se pueden excusar en que no sabían o no conocían lo que estaba
sucediendo.
Lo primero, las víctimas
Primero es necesario fijar los hechos y sus circunstancias, lo demás vendrá después. La justicia tiene un rol imprescindible que jugar en estos procesos. Es un gravísimo error afirmar, como hace el filósofo e historiador Tzvetan Todorov, que el juicio a los crímenes de los dictadores debe dejarse a los historiadores no a los jueces, porque esto es confundir la memoria con la impunidad y favorecer la deformación de la propia historia.
Desmemoria y ultraderecha
Todas las leyes contra la impunidad, constituyen un
avance necesario en la consolidación de la lucha por los derechos humanos y las
libertades públicas y por ende de la democracia, en la que la memoria es,
asimismo, un elemento esencial. Por tanto, este combate no se puede abandonar,
ya que lo contrario sería tanto como dejar el campo abierto al avance, de
nuevo, del fascismo en las diferentes formas en las que ahora se expande.
Hoy vemos que muchos dirigentes, en España o en
Argentina (donde el Ministerio de Justicia y Derechos humanos pasó a llamarse
Ministerio de Justicia, a secas, ya sin “derechos humanos“), buscan
reivindicar, en foros conservadores, políticas que creíamos desterradas. Crecen
en Europa la xenofobia y el culto a la extrema derecha, a la par que se
denuestan los derechos humanos, calificados como un “negocio “, un “curro”, o
una “ideología extrema”. Crecen a la vez los campos de concentración y las
deportaciones masivas. Las garantías básicas parecen una quimera.
Pero en realidad, como decía Eduardo Duhalde (el
Bueno) los derechos humanos son un piso sin el cual no puede funcionar bien una
democracia. La desmemoria y el avance de las ideologías extremistas de derecha
no suceden juntas a la vez por accidente. Se necesitan y retroalimentan para
crecer a la vez. Y uno de los ingredientes imprescindibles es el olvido, que
permite redefinir la historia, modularla y construir una apariencia de
libertades que solo existen para aquellos que someten al pueblo a la perdida de
derechos consolidados, los que nos conforman como sociedad.
Los ataques a las víctimas, la edulcoración de los
victimarios, la eliminación de las garantías sociales, de la educación pública
son elementos de ese “nuevo mundo” que sencillamente es el que ya se puso en
práctica con nefastas consecuencias y un dolor inabarcable.
Consolidar la impunidad
Amigos y amigas, allí donde la memoria ejerce como
resguardo reflexivo, el extremismo difícilmente se producirá. No crece. No
tiene lugar. Pero si los legisladores visitan a los genocidas, reivindicando su
“martirio “, cuando están cumpliendo su pena por haber cometido crímenes
gravísimos, se envía a las nuevas generaciones, desde el Congreso, un mensaje
tan equivocado como peligroso: los criminales contra la humanidad no son presos
políticos.
No olviden que fueron condenados en procesos
ordinarios por crímenes atroces, con todas las garantías, las mismas que ellos
negaron a sus víctimas, que la sociedad no debe omitir esos crímenes atroces y
a quienes los cometieron. Mantener la memoria de lo sucedido, es la única forma
de que tales hechos terribles no se vuelvan a repetir.
No son, como en Alemania no fueron tampoco,
viejitos simpáticos, sino militares y civiles que secuestraron, torturaron,
robaron bebés, a los que mantienen, aún hoy, secuestrados con una identidad
falsa.
La historia solo será “completa”, como le gusta decir a Todorov, cuando todos los que aún están secuestrados con un nombre que no es real, recuperen su historia verdadera, que hoy, tanto tiempo después, todavía no conocen. Esta cita sobre Todorov viene a cuento porque visitó la ESMA (Buenos Aires) y luego publicó una nota sin dimensionar la gravedad del terrorismo de Estado argentino, lo cual repitió un año más tarde, en el Museo de la Memoria chileno, donde no dijo tampoco una sola palabra sobre los crímenes del pinochetismo, pero si cuestionó con insistencia los “excesos de la memoria” de las víctimas.
Con tales argumentos, se les está negando el acceso a la verdad y a su identidad “completa”. Se trata, como decía Guzmán Tapia, de delitos de acción permanente. Estos chicos y chicas, adultos jóvenes, con una identidad robada no son el “pasado“. Están vivos en estos momentos. Y no saben al día de hoy cómo se llaman. El deber de la sociedad, como bien hacen las Abuelas de Plaza de Mayo (*), que merecerían el Premio Nobel de la Paz, es encontrar a los nietos que todavía faltan, no reivindicar su secuestro, esto es: no ensalzar los crímenes de la dictadura. Los nietos y nietas robados no han recuperado su identidad y por ello no tienen su historia ni su vida completas. Quienes defienden lo contrario no buscan una memoria “mejor”, simplemente quieren consolidar la impunidad.
Autores:
*Dr. Baltasar Garzón, Jurista español y magistrado
del Juzgado Central de Instrucción N.º 5 de la Audiencia Nacional de España
1988-2012 donde ha intervenido en la investigación sobre graves violaciones a
los derechos humanos en el marco de la jurisdicción universal.
*Dr. Guido Croxatto, Abogado Internacional experto
en Derechos Humanos. Profesor UBA y UNLa. Lidera la defensa de víctimas de
lawfare en América Latina.
Aporte de la agencia europea Others News con sede en Roma y documentación de KRADIARIO.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario