4-4-2014-KRADIARIO- Nº891
Ensayo de política internacional
EL IMPERIO DEL CAOS EN BUSCA DEL NOBEL DE LA ESTUPIDEZ
Cómo la aventura occidental en Ucrania contribuye a una nueva bipolaridad
Por
Rafael Poch
Ucrania confirma que entramos de lleno en la fase de los “imperios
combatientes”, fase superior de la estupidez humana en el siglo XXI. En
Occidente, el “Imperio del caos”, con Estados Unidos en primer lugar (ahí están
sus obras a la vista; Irak, Afganistán, Libia y Siria), continúa dispuesto a
seguir afirmándose militarmente. En Europa, la Unión Europea se confirma como
su fiel compañero y pese a la crisis que merma sus presupuestos militares,
busca ampliar su presencia en África y Europa Oriental, mientras Alemania sale
del armario reivindicando abiertamente el control militar de recursos globales
y una “política exterior más activa”.
.
El único programa que este “Imperio del caos” ofrece a los imperios
emergentes de Oriente, los BRICS como Rusia y China, es la “completa sumisión”,
explica Samir Amin, pero ni Rusia ni China aceptan ese programa.
En Ucrania Rusia ha dicho basta. Estaba dispuesta a convivir con una
Ucrania neutral, pero no con un protectorado occidental enfocado contra ella,
algo que rompe a ese país por la mitad y le empuja al conflicto interno. Vía la
anunciada privatización del sector energético ucraniano, los grifos de las
venas por las que fluye el grueso de la exportación energética rusa quedarán en
manos de Estados Unidos (empresas como Chevron están en ello), y la inequívoca
perspectiva de ingreso en la OTAN convierte el cerco militar en tierra
ancestral rusa en un agravio insoportable.
La rebelión de Rusia supone un vuelco en la conducta de ese país durante
más de veinte años, siempre cediendo tras la violación de líneas rojas
permanentemente marcadas por Moscú y traspasadas sin ceremonias por
Euroatlántida. Ese vuelco es visto como un desafío intolerable que hay que
castigar ejemplarmente, pero para Moscú no tiene vuelta atrás, sin arriesgarse
a un desmoronamiento del régimen de Putin. “Lo importante no es Ucrania en sí,
sino el desafío que el vuelco supone”, dice Fedor Lukianov.
La revisión de los “resultados” de la guerra fría es inadmisible en
Occidente. Aquel resultado que Gorbachov imaginó como un acuerdo entre
caballeros con miras a construir una seguridad continental integrada en Europa
(Carta de París, noviembre de 1990), fue convertido por Euroatlántida en una
fullera y arrolladora ofensiva sobre el terreno liberado por uno de los dos
gángsteres en beneficio del otro. Los dirigentes rusos estaban entonces
demasiado entretenidos en llenarse los bolsillos con la privatización y saqueo
del patrimonio soviético. Una mezcla de ingenuidad, desbarajuste, choriceo y
espíritu matón. Occidente considera ahora inadmisible revisar aquel excepcional
conglomerado y quiere escarmentar a Rusia. Pero ¿cómo hacerlo sin empujarla en
brazos de China?
Solamente es el comienzo
Lo de Ucrania apenas está empezando y China ya asoma como ganadora. Su
presidente Xi Jinping inspecciona en Europa el panorama del subimperio
occidental; Holanda, Francia, Berlín, Bruselas, un rosario de viejas capitales
coloniales unidas, en una orquesta cada vez más desafinada, alrededor del
propósito de contrarrestar a los viejos y nuevos imperios emergentes.
Los intentos de que China condene a Rusia por Crimea han sido vanos. Pekín
se ha abstenido en la poco entusiasta condena de Rusia en la ONU y ha expresado
cierta prudente comprensión hacia la actitud de Moscú.
.
“China no tiene intereses privados en la cuestión de Ucrania”, ha dicho Xi
en Berlín. La crisis de ese país, “deriva de una historia muy compleja y de
realidades actuales”, ha matizado. Hay similitudes.
Si la Rusia de Putin no es la de Yeltsin y Gorbachov, tampoco la actual
China de Xi Jinping es la de Deng Xiaoping. La doctrina china, explicó Xi en un
acto celebrado el jueves en la Körber Stiftung de Berlín, sigue siendo el
rechazo a convertirse en potencia hegemónica. China no quiere tratar a los
demás de la forma en que ella misma fue tratada por las potencias occidentales
y Japón hasta Mao. Pero Pekín –y esa es la novedad- también está marcando
líneas rojas en el Mar de la China y advierte contra el cerco del que ella
misma es objeto, mientras el Imperio del Caos pregona el traslado del grueso de
sus armadas hacia Oriente.
“No queremos ser hegemónicos, pero tampoco nos dejaremos colonizar ni
arrollar por otras potencias como ocurrió en el pasado”, respondió Xi el jueves
a una pregunta sobre su incrementado presupuesto militar.
La nueva bipolaridad
Como a Rusia, Estados Unidos acecha a China en sus propias barbas. El
regreso al conflicto y la tensión en Europa no le viene mal a Pekín. Resta
energía al escenario asiático. Aunque Europa no puede pasarse sin el gas ruso,
la mera insinuación de represalias contra Moscú en el frente energético, empuja
a Rusia hacia China.
Las relaciones de Moscú y Pekín son de enorme desconfianza, pero en los
últimos años las presiones y agravios euroatlánticos sobre Rusia ya lograron
desbloquear y mejorar largos pleitos ruso-chinos sobre el precio y las
infraestructuras del gas que China necesita.
Hace tiempo que Moscú, crecientemente desengañado de Europa y embarcado en
un planteamiento ideológico neocón-eslavo-ortodoxo, mira más hacia Oriente.
Pero esa mirada va más allá de China e incluye a adversarios de Pekín en la
región, en primer lugar Japón y Corea del Sur, socios y aliados militares de
Washington. Moscú tienta con ofertas y proyectos energéticos a Tokio y Seúl,
pero Washington presiona para que eso no prospere. El problema es que al
disuadir a Japón y Corea del Sur de cualquier negocio energético con Moscú,
Estados Unidos aún estrecha más la alianza entre Rusia y China: Convierte lo
que podía ser una difusa deriva rusa hacia Oriente, estratégicamente diversificada,
en una unilateral y concreta deriva hacia China, es decir algo que consolida un
bloque.
El cálculo de Pekín es 2020: el pulso con Estados Unidos ya será para
entonces militar. Seguramente en Pekín se considera que el Imperio del Caos no
les dejará en paz sin mediar una crisis militar. El recurso militar de China
–el potencial en el que está invirtiendo su defensa- es cegar a la armada del
Imperio del Caos atacando todo el sistema espacial de satélites sin los cuales
el principal ejército del mundo ya no puede vencer en una de esas guerras de
ordenador con centenares de miles de víctimas en el adversario y cero víctimas
en el propio campo a las que está acostumbrado. Para cuando eso llegue, el
suministro energético, que hoy le llega a China por vulnerables vías marítimas
controladas por el adversario, estará garantizado continentalmente vía Rusia.
A la Unión Europea y a Alemania todo esto le viene grande. Bruselas quiere
anunciar en junio una estrategia para “disminuir su dependencia energética de
Rusia”. Con ello contribuirá a lo mismo: a crear una especie de nuevo mundo
bipolar, Euroatlantida contra Eurasia. Ese no es el escenario de Rusia, ni de
China, ni de los BRICS en general, pero, por lo visto, es el único programa que
maneja el Imperio del Caos. Teniendo en cuenta los retos del siglo; el pico
petrolero y demográfico, las enormes incertidumbres que anuncian la desigualdad
y el calentamiento global, un verdadero premio Nobel de la estupidez.
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