17-4-2014-KRADIARIO-Nº893
LA DICTADURA FUE UNA APLANADORA
Por Felipe Portales
Quien introdujo el término “aplanadora” en la discusión
política reciente fue nada menos que el presidente del PDC, Ignacio Walker,
luego del inesperado triunfo de la Concertación-Nueva Mayoría en el Senado en
noviembre pasado. En efecto, consultado por “El Mercurio” sobre qué harían con
aquella victoria, el presidente del PDC se apresuró a calmar a la derecha y a
los grandes grupos económicos: “El hecho de tener una mayoría en el Senado y en
la Cámara no significa que estemos pensando en pasar la aplanadora”
(23-11-2013). Reveladoramente, éste fue el titular más destacado del cuerpo C
del decano de ese día.
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Y fue un triunfo inesperado, porque la Concertación ¡hizo lo
que estaba de su parte por no obtenerlo!, al presentar a dos candidatos
socialistas (Camilo Escalona y Alejandro Navarro) en Concepción costa, la única
circunscripción senatorial en que dicha coalición había doblado anteriormente
(¡y dos veces seguidas!), llevando naturalmente a un candidato PDC y otro PS:
Hosain Sabag y José Antonio Viera Gallo en 1997; y el mismo Sabag con Navarro
en 2005. Los doblajes se obtuvieron ahora por dos graves errores cometidos por
la coalición de derecha en las circunscripciones de Antofagasta y Coquimbo. Y
no ha sido la primera vez que el conglomerado de “centro-izquierda” ha hecho
gigantescas concesiones a la derecha política y económica.
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Recordemos solamente
el regalo de la mayoría parlamentaria efectuado a través de la negociación de
reformas constitucionales de 1989; la no utilización de las mayorías del Congreso
que obtuvieron Lagos y Bachelet (el primero entre agosto de 2000 y enero de
2002; y la segunda entre marzo de 2006 y diciembre de 2007); y el exterminio o
neutralización, en la década de los 90, de toda la prensa escrita o canales de
televisión con-trolados directa o indirectamente por el liderazgo
concertacionista.
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Sintomáticamente,
Walker parece no recordar que la verdadera “aplanadora” (o “retroexcavadora”,
“trituradora”, “moledora” o cualquier otra expresión análoga) fue la dictadura
que padecimos casi 17 años en Chile.
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Y no estamos hablando en sentido figurado. ¿O no fue el país
en su conjunto el que sufrió -en diversa medida por cierto- las desapariciones
forzadas, ejecuciones sumarias, torturas, vejaciones, detenciones arbitrarias,
relegaciones, exilios, exoneraciones, amedrentamientos, censuras, toques de
queda permanentes, violaciones de derechos políticos, etc.?
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Tampoco parece
recordar el líder del PDC que en virtud de dichos crímenes, persecuciones y
prohibiciones se buscó aterrorizar y someter a la población con el fin de
imponer a entera voluntad una completa refundación nacional en los planos
políticos, económicos, sociales y culturales. Todo lo anterior no constituyó
solo un mero ejercicio de sadismo -¡que por cierto lo fue también!- sino tuvo
el propósito histórico de crear un nuevo país extremadamente neoliberal, como
no hay ninguno en nuestro planeta.
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Esta fue la obra trascendente de la
dictadura: La Constitución autoritaria del 80; las privatizaciones de los
servicios públicos, incluyendo en ellas numerosas formas de corrupción; la virtual proscripción de
los derechos laborales y sindicales, a través del Plan Laboral; la
mercantilización de la previsión y la salud por medio de las AFP y las Isapre,
y el vergonzoso aprovechamiento de su administración por los grandes grupos
económicos; la desnacionalización mayoritaria de la gran minería del cobre,
mediante la Ley de concesiones mineras; el desplome de la educación pública
escolar, vía la municipalización de los liceos, siendo crecientemente
reemplazados por el virtual negociado del subsidio estatal a colegios con fines
de lucro, todo ello en virtud de la LOCE; la posibilidad de hacer fortunas
también con universidades privadas, ¡pese a que la propia ley que las permitió
prohibió el lucro!; etc.
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Lo anterior lo han reconocido explícita o implícitamente los
propios líderes y pensadores de derecha. Entre ellos, Andrés Allamand, quien en
un libro escrito en 1999 planteó con toda desfachatez: “El gobierno militar
chileno realizó una transformación económico-social de alcances fenomenales (…)
El cambio originado por el gobierno tuvo el enorme mérito de ser pionero. Hoy
es parte del paisaje bajar aranceles, privatizar, impulsar un régimen laboral
moderno, poner en marcha un sistema previsional apoyado en la capitalización
individual y en la administración privada de los fondos, implementar una red
social focalizada hacia los más pobres y abrir nuevos espacios a la iniciativa
privada en campos antes reservados al Estado. Pero no era así a mediados de la
década del 70. Ni por asomo. ¿Qué hubo tras la decisión de Pinochet?
¿Intuición, visión, conocimiento? Para mí, una gran demostración de liderazgo
(…) El modelo le aportaba una propuesta coherente y de paso le brindaba una
coartada para el ejercicio prolongado del poder (…) Desde el otro lado,
Pinochet le aportaba al equipo económico algo quizás aún más valioso: el
ejercicio sin restricciones del poder político necesario para materializar las
transformaciones (sic). Más de alguna vez en el frío penetrante de Chicago los
laboriosos estudiantes que soñaban con cambiarle la cara a Chile deben haberse
devanado los sesos con una sola pregunta: ¿ganará alguna vez la presidencia
alguien que haga suyo este proyecto? Ahora no tenía ese problema” (La travesía
del desierto; Edit. Aguilar, Santiago, 1999; pp. 155-6).
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Es claro, ya ni Walker ni los demás líderes de la
Concertación quieren reconocer el carácter de aplanadora que tuvo la dictadura;
puesto que legitimaron, consolidaron y perfeccionaron su obra refundacional en
sus 20 años de gobierno. Como lo reconoció el máximo arquitecto de la
transición, Edgardo Boeninger -en un libro escrito en 1997- el liderazgo de la
Concertación, a fines de la década de los 80, experimentó un proceso de
convergencia con la derecha en su pensamiento económico, “convergencia que
políticamente no estaba en condiciones de reconocer” (Democracia en Chile.
Lecciones para la gobernabilidad; Edit. Andrés Bello, Santiago, 1997; p. 369);
y que “la incorporación de concepciones económicas más liberales a las
propuestas de la Concertación se vio facilitada por la naturaleza del proceso
político en dicho período, de carácter notoriamente cupular, limitado a núcleos
pequeños de dirigentes que actuaban con considerable libertad en un entorno de
fuerte respaldo de adherentes y simpatizantes” (Id., pp. 369-70).
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Además,
Boeninger agregó que “los avances descritos en los campos económico y social
facilitaron, a su vez, la negociación política, que culminó con las reformas
constitucionales pactadas de 1989, que dieron nacimiento a un nuevo consenso
básico nacional en relación al orden político. A contar de ese momento, la
Concertación aceptó explícitamente la Constitución del 80 así modificada (sic),
lo que desde otro punto de vista representó un encuentro mínimo suficiente
entre el proyecto político del régimen militar y la propuesta democrática de la
Concertación, despojados ambos de sus aristas más radicales” (Id., p. 371).
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Por cierto, todo lo anterior fue reconocido
encomiásticamente por Allamand: “Edgardo Boeninger, instalado en el poderoso
Ministerio Secretaria General de la Presidencia, afirmaba que ‘el imperativo
era dar legitimidad social y política a un modelo económico que acarreaba con
el pecado original de haber sido implantado por la repudiada dictadura’. ¿Y
cómo hacer eso? Transformando el modelo chileno en un auténtico proyecto
nacional” (Allamand; pp. 239-40). Y Allamand constató triunfalmente que las dos
reformas económicas de importancia del gobierno de Aylwin (tributaria y laboral)
lograron aquello, consolidando el modelo económico de la dictadura (Ver Id.,
pp. 242-50); y concluyendo que “la gestión modernizadora del gobierno militar,
que era la base de esos resultados, no sólo no se había erosionado, sino que
estaba más firme que nunca” (Id., p. 251).
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En este contexto adquieren pleno sentido los llamados de
Ignacio Walker a la derecha a disipar sus temores por la inesperada mayoría
parlamentaria que obtuvo la Concertación-Nueva Mayoría. Y también,
desgraciadamente, pierden sustento los anuncios –inspirados en deseos reales o
en argucias demagógicas- de dirigentes como el presidente del PPD, Jaime
Quintana, de utilizar la clara mayoría parlamentaria obtenida como una
“retroexcavadora” que desmantele la intacta obra de la dictadura.
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