21-4-2014-KRADIARIO-Nº894
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LA PAZ PERENNE CON LA NATURALEZA Y LA MADRE TIERRA
Por Leonardo Boff
Uno de los legados más fecundos de Francisco de Asís,
actualizado por Francisco de Roma, es la oración por la paz, tan urgente en los
días actuales. El primer saludo que San Francisco dirigía a los que encontraba
era desearles “Paz y Bien” que corresponde al Shalom bíblico. La paz que
ansiaba no se restringía a las relaciones interpersonales y sociales. Buscaba
una paz perenne con todos los elementos de la naturaleza, tratándolos con el
dulce nombre de hermanos y hermanas.
Especialmente la “hermana y Madre Tierra”, como la llamaba,
debería ser abrazada por el abrazo de la paz. Su primer biógrafo Tomás de
Celano resume maravillosamente el sentimiento fraterno del mundo que lo invadía
al testimoniar: «Se llenaba de inefable gozo todas las veces que miraba al sol,
contemplaba la luna y dirigía la vista hacia el firmamento y las estrellas.
Cuando se encontraba con las flores, les predicaba como si estuviesen dotadas
de inteligencia y las invitaba a alabar a Dios. Exhortaba a la gratitud a los
viñedos y a los trigales, a las piedras y a las selvas, a las plantaciones de
los campos y a las corrientes de los ríos, a la hermosura de las huertas, a la
tierra, al fuego, al aire y al viento”.
Esta actitud de reverencia y de ternura lo llevaba a recoger
las babosas de los caminos para que no las pisaran. En el invierno daba miel a
las abejas para que no muriesen de escasez y de frío. Pedía a los hermanos que
no cortasen los árboles de raíz, en la esperanza de que pudiesen regenerarse.
Hasta las malas hierbas debían tener un lugar reservado en las huertas para que
pudiesen sobrevivir, pues ellas también anuncian al “hermosísimo Padre de todos
los seres”.
Solamente puede vivir esta intimidad con todos los seres
quien ha escuchado su resonancia simbólica dentro del alma, uniendo la ecología
ambiental con la ecología profunda. Jamás se situó por encima de las cosas,
sino al pie de ellas, como quien convive verdaderamente como hermano y hermana,
descubriendo los lazos de parentesco que unen a todos.
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El universo franciscano y ecológico nunca es inerte ni las
cosas están colocadas ahí al alcance de la mano posesora del ser humano ni
yuxtapuestas una al lado de la otra sin conexiones entre ellas. Todo compone
una grandiosa sinfonía cuyo maestro es el propio Creador; todas las cosas están
animadas y personalizadas. Francisco descubrió por intuición lo que sabemos
actualmente por vía científica (Crick y Dawson, que descifraron el DNA): que
todos los vivientes somos parientes, primos, hermanos y hermanas, porque
poseemos el mismo código genético de base. Francisco experimentó
espiritualmente esta consanguinidad.
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De esta actitud nació una paz imperturbable, sin miedo y sin
amenazas, paz de quien se siente siempre en casa, con los padres, los hermanos
y las hermanas. San Francisco realizó plenamente la espléndida definición que
la Carta de la Tierra encontró para la paz: «es la plenitud creada por
relaciones correctas consigo mismo, con las otras personas, otras culturas,
otras vidas, con la Tierra y con el Todo mayor del cual somos parte» (n.16 f).
La suprema expresión de la paz, hecha de convivencia
fraterna y de acogida cálida de todas las personas y cosas está simbolizada en
el conocido relato de la perfecta alegría. A través de un artificio de la
imaginación, Francisco presenta todo tipo de injurias y violencias contra dos
cofrades (uno de ellos es el propio Francisco). Empapados de lluvia y de barro,
llegan exhaustos al convento. Allí son rechazados a bastonazos (“golpeados con un
palo de nudo en nudo”) por el fraile portero. Aunque han sido reconocidos como
cofrades, son vilipendiados moralmente y rechazados como gente de mala fama.
En el relato de la perfecta alegría, que encuentra paralelos
en la tradición budista, Francisco va, paso a paso, desmontando los mecanismos
que generan la cultura de la violencia. La verdadera alegría no está en la
autoestima, ni en la necesidad de reconocimiento, ni en hacer milagros o hablar
en lenguas. En su lugar coloca los fundamentos de la cultura de la paz: el
amor, la capacidad de soportar las contradicciones, el perdón y la
reconciliación más allá de cualquier presupuesto o exigencia previa. Vivida
esta actitud, irrumpe la paz que es una paz interior inalterable, capaz de
convivir jovialmente con las más duras oposiciones, paz como fruto de un
completo despojamiento. ¿No son esas las primicias de un Reino de justicia, de
paz y de amor que tanto deseamos?
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Esta visión de la paz de San Francisco representa otro modo
de ser-en el-mundo, una alternativa al modo de ser de la modernidad y de la
posmodernidad, asentado sobre la posesión y el uso irrespetuoso de las cosas
para el disfrute humano sin ninguna otra consideración.
Aunque haya vivido hace más de ochocientos años, el nuevo es
él, no nosotros. Nosotros somos viejos y estamos envejecidos porque con nuestra
voracidad estamos destruyendo las bases que sustentan la vida en nuestro
planeta y poniendo en peligro nuestro futuro como especie. El descubrimiento de
la hermandad cósmica nos ayudará a salir de la crisis y nos devolverá la
inocencia perdida que es la claridad infantil de la edad adulta.
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