15-4-2014-KRADIARIO-Nº893
LA CATÁSTROFE DEJÓ A LA VISTA LA REALIDAD SOCIAL QUE ALGUNOS NO QUIEREN VER
Por Hernán Ávalos Narváez
El terremoto de Iquique y el
incendio de Valparaíso mostraron la marginalidad en que viven los sectores de
menores ingresos de la población chilena. Su situación socio-económica no es reciente,
ni obedece a una erradicación puntual desde otros barrios. Se viene
consolidando desde hace cuatro décadas, cuando las familias sin casa empezaron
a construir viviendas precarias en terrenos eriazos sobre la cima de los cerros
y al borde de las quebradas, sin servicios, ni agua, ni luz eléctrica, ni
siquiera caminos de acceso.
Esta catástrofe no sólo dejó
en evidencia el rostro más agresivo de la pobreza material de algunos chilenos.
También la improvisación en las emergencias, la ausencia de políticas públicas,
la falta de una planificación urbana, la migración continua del campo a la
ciudad presionando por servicios y en general, mostró los efectos de un sistema
neoliberal a ultranza impuesto por la dictadura de Pinochet, que tiene al
mercado como el gran regulador de la actividad económica sustentada en el
negocio lucrativo.
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Así Chile llegó a ocupar en
2014 el 1° lugar en desigualdad de ingresos entre los 34 países miembros de la
Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE). En cifras
macroeconómicas Chile alcanza los 18.945 dólares anuales de producto
interno bruto por persona (PIB Per Cápita). Y esta riqueza producida con el
esfuerzo de todos promedia un ingreso mensual de 790.000 pesos (con el dólar a
$500). ¿Cuántos chilenos reciben este sueldo o salario al mes por su trabajo?
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Porque en la sociedad en que
vivimos los servicios básicos como agua potable, electricidad, gas, transporte
y comunicaciones están entregados al negocio de las empresas privadas. Y el
consumo de alimentos, vestuario y bienes durables, como el acceso a la salud,
la previsión social, la vivienda y la educación, dependen del nivel de ingresos
de las personas, tanto en calidad, como en cantidad y en la oportunidad de la
prestación de los servicios.
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Por eso las familias pobres
de Iquique viven en ese verdadero “ghetto de pobreza” que es la comuna de Alto
Hospicio. Y por las mismas razones los habitantes más desposeídos de Valparaíso
se encaraman en los cerros para vivir donde les alcanzan sus escuálidos
ingresos, por cierto muy por debajo del ingreso mensual promedio de 790.000
pesos mensuales. Ellos de seguro pertenecen al 18% de los chilenos que viven en
una situación de pobreza estructural.
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En Chile el Estado
(entendido como la Nación organizada jurídicamente) debiera ofrecer a cada
persona nacida en su territorio no sólo la nacionalidad, sino también trabajo,
salud, educación y vivienda, de modo que pueda cubrir sus necesidades mínimas de
sobrevivencia. Para cumplir este propósito desde antaño las sociedades utilizan
los impuestos como instrumento adecuado para hacer equitativa la distribución
del ingreso. Así la reforma tributaria impulsada por el Gobierno de Bachelet va
en este sentido humanista. Es decir poniendo al hombre y sus necesidades como
objetivo final, y no al lucro y la acumulación de dinero.
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Con todo, pareciera
inconducente la intransigencia de algunos políticos de oposición para hacer una
campaña comunicacional, destinada a que el Gobierno explique en que invertirá
el Estado los 8.200 millones de dólares que pretende recaudar en cuatro años con la nueva
carga tributaria para las personas y las empresas. Tienen una postura
ideológica y no quieren admitir las carencias que ha producido el
neoliberalismo en asistencia social, en salud, en educación, en previsión
social y en vivienda, por nombrar algunas. Pero la realidad social que develó
tanto el terremoto de Iquique como el incendio de Valparaíso no admite dudas
sobre las necesidades urgentes de la población.
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