11-4-2014-KRADIARIO-Nº892
1964: GOLPE DE LA CLASE CONSERVADORA CON USO DEL PODER
MILITAR
Por Leonardo Boff
El 50 aniversario
del golpe militar, por la violencia que implicó, ahora debidamente aclarada por
la Comisión Nacional de la Verdad, no puede dejar indiferente a ningún
ciudadano honesto. Importa señalar claramente que el asalto al poder fue un
crimen contra la constitución y una usurpación de la soberanía popular, fuente
del derecho en un Estado democrático. El primer Acto Institucional del 9/4/1964
negó este principio de la soberanía popular al declarar que “la revolución
victoriosa como Poder Constituyente se legitima por sí misma”. Ningún poder se
legitima por sí mismo; lo hacen solo los dictadores, que pisotean cualquier
derecho. El golpe militar configuró la ocupación violenta de todos los aparatos
del Estado para, desde ellos, montar un orden regido por actos institucionales,
por la represión y por el Estado de terror.
Bastaba sospechar que alguien era subversivo para ser
considerado como tal. Incluso detenidos y secuestrados por equivocación, como
inocentes campesinos, fueron maltratados y torturados. Muchos no resistieron y
su muerte equivale a un asesinato. No debemos dejar en el olvido a los 246
campesinos muertos o desaparecidos entre 1964-1979. Y ahora se está
descubriendo la eliminación de muchos indígenas, considerados una traba para el
crecimiento económico. Sobre algunos de ellos fueron lanzadas bombas de napalm.
Lo que los militares cometieron fue un crimen de lesa
patria. Alegan que se trataba de un estado de guerra, una parte queriendo
imponer el comunismo y la otra defendiendo el orden democrático. Esta alegación
no se sostiene. El comunismo nunca representó entre nosotros una amenaza real
pues cualquier manifestación en este sentido fue brutalmente reprimida, no sin
el apoyo de la CIA norteamericana. En la histeria del tiempo de la guerra fría,
todos los que querían reformas en la perspectiva de los históricamente
condenados y ofendidos –las grandes mayorías obreras y campesinas– eran pronto
tachados de comunistas y de marxistas, aunque fuesen obispos como el
insospechable dom Helder Câmara.
Contra ellos no solo había vigilancia, sino para muchos
persecución, prisión, interrogatorio humillante, el pau-de-arara feroz, los
ahogamientos desesperantes. Los “suicidios” alegados malamente camuflaban el
puro y simple asesinato. En nombre del combate contra el peligro comunista, se
asumió la práctica comunista-estalinista de la brutalización de los detenidos.
En algunos casos se incorporó el método nazi de incinerar cadáveres como
admitió el ex-agente del Dops de São Paulo, Cláudio Guerra. Causa espanto y
hasta constituye un problema filosófico la falta de remordimientos que el
coronel reformado Paulo Magalhães manifestó recientemente a la Comisión
Nacional de la Verdad por haber actuado en la Casa de la Muerte de Petrópolis,
haber torturado, asesinado, mutilado cadáveres y haber ocultado el cuerpo del
diputado Rubens Paiva. Rudolf Höss, comandante del campo de exterminio nazi de
Auschwitz, que según los propios cálculos de su autobiografía mandó a las
cámaras de gas a cerca de un millón de judíos, tampoco mostraba ningún
arrepentimiento. Se divertía disparando al azar sobre los prisioneros y lloraba
como un niño al llegar a casa y saber que su pajarito preferido había muerto.
Es el misterio de la iniquidad.
El Estado dictatorial militar, por más obras que haya
realizado (“el milagro económico” fue una apropiación de solamente el 10% de la
población, los más ricos, en el marco de un espantoso derroche salarial), hizo
retroceder política y culturalmente a Brasil. Expulsó u obligó a exiliarse a
nuestras más brillantes inteligencias y a nuestros artistas más creativos.
Ahogó a líderes políticos y dio ocasión a la aparición de súcubos que,
oportunistas y desprovistos de ética y de brasilidad, se vendieron al poder
dictatorial a cambio de beneficios que iban desde estaciones de radio a canales
de televisión. Muchos de ellos están ahí, políticamente activos y ocupando
altos cargos de la administración del Estado democrático.
Los que dieron el golpe de Estado deben ser
responsabilizados moralmente por ese crimen colectivo contra el pueblo
brasilero, como varios juristas lo están pidiendo. Los militares se imaginan
que fueron ellos los principales protagonistas de esta hazaña nada gloriosa. En
su indigencia analítica, mal sospechan que fueron de hecho usados por fuerzas
mucho mayores que las suyas. Lo dijo recientemente Tarso Genro, gobernador de
Rio Grande do Sul, en una entrevista al Boletín Carta Mayor (30/3/2014): “Los
militares no se apropiaron directamente del poder para ellos mismos. Fue un
proyecto político de los sectores más conservadores y reaccionarios (burguesía
nacional y los latifundistas) que tuvieron en las fuerzas armadas un apoyo y un
protagonismo muy grande”.
René Armand Dreifuss escribió en 1980 su tesis de doctorado
en la Universidad de Glasgow con el título: 1964: La conquista del Estado,
acción política, poder y golpe de clase (Vozes 1981). Se trata de un libro de
814 páginas 326 de las cuales son copias de documentos originales. A través de
estos documentos queda demostrado que lo que hubo en Brasil no fue un golpe
militar, sino un golpe de clase con uso de la fuerza militar.
A partir de los años 60 del pasado siglo, se formó el
complejo IPES/IBAD/GLC. Explico: el Instituto de Pesquisas y Estudios Sociales
(IPES), el Instituto Brasilero de Acción Democrática (IBAD) y el Grupo de
Levantamiento y Coyuntura (GLC). Conformaban una red nacional que difundía
ideas golpistas, compuesta por grandes empresarios multinacionales, nacionales,
algunos generales, banqueros, órganos de imprenta, periodistas, intelectuales,
la mayoría listados en el libro de Dreifuss. Lo que los unificaba, dice el
autor «eran sus relaciones económicas multinacionales y asociadas, su
posicionamiento anticomunista y su ambición de readecuar y reformular el
Estado» (p.163) para que fuese funcional a sus intereses corporativos. El
inspirador de este grupo fue el maquiavélico general Golbery de Couto y Silva
que ya «en 1962 preparaba un trabajo estratégico sobre el asalto al poder» (p.
186).
La conspiración pues estaba en marcha desde hacía bastante
tiempo. Aprovechándose de la confusión política creada en torno a la renuncia
del Presidente Jânio Quadros y de la obstinada oposición al Presidente João
Goulart, que proponía reformas de base y principalmente la reforma agraria, y
era considerado por eso como el portador del proyecto comunista, este grupo vio
la ocasión propicia para realizar su proyecto. Llamó a los militares para dar
el golpe y tomar por asalto el Estado. Fue, por tanto, un golpe de la clase
dominante, nacional y multinacional, usando el poder militar.
Concluye Dreifuss: «Lo ocurrido el 31 de marzo de 1964 no
fue un mero golpe militar; fue un movimiento civil-militar; el complejo
IPES/IBAD y oficiales de la ESG (Escuela Superior de Guerra) organizaron la
toma del poder del aparato del Estado» (p. 397).
Específicamente afirma: «La historia del bloque de poder
multinacional y asociados empezó el 1º de abril de 1964, cuando los nuevos
intereses se volvieron realmente intereses del Estado, readecuando el régimen y
el sistema político y reformulando la economía al servicio de sus objetivos»
(p. 489). Todo el aparato de control y de represión era activado en nombre de
la Seguridad Nacional que en realidad significaba la Seguridad del Capital.
Los militares inteligentes y nacionalistas de hoy deberían
darse cuenta de cómo fueron pérfidamente usados por aquellas élites
oligárquicas y anti-populares que no buscaban satisfacer los intereses
generales de Brasil sino alimentar su voracidad particular de acumulación
protegidos bajo el régimen autoritario de los militares.
La Comisión Nacional de la Verdad prestaría un servicio
clarificador al país si trajese a la luz toda esta trama. Cumpliría simplemente
con su misión de ser Comisión de la Verdad completa. No solo de la verdad de hechos
individualizados de violencia contra los derechos humanos, sino de la verdad
del hecho principal de la dominación de una clase poderosa, antinacional,
asociada a la multinacional, para bajo la égida del poder arbitrario de los
militares realizar tranquilamente sus objetivos corporativos y excluyentes.
Esto nos costó 21 años de humillación, de privación de la libertad, perpetró
asesinatos y desapariciones e impuso un costoso padecimiento colectivo.
Finalmente, cabe oír las palabras de la abogada Rosa Cardoso,
abogada y defensora de la prisionera política Dilma Rousseff y hoy integrante
de la Comisión Nacional de la Verdad en una entrevista al Boletín Carta Mayor
del 20/02/2014: «Primero quiero decir que hasta hoy las Fuerzas Armadas deben
una petición de perdón a la sociedad brasilera, con lo cual estarían asumiendo
una posición civilizada y democrática, que es a fin de cuentas lo que se espera
de los militares en el siglo XXI. Lamentablemente hasta ahora no hemos recibido
ningún indicio, ningún mensaje que nos indique que por parte de los militares
hay ese deseo de pedir disculpas y de hacer una autocrítica política sobre su
comportamiento». Esta deuda la tienen con todo el pueblo brasilero y un día
deberán saldarla.
Hoy, primero de abril de 2014, 50 años después del golpe
civil-militar, es un día de llanto por las víctimas de la represión pero
también un día de ánimo porque la crueldad no puede sofocar el sentimiento de
dignidad ni abatir los ideales democráticos que triunfaron y están afirmándose
más y más en nuestra conciencia nacional.
Dedico este artículo a mi compañero de seminario Arno Preis,
lleno de hambre de justicia, muerto en Paraiso do Norte, GO, el día 15/2/1972.
1964: GOLPE DE LA CLASE CONSERVADORA CON USO DEL PODER MILITAR
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