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jueves, 7 de julio de 2016

Perú al Día
¿POR QUÉ SE OCULTA LO QUE DEBE SER DE CONOCIMIENTO DEL CIUDADANO?

Por Roberto Mejía Alarcón
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Mal, muy mal, que el actual régimen se despida dejando un olor nada recomendable para la democracia. La suma de denuncias sobre corrupción en el manejo de los bienes del Estado alcanza cifras muy elevadas. Involucra a funcionarios de todo nivel y lo peor, eclipsa la imagen de quienes ocupan Palacio de Gobierno y alcanza hasta a los que tienen que velar, desde el ministerio del Interior, por la seguridad ciudadana. Da la impresión que el crimen organizado tiene competencia oficial. Nada sana por supuesto.
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Sin querer, queriendo, el Poder Ejecutivo, pareciera que tiene el más vivo interés en que la ciudadanía no se entere de estas malas andanzas. Por eso coloca vallas en donde puede. Muchas veces de la mano, en convivencia improvisada, con el Poder Legislativo. Lo que está ocurriendo con los periodistas del programa “Panorama”, que transmite Panamericana Televisión y con el casi centenar de comunicadores, quienes sobreviven en medio de querellas abiertas por aquellos que son enemigos de la verdad, es una clara demostración de las fortalezas que hoy tiene la corrupción en el país. Se despunta ágilmente. No hay quien la controle. Hasta el más pinche de los funcionarios públicos se sube a ese camión de la basura, en el ingrato propósito de hacerse rico de la noche a la mañana.
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Así las cosas, la corrupción que cuenta con el escudo de la “cultura del secretismo” cree que no hay quién la ponga al descubierto. Olvida que existe un poder al verdadero servicio del pueblo: es el periodismo, que tiene como operador al periodista. Hombre o mujer, aquí y en provincias, que sin más arma que su fuerza moral, se expone a los embates de los poderosos. Con frecuencia resulta magullado por los insultos, las mentadas de madre, por las denuncias ante jueces prevaricadores. Y, sin embargo, sigue en su batallar, sin tregua, sin descanso. Ayer, sobre todo en la década de los noventa, el país celebró la labor de estos comunicadores. Y rezó por su obra bienhechora. Hoy sucede algo parecido. Hay una nueva generación que trata de poner limpio el mulador de lo impropio. La tarea es formidable. El aseo reclamado por los ciudadanos tiene sus detractores. Están allí en el llamado primer poder del Estado. Están allí en los despachos ministeriales. Quizás con algunas excepciones. Nunca se sabe.
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Ese combate nunca culminará. En uno y en otro bando habrán otros rostros. Unos para saquear el erario público, otros para tratar de evitar las depredaciones. La lucha será siempre marcada por la desigualdad. El poder político y el poder económico, en líneas generales, estarán convencidos que pueden hacer lo que les da la gana. El poder de la prensa contará hasta el final con su único instrumento: la palabra. Ella será suficiente para traerse abajo las torres y las murallas más elevadas.
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Sin embargo, habrá que adoptar las providencias del caso. Existen desafíos que debe enfrentar el gremio de los periodistas. Todavía existen mecanismos ilegítimos para acallar a los periodistas, existen leyes penales que criminalizan la crítica y la investigación periodística, la violencia física en perjuicio de la empresa y de los trabajadores de la prensa, subsiste impunemente, las restricciones desproporcionadas que se aplican bajo el pretexto de la seguridad nacional, son algunos de los problemas que existen en nuestra frágil la democracia. Esta no debería limitarse a la participación ciudadana en los procesos electorales, debería expresarse como una auténtica forma de vida. Sin discriminaciones, sin exclusiones.
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Ya lo hemos dicho muchas veces. En la siempre complicada relación entre el gobierno y el periodismo, resalta la amenaza del “secretismo”, que no es otra cosa que el ocultamiento de la información pública al ciudadano, que eligió a su gobernante y tiene como mandante, el legítimo derecho a exigir un transparente rendimiento de cuentas. Ese es el camino correcto.


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