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viernes, 25 de abril de 2014

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CAMILO ESCALONA: LA CAÍDA DE UN REY

Es viernes 17 de mayo de 2013, el día frío y oscuro no está para celebraciones. Se reúne la Comisión Política (CP) del PS para votar la realización de primarias en Los Lagos que han estado precedidas por la negativa de Camilo Escalona a enfrentarse al líder y caudillo local Rabindranath Quinteros. La prensa se agolpa en calle París 873, para obtener la primicia.

Por Edison Ortiz (*)

La tensión en la sede de los herederos de Allende es aún mayor. Horas previas a la realización de la sesión, Camilo Escalona se hace presente en ella rodeado de su círculo íntimo: su esposa, su hermano Simón, el diputado Juan Luis Castro, y un grupo de adherentes, entre los que destaca Hernán Vargas, quien luego sería el frustrado gobernador de Antofagasta.
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Por otra parte ha llegado también a la sede su presidente Osvaldo Andrade, flanqueado por sus dos corpulentos hijos. El diputado, quien conoce a Escalona desde su juventud, sabe que el asunto puede terminar mal. Y efectivamente durante su ingreso se profieren amenazas, garabatos y se lanzan más de un par de puñetes. Lo más blando que le dicen a Andrade es “traidor”, mientras sube por la escalera que conduce a la sala de sesiones del órgano colegiado de la colectividad. 
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La CP del PS vota la realización de primarias en Los Lagos, debate que ha estado precedido no sólo por la negativa del senador a participar de ellas sino, sobre todo, por la voluntad de la candidata Michelle Bachelet para que éstas se realicen. Y si bien el referéndum finalmente se produce, está de más: horas antes el hombre más influyente del PS, sabiendo el escenario adverso que le espera en la CP, patea el tablero: se niega a ir a primarias, y de paso cuestiona la institucionalidad del PS así como el liderazgo de Andrade. Es el fin del “acuerdo personal” entre ambos que el presidente socialista ha exhibido antes, como cuando fue cuestionado por su disputa pública con la ministra Paulina Veloso. 
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Entre los dos ha habido una coincidencia histórica, pero las diferencias han venido acrecentándose desde 2004, cuando Escalona hace pública, en su círculo más íntimo, la idea de desbancar a Martner de la presidencia del PS. Andrade es el único que dice que “no será fácil, sino muy complicado”.
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Lo que hace que, por primera vez, en casi 25 años, el PS sea un campo de disputa sin hegemonías claras, como sí ocurrió a lo largo de toda la transición. Y si bien la impronta cultural impuesta por sus líderes, ahora históricos, continuará dominando – una cultura de la “cooptación” y de copamiento del Estado sin mayor interés por fortalecer su rol civil–, podremos ver en los próximos meses una reconfiguración del poder interno de la colectividad como no pudo darse a lo largo de la última década.
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Es entonces el 17 de mayo del año pasado la fecha en que se inicia oficialmente el ocaso del liderazgo de, tal vez, el hombre más influyente del socialismo local a lo largo de casi dos décadas.
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Pero su pérdida de poder ¿comenzó ese día con su negativa a la realización de primarias? ¿O el 2009, cuando lanzó un puñete por la espalda a José Antonio Gómez en la accidentada primaria en un salón del Club Ansco de Rancagua? ¿Quizá fue un mes antes, cuando ninguneó a MEO tratándolo de “Marquito” y, como buen hombre de orden, no se tomó en serio el fenómeno electoral que se estaba levantando detrás del diputado socialista? ¿O fue el 2008, cuando con su actitud intransigente provocó la primera diáspora significativa del PS desde inicios de la transición o, incluso, el último día de enero de 2005, cuando desbancó a la directiva de Gonzalo Martner?
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Difícil saberlo. Lo que sí sabemos es que el 2013 se hizo evidente su “cuesta abajo en la rodada”. Luego de su desacierto comunicacional al negarse a ir a primarias y de su exabrupto con Osvaldo Andrade, concluyó siendo candidato al Senado en un cupo DC –que, por cierto, perdió– y con apoyo del presidente del PS, quien, ante las declaraciones de Escalona, en relación a que solo sería candidato si “la gente lo pedía en Bío-Bío”, ironizó en los pasillos del Congreso ante colegas con la frase: “¡Claro, seguro que lo están pidiendo!”.
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Luego el ex líder del PS continuó caracterizándose por ir a contracorriente de la opinión pública –es famosa su frase sobre “fumar opio” en relación a quienes postulaban una Asamblea Constituyente-, tanto es así que, en su última aparición significativa en un conocido programa nocturno de televisión, fue objeto de mofas, no sólo por su aspecto formal, sino también por sus declaraciones.
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Quizá sin percatarse ha ido construyendo una caricatura de sí mismo, al punto que, en una reunión con la bancada socialista y ante la consulta del diputado Luis Lemus sobre las declaraciones emitidas por el ex senador en ‘Tolerancia Cero’, en relación a que una estatización de la educación era un “peligro para la cultura nacional, que va más allá de lo político”, el ministro de Educación le pidió disculpas pues, argumentó, “el ‘pijama’ con que esa noche había aparecido el ex senador en televisión le había impedido concentrarse en el contenido de la entrevista”.
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Según algunos de los comensales asistentes, habría costado varios minutos retomar la seriedad de la conversación tras la risotada general. El asunto es tan crítico que, hoy, los mismos que crecieron a su alero político, por quienes Escalona en el pasado “metió sus manos al fuego”, al punto de quemárselas, y que lograron llegar al Senado sólo por eso, lo critican públicamente sin desparpajo y toman distancia de su figura. Ya lo decía Giulio Andreotti: “El poder desgasta solo a quien no lo tiene”.
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Escalona ya no tenía cabida en el nuevo Congreso con parlamentarios que se chasconean, que no se ponen corbata, que exigen rebajar sus propias dietas y que solicitan cambios profundos en la sociedad chilena. Su figura representó más bien la otra época: la del orden, donde el poder se administraba para mantener el equilibrio y no para provocar el cambio y que lo hicieron a él, y a gran parte de su generación, “maestros por excelencia de la gobernabilidad” con el acuerdo de mantención del statu quo que descansaba en el eje PS-DC.
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Y si bien Escalona, Solari y otros crecieron al alero de Almeyda, en definitiva no tuvieron la misma estatura de su maestro: una vez caído el muro y producida la transición, abandonaron al ex ministro de Allende, le dieron un funeral de Estado, pero, cada cual, se dedicó a acrecentar su propia carrera política de manera muy individualista. Olvidar el proyecto colectivo que, alguna vez, quiso representar el PS. Y esto fue lo que hemos tenido: un partido más bien conservador, un aparato para controlar y, desde ahí, asaltar al Estado para luego emprender trayectorias políticas singulares. En un partido tan inorgánico y de culturas variadas como el PS, Escalona logró su dominio sobre la base de una contundente estrategia de control del aparato y en ausencia de una ética pública. Esto fue desarmando la lógica de funcionamiento complejo del PS que hoy lo tienen fuera del escenario político próximo: los liderazgos futuros ya no están en el PS ni de lejos, y éste probablemente aumente su descomposición, salvo un acuerdo general para dejar atrás al escalonismo y sus prácticas.
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Hoy por hoy, tampoco dominan y controlan al PS sus viejos compañeros de viaje –Ricardo Núñez, hoy en México, y Ricardo Solari, en TVN– con los cuales solía repartirse la silla musical que fue la presidencia del partido durante casi 20 años y con quienes conspiró para provocar la caída de la directiva de recambio generacional en 2005. Y si bien es cierto que por intermedio de Aleuy, subsecretario de Interior, su grupo ha logrado poner a una red de militantes de la Nueva Izquierda en distintos niveles de gobierno, lo cierto es que, una vez accedido al poder, éstos no tienen por qué renunciar a él, para devolvérselo.
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Y si bien, y en general, no hay allí liderazgos endógenos o de carácter histórico, sino más bien gente que le debe toda su carrera política a la Presidenta, lo cierto es que esta generación –una nueva burguesía fiscal–, no tiene motivo alguno para ceder su cuota de poder y regresar al pasado. Lo que hace que, por primera vez, en casi 25 años, el PS sea un campo de disputa sin hegemonías claras, como sí ocurrió a lo largo de toda la transición. Y si bien la impronta cultural impuesta por sus líderes, ahora históricos, continuará dominando –una cultura de la “cooptación” y de copamiento del Estado sin mayor interés por fortalecer su rol civil–, podremos ver en los próximos meses una reconfiguración del poder interno de la colectividad como no pudo darse a lo largo de la última década.
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Camilo Escalona, antes el hombre fuerte del PS, en tanto, continúa girando cheques a costa de una cuenta corriente ya sin fondos. No se percata de que mientras más se muestra en público, más exhibe su desnudez y más gente que le debía su carrera política (el último fue Juan Pablo Letelier), hoy, incluso, osa mofarse de su persona.

(*) Es  Dr. y profesor universitario

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