17-4-2014-KRADIARIO-Nº893
MURIÓ GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ
Gabriel José García Márquez, uno de los más grandes
escritores de la literatura universal, murió hoy en México a la edad de 87 años. Autor de obras clásicas como Cien años de soledad, El amor en los
tiempos del cólera, El coronel no tiene quien le escriba, El otoño del
patriarca y Crónica de una muerte anunciada,fue el creador de un territorio
eterno y maravilloso llamado Macondo de la literatura universal.
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Nació en la caribeña Aracataca, un poblado colombiano, un
domingo a partir del cual el niño viviría una infancia a la que volvió muchas
veces. Entró a la literatura en 1947 con su cuento La tercera resignación; la
gloria le llegó en 1967 con Cien años de soledad, y su confirmación en 1982 con
el Nobel de Literatura.
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Ahora, el ahijado más prodigioso de Melquiades se ha
ido, para quedarse entre nosotros un hombre que creó una nueva forma de narrar;
un escritor que con un universo y un lenguaje propios corrió los linderos de la
literatura; un periodista que amaba su profesión pero odiaba las preguntas; una
persona que adoraba los silencios, y con un encanto que cautivó a intelectuales
y políticos, y hechizó a millones de lectores en todo el mundo, comentó hoy el
diario El País de España.
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Al conocerse la noticia de la muerte de Gabriel García
Márquez, el premio Nobel de Literatura peruano Mario Vargas Llosa hizo esta
declaración de condolencia a EL PAÍS:
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“Ha muerto un gran escritor cuyas obras dieron gran difusión
y prestigio a la literatura en lengua española en todos los países del mundo.
Sus novelas sobrevivirán e irán ganando lectores por doquier. Envío mis
condolencias a toda su familia”.
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Gabriel no iba a ser su nombre. Debió llamarse Olegario.
Acababan de sonar las campanas dominicales de la misa de nueve de la mañana
cuando los gritos de la tía Francisca se abrieron paso, entre el aguacero, por
el corredor de las begonias: “¡Varón! ¡Varón! ¡Ron, que se ahoga!”. Y nuevos
alaridos enmarañaron la casa. Una vez liberado del cordón umbilical enredado en
el cuello, las mujeres corrieron a bautizar al niño con agua bendita. Lo
primero que se les vino a la cabeza fue ponerle Gabriel, por el padre, y José,
por ser el patrono de Aracataca. Nadie se acordó del santoral. De lo contrario,
se habría llamado Olegario García Márquez, relató El País.
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Aquel domingo 6 de marzo de 1927, Aracataca celebró la
llegada del primogénito de Luisa Santiaga y Gabriel Eligio. Fue el mayor de 11
hermanos, siete varones y cuatro mujeres. En realidad, para los cataqueros
había nacido el nieto de Tranquilina Iguarán Cotes y el coronel Nicolás Ricardo
Márquez Mejía, los abuelos maternos con quienes se crió hasta los diez años en
una tierra de platanales bajo soles inmisericordes y vivencias fabulosas. Era
un pelaíto en una casa-reino de mujeres, acorralado por el rosario de creencias
de ultratumba de la abuela y los recuerdos de guerras del abuelo, el único
hombre junto a él. ¡Ah! y un diccionario en el salón por el que entra y sale
del mundo.
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Diez años que le sirvieron para dar un gran fulgor a lo real
maravilloso, al realismo mágico. Los cuentos fueron para él ese primer amor que
nunca se olvida, el cine los amores desencontrados y las novelas el amor pleno
y correspondido. De todos ellos, creía que la historia que no embolatará su
nombre en el olvido es la de sus padres recreada en El amor en los tiempos del
cólera.
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40 millones de libros vendidos
García Márquez fue uno de los escritores más admirados y
traducidos: más de 40 millones de libros vendidos en 36 idiomas. Será conocido
por sus amigos como Gabo, vive un segundo tiempo cuando a los 16 años, en 1944,
sus padres lo envían a estudiar a la fría, helada, Zipaquirá, cerca de Bogotá.
Descubre sus primeros escritores tutelares, Kafka, Woolf y Faulkner. El zumbido
de la literatura y el periodismo lo rondan.
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Allí, en el frío del altiplano andino, lo sorprende el
cambio de destino del país y el suyo. Estudia Derecho, cuando el 9 de abril de
1948 es asesinado el candidato presidencial Jorge Eliécer Gaitán. Un suceso
conocido como El bogotazo. Fue el antepenúltimo germen de un rosario de
conflictos políticos y sociales, conocido como La violencia que habrán de
germinar en sus obras.
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Después de El bogotazo volvió a sus tierras costeñas con una
mala noticia para sus padres: deja la carrera de Derecho. A cambio empieza en
el periodismo. Primero en el periódico El Heraldo, de Barranquilla, entre otras
cosas como crítico de cine bajo el seudónimo de Séptimus; luego en El
Universal, de Cartagena de Indias, hasta volver a Bogotá, en 1954, a El
Espectador, el diario que en 1947 había publicado, un domingo, su primer
cuento.
Crónicas y reportajes
Además de crónicas y reportajes escribía para las páginas
editoriales y la sección Día a Día, en la que se daba cuenta de los hechos más
significativos de aquella Colombia donde la violencia corría en tropel. En 1955 escribe la serie sobre un suceso que terminará llamándose Relato de un
náufrago.
El mundialmente famoso corresponsal polaco Ryszard
Kapuscinski aseguró que, aunque lo admiraba por sus novelas, consideraba que
“la grandeza estriba en sus reportajes. Sus novelas provienen de sus textos
periodísticos. Es un clásico del reportaje con dimensiones panorámicas que
trata de mostrar y describir los grandes campos de la vida o los
acontecimientos. Su gran mérito consiste en demostrar que el gran reportaje es
también gran literatura”.
Sus novelas
La hojarasca (1955), El coronel no tiene quien le escriba
(1957), La mala hora (1961), Cien años de soledad (1967), El otoño del
patriarca (1975), Crónica de una muerte anunciada (1981), El amor en los
tiempos del cólera (1985), El general en su laberinto (1989), Del amor y otros
demonios (1994), Memorias de mis putas tristes (2004).
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Grandes reportajes
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Relato de un náufrago (1970), Noticia de un secuestro
(1996), Obra periodística completa (1999). Primer tomo de sus memorias, Vivir
para contarla (2002).
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Cuentos
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Ojos de perro azul (1955), Los funerales de la Mamá grande
(1962), La irresistible y triste historia de la cándida Eréndira y de su abuela
desalmada (1972), Doce cuentos peregrinos (1992).
Mientras trabaja como periodista escribe cuentos y no se
desprende de una novela en marcha que lleva a todos lados, titulada La casa.
En 1955 aparece su primera novela, La hojarasca. Después
viaja a Europa como corresponsal del diario bogotano y recorre el continente, e
incluso los países de la “cortina de hierro”. En 1958 vuelve y se casa con
Mercedes Barcha. Hasta que se instala en México DF, en 1961, donde hace vida
con sus amigos, las parejas Álvaro Mutis-Carmen Miracle y Jomí García
Ascot-María Luisa Elío (dos españoles exiliados de la guerra). Un día Mutis le
da dos libros y le dice: “Léase esa vaina para que aprenda cómo se escribe”.
Eran Pedro Páramo y El llano en llamas, de Juan Rulfo. Ese año publica El
coronel no tiene quién le escriba.
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La escritura no le da para comer y trabaja en cine y
publicidad. Llega 1965. Pronto terminarán cuatro años de sequía literaria. El
embrión es La casa. Páginas que no terminan de coger forma. Hasta que un día,
mientras viaja en un Opel blanco con su esposa Mercedes y sus dos hijos de
vacaciones a Acapulco, ve clara la manera en que debe escribirla: sucedería en
un pueblo remoto, y descubre el tono: el de su abuela que contaba cosas
prodigiosas con cara de palo, y la llenaría de historias: las contadas por su
abuelo en la Guerra de los Mil Días de Colombia. Y el comienzo de la novela:
“Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano
Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a
conocer el hielo”.
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Ha sido el soplo divino de Kafka, Faulkner, Sherezada,
Rulfo, Verne, Woolf, Hemingway, Homero… y sus abuelos Tranquilina y Nicolás.
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Entre realidades, deseos, sueños, alegrías, agradecimientos,
imaginaciones y, sobre todo, por el paraíso irrepetible de su lectura, Gabriel
García Márquez está ahora en el mismo lugar donde él llevó a Esteban en su inolvidable
cuento El ahogado más hermoso del mundo, después de que a la gente del pueblo
“se le abrieran las primeras grietas de lágrimas en el corazón”… Porque una vez
comprobado que había muerto “no tuvieron necesidad de mirarse los unos a los
otros para darse cuenta de que ya no estaban completos, ni volverían a estarlo
jamás”… El rumor del mar trae la voz del capitán de aquel barco, que en 14
idiomas, dice señalando al mundo, por encima del promontorio de rosas amarillas
en el horizonte del Caribe: “Miren allá, donde el viento es ahora tan manso que
se queda a dormir debajo de las camas; allá, donde el sol brilla tanto que no
saben hacia donde girar los girasoles; sí, allá, es el pueblo” de Gabriel
García Márquez.
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