8-4-2014-KRADIARIO-Nº892
HABLEMOS DEL “CASILLERO DEL DIABLO”,
MILITARIZACIÓN, CIVILIDAD E INVERSIONES
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Por Mario Briones R
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Para complicar el cronograma político del segundo gobierno
de Bachelet, ocurrió un terremoto y un tsunami en el norte, aunque de menor magnitud
y daños con respecto al 27 F. Los
chilenos sabemos, en mayor o menor grado, que estos fenómenos de la naturaleza son
parte de nuestra relación con la tierra en que vivimos, cuya incontrolable
fuerza nos recuerda constantemente que debemos estar preparados. En esta
oportunidad la actitud de las nuevas autoridades políticas permitió superar en
parte las barreras burocráticas y hubo un consenso generalizado de adecuada reacción,
principalmente para asumir el riesgo de las medidas preventivas que se tomaron ante
el tsunami, y con respecto del orden público, se aplicó una medida calificada como
“políticamente correcta”.
La costumbre nos lleva a pensar que todo lo que se hace
esta correcto y que todo funciona bien, no obstante lo anterior, falta mucho
por hacer y mucho que cambiar en el diseño de las políticas públicas, una constante
para actuar e intervenir en al menos dos aspectos importantes.
El primer objetivo dice relación con crear una cultura
sismológica basada en datos científicos y técnicos avalados por investigaciones
serias, válidamente aceptadas por los organismos internacionales que permita a
la población manejar criterios racionales y adecuados para actuar y prepararse
ante las fuerzas de la naturaleza, en especial enseñando en las escuelas y en
los espacios de encuentro de la civilidad. Lamentablemente, la liviandad de la televisión
actual, que sigue un modelo de programación tipo “basura”, apoyados por rating comerciales,
incentiva la creación de más “circo” para la población, exagerando a límites injustificados
el dramatismo con la finalidad de conseguir expresiones o imágenes
sensacionalistas que les asegure el ingreso de más “sponsor” con avisaje comercial,
aun cuando ello signifique alentar falsas y grotescas opiniones de los faranduleros
de turno.
Con ocasión del reciente terremoto, aparecieron una variedad de embaucadores profesionales, charlatanes,
adivinos, espiritistas, magos, agoreros pagados
y algunos traídos desde el extranjero
para aumentar el miedo y manipular la buena fe de una parte de la población,
enseñada por siglos a ser obedientes del lenguaje construido por la
aristocracia chilena hace cientos de años, con el cual se explota el miedo a “fuerzas
obscuras” o al castigo divino, construido
hábilmente sobre una variedad de mitos y leyendas que benefician a hombres en el
poder.
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Algunos recordarán
la vieja historia, de más de cien años del vino “Casillero del Diablo”. El fundador de la Viña Concha y Toro, en aquella
época fue Melchor de Concha y Toro, el cual reservó y apartó una partida de los
mejores vinos que se producían en la viña para consumo personal y el de sus
amigos. Al poco tiempo se dio cuenta que algunas de sus botellas empezaron a
desaparecer. Para controlar esta
pérdida, el hacendado sospechando de los trabajadores, optó por construir un
espacio sellado, apartado y de escasa iluminación donde ordenó guardar el vino de
mayor calidad. Junto con ello, difundió el
rumor de que en dicho lugar "habitaba" el “Diablo”, a la usanza de los cuentos populares
de la época en los que la figura del demonio era muy recurrente. Se cuenta además que para evitar el robo de
los afuerinos, por la noche soltaban un toro negro, bravo con la particularidad
que este animal ante la oscuridad y al oír algún ruido, embestía rápidamente a
quien osara invadir el predio, asustando a los ladrones. Chile tiene muchas
leyendas como estas, y otras que se han modernizado para ponerlas a la altura
de la mayor educación que tienen las nuevas generaciones, como es la política
del terror.
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El otro
aspecto que Chile requiere cambiar es el sesgo que se han adoptado como norma
en las soluciones de cómo actuar frente a las emergencias civiles, basadas en un protocolo que militariza la solución y cuya primera señal fue la
confirmación del ex general Ricardo Toro, como Director de la Onemi, con nula
empatía comunicacional. Junto con ello, se confirma como estándar el “principio
van Rysselberghe” del 2010, que
significa en actuar inmediatamente sacando tropas armadas a las calles y controlar
el miedo visceral de las personas por los terremotos cambiándolo por el miedo a
las armas. Las conductas descontroladas de la población, ante un irrenunciable terror
por los desastres naturales, gatilla en las personas una variedad de
reacciones, partiendo por el instinto de
supervivencia que hace lo suyo, reforzado por el aprendizaje de anteriores
situaciones, en que una vez pasado el susto, la gente sabe que quedará abandonada
a las fuerzas del mercado y de los depredadores que abusarán de su desesperación
por bienes para reparar daños de todo tipo. Ya subieron las acciones de
Cementos.
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Una
parte importante de las muertes son producto de infartos al corazón como
consecuencia del terror ante la ocurrencia de la intempestiva fuerza de la
naturaleza, que se une a la parafernalia de sirenas que no se sabe qué
significan. Pero, si además de aquello, debemos agregar las muertes que puedan
ocurrir por balas disparadas indiscriminadamente contra cualquier civil que sea
visto en situación sospechosa de búsqueda de alimentos o productos básicos,
como ocurrió en Concepción para el 2010, se aumenta el dolor y la desgracia
humana sin resolver el problema de fondo que es la inseguridad y de cómo actuar para contener a las personas.
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Los
chilenos hemos ido perdiendo décadas tras décadas el sentido de la solidaridad,
de la colaboración, salvo casos aislados, producto de un modelo económico que
privilegia en todos los ámbitos imaginables, las relaciones asociadas a la
ganancia fácil o al oportunismo comercial ante una emergencia. Este fenómeno se
apreció también en el norte, botellas de
agua a $ 6.000, el kilo de pan a $ 3.500, con la población aterrorizada pagando tarifas desmedidas
a trasportistas para que los trasladara a las zonas seguras. Son datos que nos
entregan señales inequívocas de una sociedad anormal y que a pesar de su reiterada
ocurrencia, no las convierte en “costumbres sana”. No estamos habituados a
vivir una intervención escalonada de recursos propios de una gestión social
civil, que actúe para acoger a las personas con suficiente autonomía en las
regiones, sobre la base de grupos humanos adiestrados y capacitados para liderar
y organizar a la población en los barrios, las juntas vecinales, los centros
sociales, en todos los espacios de convivencia social, para que entreguen información
oportuna a través de una comunicación expedita y en tiempo real con las
autoridades, que les asegure la asistencia de elementos vitales.
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Probablemente,
las razones de por qué no surgen soluciones basadas en estructuras que
organicen a los civiles, las podamos encontrar asociadas al mismo estándar
aplicado por las elites y los grupos de poder político, de resistencia a la sindicalización, el cooperativismo o las
organizaciones sociales. Empoderar civiles aún para una experiencia de ayuda
humanitaria, suelta el demonio de la sospecha en los grupos de poder de organizar a la civilidad, cualquiera sea el
objetivo buscado, por lo tanto, seguirán utilizando un modelo que implica sacar
los militares, esperar la llegada de la Presidenta de la República, los
ministros, subsecretarios, etc., luego esperar
su regreso a Santiago para que se ordenen el envío de auxilio básico, que puede
ser de vida o muerte para la gente.
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Algunos
podrían argumentar con cierta razón que una estructura civil de contención, no podría
garantizar la seguridad personal ante el vandalismo, el saqueo y las conductas
delictivas. Muy por el contrario, existen muchos casos de gran solidaridad entre
personas que han resuelto casos de desorden sin intervención de la autoridad, porque debemos entender que la mayoría de la
población no es delincuencial ni son saqueadores. El problema es el miedo que
requiere acompañamiento humano para asistir conductas en estado de pánico
desbocado, mediante una organización que esté en constante comunicación con las
autoridades por medio de los modernos sistemas digitales para disponer de los recursos
materiales o el tipo de auxilio requerido, e incluso para ofrecer voluntarios
capacitados para ir a lugares cercanos o aislados.
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El
recursos de la fuerza policial y militar siempre debe ser acotado a los
espacios donde surja el lumpen, saqueos o el delito, pero aquello no puede ser
impedimento que excluya a la organización civil para atender a la población, sin
perjuicio de la activa participación del equipamiento de la fuerza militar, en
conjunto con los organizadores civiles, para trasladar personas, distribución de materiales y todo lo
necesario para enfrentar las emergencias.
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Debemos pensar en un modelo de
gestión social que conecte a todas las personas con su núcleo de ayuda
inmediata y simultáneamente con la autoridad, una civilidad organizada mejora
la democracia, destraba el
individualismo exacerbado que corroe la convivencia social actual y ayuda al
dialogo entre las personas.
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Después
del logro político de la derecha para condenar judicial y políticamente al gobierno
saliente de Bachelet por el terremoto del año 2010, por no sacar inmediatamente
las tropas a la calle, quedó claro el énfasis de la derecha por proteger en primer
lugar los bienes privados y su nulo
interés en resolver el descontrol emocional de la gente. Se vuelve al simbolismo
que, los militares son la solución y no la
organización civil de las personas y su autoridades para tranquilizarlas, evitando
el dramatismo que le imprimen los canales de TV.
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Infringir miedo es un estándar en Chile, muy
antiguo, un nuevo ejemplo ya se empieza a ver en la campaña del terror por la
reforma tributaria. Las inversiones caerán y sumirán al país en la miseria
total dice la derecha, caerán bolas de fuego desde el cielo. Para responder eso quiero citar solo las
palabras del economista Julián Alcayaga de febrero de este año, quien escribió
lo siguiente: "Según un informe entregado
al Senado por el Servicio de Impuestos Internos en el año 2003, hasta esa
fecha, sólo una minera extranjera había
pagado algo de impuesto a la renta en Chile. Las otras no habían pagado UN SOLO PESO de impuesto a la renta.
Peor aún, tenían pérdidas tributarias
acumuladas de US$ 2.700 millones, deducibles de futuras ganancias, lo que
quiere decir que la mayor parte de estas mineras continuarían sin pagar
impuesto a la renta los años 2004, 2005, 2006, hasta que desaparecieran esas
pérdidas acumuladas.
Sin contar el oro, la plata, molibdeno y otros subproductos, en el periodo
1990-2003, las mineras extranjeras se
llevaron de Chile alrededor de 30 millones de toneladas de cobre, que al precio
promedio del año 2013 (US$ 3,32 la libra), arrojan la asombrosa suma de US$
220.000 millones. En todo ese periodo solo
una minera tributó (apenas US$ 1.145 millones), pero entre todas se llevaron US$ 220.000 millones de dólares desde
Chile: un robo con alevosía y premeditación de nuestro cobre”, entonces, hablemos del “Casillero del Diablo”, militarización,
civilidad e inversiones.
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