7-4-2014-KRADIARIO-Nº892
UN ACUERDO NACIONAL CONTRA LA DESIGUALDAD
Por Camilo Escalona
UN ACUERDO NACIONAL CONTRA LA DESIGUALDAD
Por Camilo Escalona
Mirando el desafío nacional de hace un cuarto de siglo se pueden establecer
las similitudes, paralelos y diferencias con el desafío nacional de hoy, 25
años después.
En efecto, la reinstalación de la democracia era la gran respuesta que la
nación chilena debía realizar para resolver correctamente la encrucijada de
aquel período. Con tal convicción se podía advertir una vastísima conjunción de
fuerzas de la más variada naturaleza.
Sin embargo, al momento de trasladar tal idea al terreno político práctico
se reducía de inmediato la confluencia de diferentes actores, debido a la
sencilla pero ineludible razón que la recuperación de la democracia significaba
el término del régimen militar y de la permanencia de Pinochet en la
presidencia de la República.
Muchos, en la derecha, sabían que el retorno de
la civilidad al gobierno era inevitable, pero carecían de la voluntad política
necesaria para coincidir con el alejamiento del ex-dictador.
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En la actualidad, como pocas veces, los más gravitantes actores sociales y
políticos reconocen que el gran desafío nacional es la reducción de la
desigualdad en Chile, que sin acometer esa complejísima y ardua tarea no se
responde adecuadamente a los requerimientos de la definitiva estabilidad
democrática de la Nación.Se advierte
claramente que la desigualdad se ha convertido en una falla estructural del
país.
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Ahora bien, al entrar en el terreno práctico las coincidencias comienzan a
debilitarse. No cabe duda que se requiere una reforma tributaria para financiar un
crecimiento integrador e inclusivo, pero su puesta en marcha provoca de
inmediato controversias que no auguran un buen entendimiento.
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Así también, se requiere una amplia reforma en el ámbito educacional y el
inicio del debate indica un proceso con fuertes divergencias.
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Además, se necesita una reforma laboral que
entregue a los trabajadores herramientas eficaces para mejorar sus ingresos,
valorizando como corresponde su trabajo, a través de una adecuada negociación
colectiva.
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Igualmente se deben corregir las pensiones que provocan pobreza y
privaciones. Del mismo modo, es inesquivable el debate constitucional para
resolver la legitimidad de la Carta Política del Estado.
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Tampoco se podrá seguir postergando
indefinidamente el cambio del sistema electoral. Asimismo, se instala en la agenda el
desafío energético que se convierte para Chile en una tarea decisiva.
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Es decir, son tantas las exigencias, que vale la
pena explorar un Acuerdo Nacional contra la Desigualdad, de manera de situar
un telón de fondo que permita avanzar al país y, al mismo tiempo, tratar
adecuadamente las diferencias que existen entre gobierno y oposición.
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Existen opiniones que se oponen a esta idea, señalando que ya se cerró la
etapa conocida como “democracia de los consensos” registrada a comienzo de los
años noventa.
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Me parece una comparación incorrecta, no estamos
hablando de aquello. La democracia es diversidad y ejercicio del pluralismo por
cada fuerza significativa de nuestra sociedad.
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Hoy ya no está Pinochet, la evolución institucional de los uniformados es
innegable y evidente y además, el país duplicó en estos años, el producto
nacional, en un crecimiento sin precedentes.
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Como se ha repetido, Chile cambió, pero no sólo hay que decirlo, sino que
creerlo. Si estamos convencidos que Chile cambió, no valoremos el país como si
estuviéramos en 1990 y propongámonos un esfuerzo a la altura del nuevo desafío
de la nación, para superar el lastre de la desigualdad.
Me temo, que una
controversia marcada por la contingencia se pueda imponer, por ello, me atrevo
a insistir que en el nuevo ciclo político que vive Chile se explore la
posibilidad de un Acuerdo Nacional contra la Desigualdad.
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