Por Eduardo García Granado* – Diario Red
Javier Milei y Nayib Bukele se han convertido en las dos principales referencias de la ola de derecha radical que atraviesa América Latina
Más allá de la convergencia en materia de política contra el crimen organizado, lo cierto es que tanto Milei como Bukele son dos figuras claves para la ola de derecha radical en América Latina. Junto a otros como la colombiana María Fernanda Cabal, el chileno José Antonio Kast, el peruano López Aliaga, la argentina Victoria Villarruel o los Bolsonaro en Brasil, los presidentes de El Salvador y Argentina han emergido con referencias del bloque; en cierta medida, también como rockstars.
Los caracteres ideológicos de la ultraderecha latinoamericana son fácilmente reconocibles: anti comunismo, anti progresismo y anti feminismo. A partir de ahí, y mediado por la dinámica construcción de relatos que refuerzan sus cámaras de eco en redes sociales, se han ido generando subinterpretaciones en base a estas tres fuerzas motrices. Según el caso específico de cada líder de la derecha radical, a este andamiaje político se le ha acompañado de acepciones distintas; así, mientras Milei habla de la disputa sin cuartel contra “los zurdos empobrecedores”, el brasileño Jair Bolsonaro insistía en la necesidad de terminar con la “basura marxista” que dominaba el sistema educativo nacional (sic).
Punitivismo
Dentro del denso discurso de la derecha radical latinoamericana destacan, además, dos tendencias específicas: el punitivismo y el odio de clase; a este respecto, Nayib Bukele y Javier Milei son los principales iconos. Aun cuando algunos líderes no suscriban completamente la política del gobierno salvadoreño contra las maras o la agenda anarcocapitalista del presidente Milei, es palpable el consenso del que estas dos narrativas gozan entre los círculos de proyección cultural de la extrema derecha.
El diagnóstico punitivista de Bukele y otros dirigentes regionales que buscan emularle es simple, pero electoralmente eficaz: la izquierda y los organismos internacionales son responsables del auge del crimen organizado en sus países. La ingenuidad “progre”, por omisión negligente o por espurios vínculos con el narcotráfico, habría posibilitado la expansión tentacular del poder de los criminales, según esta mirada. Quedan afuera, por supuesto, explicaciones de orden estructural, económico o histórico; lo importante es construir un culpable y, mediante este ejercicio de ilusionismo político, la derecha radical lo logra.
La “guerra contra las pandillas” del gobierno de Nayib Bukele hace las veces de faro para múltiples movimientos emergentes de la derecha latinoamericana. El éxito en materia de seguridad ciudadana tapa no solo la “brocha gorda” de las detenciones, sino las críticas por un eventual “efecto rebote”. En cualquier caso, políticamente hablando, lo destacable es que la percepción de que se habría tratado de una política de Estado exitosa en El Salvador es interpretada a su vez como un acierto en el diagnóstico: si Bukele tuvo razón en la gestión, entonces ha de tener razón también en el señalamiento a los culpables. Y, no solo eso, sino que si Bukele logró estos avances en el particularmente difícil escenario salvadoreño, entonces se trata de una línea aplicable a contextos como el argentino.
Que Bukele ha influido en todo el discurso ultraderechista en la región es evidente. La “mano dura” de El Salvador se ha convertido en un estándar —al menos a lo largo de las campañas electorales— para los líderes de extrema derecha. Su espectacularizado CECOT (Centro de Confinamiento del Terrorismo) es defendido por el ecosistema propagandístico de la ultraderecha en redes sociales como un ejemplo de política “anti progre” contra el crimen organizado y muchos candidatos lo referencian durante sus campañas y prometen “copiarlo” si llegan al ejecutivo nacional
El punitivismo bukelista, no obstante, no solo consiste en el accionar específico de las fuerzas de seguridad del Estado en la disputa concreta contra el crimen organizado. El “método” consiste en aplicar la “mano dura” —no precisamente novedosa en la región— y combinarla con el uso de agresivas (y asfixiantes) estrategias de marketing político.
Es decir, se trata no únicamente de aplicar el punitivismo como estrategia de lucha contra las maras y otras organizaciones del crimen, sino de hacerlo de la mano de una construcción clara del marco nosotros/ellos en la que se exageren los éxitos propios, se minimicen hasta el absurdo las contradicciones y se maximalice la responsabilidad del adversario. Esto es lo que otros líderes pretenden emular, en parte buscando un rédito político que el propio Bukele ya ha consolidado en El Salvador.
Odio de clase
El odio de clase, verticalizado de arriba hacia abajo, lo ha venido a representar Javier Milei y su gobierno “liberal-libertario”, en particular instrumentalizando una narrativa anti izquierda y anti justicia social para difundir un discurso de abandono estatal a las clases trabajadoras. En línea con la crítica internacionalizada hecha por Bukele en el campo securitario, Milei y el resto de ancaps han construido un muñeco de paja en torno al Foro de Sao Paulo, en la práctica un mero encuentro de partidos de izquierda en la región.
Desde su asunción presidencial el 10 de diciembre, y a pesar de su caída en las encuestas demoscópicas, Javier Milei ha insistido en la irrenunciabilidad del superávit fiscal y se ha enorgullecido por haber aplicado una doctrina de shock. En realidad, semejantes medidas, si bien bajo la narrativa de la lucha contra la “casta”, han sido parte de una estrategia integral de redistribución de ingresos desde las clases trabajadoras en Argentina hacia el capital nacional concentrado y las instituciones financieras del imperialismo.
Pese al rotundo empeoramiento de la calidad de vida de buena parte de la población en Argentina, ciertamente los “mileiistas” han intensificado su defensa de las tesis liberales, muy en particular en clave regional. Javier Milei sigue siendo un icono político para la ultraderecha en el continente más allá de Argentina, habiéndose consolidado sus definiciones sobre la economía keynesiana y su insistencia en el “no hay plata”. Si bien su imagen positiva continúa cayendo en clave nacional, realmente su retórica sigue gozando de amplio calado entre la militancia digital y los discursos anti política de la derecha radical latinoamericana.
La apuesta del bloque por Milei es arriesgada. Los relativos éxitos del gobierno de Nayib Bukele, pese a las colosales contradicciones de su mandato, dotaron a la ultraderecha de un “ejemplo”. Independientemente del análisis específico sobre el “método” Bukele, lo evidente es que el dirigente atesora una favorable imagen regional, convirtiéndose en un agregador político. A Cabal, Kast y otros líderes de la derecha radical les es conveniente asociarse a la imagen del presidente de El Salvador.
El caso de Milei es distinto, pues su apuesta económica podría perfectamente salir mal. De hecho, pese a haber destrozado la economía familiar y de las empresas medianas y pequeñas en Argentina, la macroeconomía no parece consolidar su estabilización, según varios analistas. Por ahora, el líder de La Libertad Avanza es un activo político relativamente favorable entre ciertos electorados en América Latina, pero es probable que ello cambie.
*Politólogo y maestrando en Relaciones Internacionales. Miembro de Descifrando la Guerra. Colaborador e invitado en varios medios escritos y audiovisuales como analista internacional. Escribo sobre la península de Corea, Argentina y América Latina. Aporte de la agencia europea Other News
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