21-4-2014-KRADIARIO-Nº894
CHILE ENTRE EL NEOLIBERALISMO Y EL CRECIMIENTO CON EQUIDAD
Por Ricardo Ffrench-Davis
Recientemente fue publicada la quinta edición, actualizada
hasta el 2012, del libro “Chile Entre el Neoliberalismo y el Crecimiento con
Equidad: lecciones de las políticas y reformas económicas desde 1973” (JCSáez
Editor, Santiago, 2014).
Este texto analiza cuarenta años, por largo tiempo difíciles
y dolorosos, pero también marcados por el renacimiento de la esperanza y de la
vida en comunidad. El propósito de esta obra es aportar al conocimiento de una
época, a la reflexión, al trabajo de cuadros técnicos y políticos y opinión
pública, comprometidos en la tarea de alcanzar el desarrollo sostenido a través
de la elaboración de propuestas para un crecimiento inclusivo de Chile.
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El estudio se inicia en 1973, momento en el que pese a que
la economía del país enfrentaba una situación tremendamente desequilibrada, con
una inflación de 700%, y con un producto que decrecía 4,5%, no era una economía
destruida, pues contaba con los trabajadores, los empresarios, la
infraestructura del país y el stock de capital. Había también un sector
manufacturero relativamente importante, que representaba una cuarta parte del
producto.
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Es importante destacar esta condición, ya que, si una
economía está destruida es imposible recuperarla; solo puede crecer si crea
nueva capacidad.
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Ello explica porqué en 1974 se produjo una reactivación
económica, con un aumento significativo del producto, seguido por una grave
crisis en 1975 y luego otra recuperación intensa. Estos grandes altibajos
llevan a manipulaciones con las cifras que inducen a error: contar las
recuperaciones e ignorar las caídas.
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Considerar ambas, lleva a desechar la idea de que Chile ha
tenido una economía con un modelo único y exitoso. No existe este único y
exitoso modelo desde 1973.
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Antecedentes irrefutables presentados en el libro, permiten
señalar enfáticamente que la dictadura no fue exitosa en lo económico, sino que
fue mediocre en cuanto a crecimiento económico en la suma de sus 16 años (un
promedio de apenas 2,9% anual) y nefasta en lo redistributivo.
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Cabe señalar que al deterioro distributivo producido en la
primera mitad del gobierno de Pinochet se sumó otro deterioro adicional en la
segunda mitad. Las claves de éste fueron los derechos humanos y los derechos
laborales, pero también en lo económico se registra una acentuada precariedad
laboral. Exhiben un mal desempeño económico y social, ambos ingredientes del
desarrollo.
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El neoliberalismo no solo es regresivo en cuanto a la
distribución sino también mediocre para el crecimiento, ya que este
neoliberalismo ortodoxo no es capaz de lograr el crecimiento sostenido debido a
que su ideologismo extremo le hace incapaz de entender cómo operan los mercados
y cómo evitar reiteradas crisis recesivas. En 1982 enfrentaría otra, la peor en
toda América Latina.
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A partir de septiembre de 1973 el equipo neo-liberal va
ganando terreno y en 1975 captura el pleno comando de la conducción económica.
Así, los economistas de la dictadura imponen un proceso intenso de
privatización. En este escenario, los ejes de la reformas neoliberales
comprenden una liberalización burda del mercado de capitales (que provoca la
grave crisis de la deuda en 1982); cambios tributarios regresivos que reducen
el impuesto al capital y jibarización del Estado. La inversión pública se
restringe fuertemente.
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Debido a lo anterior, el panorama al retorno de la
democracia en 1990 no es fácil. Se recibe una economía en ajuste recesivo en
los meses previos. Así como la democracia se encontró con los amarres del
binominal, los quórum calificados y los senadores designados como perversos
obstáculos para la democratización, existían también grandes trabas al rol del
Estado en la economía y para iniciar políticas de desarrollo productivo.
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Varias de ellas eran murallas infranqueables. Con la
institucionalidad heredada, no había viabilidad para hacer muchas de las
reformas requeridas. Sin embargo, se lograron avances sustantivos en reforma
tributaria y en lo relativo al incremento del gasto social y en
infraestructura. Y, junto con ello, una reforma sustancial en las políticas
macroeconómicas.
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Por todo lo descrito, es valorable la corrección que se hizo
en el gobierno del Presidente Patricio Aylwin y en los comienzos de la
administración de Eduardo Frei Ruiz-Tagle. En ellos, se regularon los flujos de
capitales financieros por parte del BC, en estrecha coordinación con Hacienda,
y se estableció una política de intervención cambiaria para evitar la
inestabilidad y la gestación de desequilibrios externos.
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Se usó intensamente el llamado encaje a los ingresos de
capitales de corto plazo, para evitar la inundación de la economía nacional con
flujos financieros y exceso de importaciones y booms crediticios que siempre
terminan en crisis recesivas, mayor desigualdad y en la caída de la inversión
productiva. La relevante reforma macroeconómica fue la antítesis de las recetas
neoliberales.
Sin embargo, hacia finales de los noventa se revierte esta
política exitosa, liberando los ingresos de capitales financieros muy volátiles
y se deja un tipo de cambio libre a merced de esos flujos volátiles.
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En tanto que en 1990-98 la economía chilena creció sobre 7%
anual, entre 1999 y 2012 apenas ha crecido una promedio de 3,9%.Es cierto,
mejor que el 2,9% de la dictadura pero mediocre comparado con el 7,1% del
periodo de regulación de la cuenta de capitales y del tipo de cambio, de cierto
apoyo a las PYMES y de la reforma tributaria de 1990. Esos y otros aspectos de
las reformas y políticas económicas entre 1973 y 2012 y sus efectos sobre el
crecimiento y la equidad se examinan en el libro.
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Por lo anterior, es imperioso redefinir la política
económica para un crecimiento incluyente sostenido.
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La política económica nacional necesita correcciones
profundas, entre ellas un rebalance de las prioridades del Banco Central,
recuperando una estrecha coordinación con Hacienda.
No puede haber dos cabezas, sin que se coordinen, porque la
macroeconomía es una.
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No puede ser que el objetivo de la inflación baja sea a
expensas del crecimiento bajo. Es imprescindible regular la flexibilidad del
tipo de cambio, éste no debe estar sujeto a los vaivenes del precio del cobre y
de los humores de los inversionistas especulativos.
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Necesitamos que se recupere el dinamismo de las
exportaciones no tradicionales, que se estimule la adición de valor a las
exportaciones tradicionales -para ello es clave el impulso a los clústers-, y
que se proteja a las PYMEs frente a tasas cambiarias excesivamente apreciadas e
inestables.
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El gobierno de Michelle Bachelet –que recién asume- debiera
apuntar a profundas reformas laborales y a restablecer voces de la sociedad,
para que no sean predominantemente los inversionistas financieros y los grupos
económicos los que se escuchen.
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El diálogo social es clave para construir paz social y
crecimiento sostenido e incluyente. Por último, la reforma tributaria es esencial
para mejorar directamente la distribución y para financiar la transformación
que requiere nuestra sociedad y su economía.
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